Las recientes elecciones en Bolivia y el triunfo de Rodrigo Paz confirman una tendencia que ya se venía gestando en América Latina.
El péndulo político se inclina nuevamente hacia la derecha y, en los últimos seis años, ocho países latinoamericanos eligieron presidentes de este espectro político.
No es casualidad. Después de años de promesas incumplidas, escándalos de corrupción y gobiernos que confundieron la justicia social con el clientelismo, buena parte del electorado latinoamericano ha decidido dar la espalda a los proyectos de izquierda que dominaron el panorama político durante las últimas dos décadas.
El desencanto es evidente. Las experiencias de Brasil, con el Partido de los Trabajadores; de Argentina, con el kirchnerismo, o de gobiernos que se autodenominan progresistas pero que coquetean con el autoritarismo, han erosionado la fe en un discurso que alguna vez prometió dignidad y justicia.
Hoy, países como Ecuador, Uruguay, Paraguay, Guatemala o El Salvador tienen gobiernos catalogados de derecha —algunos democráticos; otros cada vez más autoritarios— que se presentan como los restauradores del orden frente al caos de la “izquierda redentora”.
Sin embargo, la historia es más cíclica que lineal. En los años 2000, una marea inundó el continente con líderes que prometían independencia económica y justicia social: Chávez, Lula, Kirchner, Correa, Evo.
Por un momento, pareció que América Latina al fin había encontrado un camino propio, ajeno a Washington y a las élites locales.
Pero dos décadas después, muchos de esos sueños se marchitaron en el lodo de la corrupción, la ineficiencia y el populismo de culto personal.
La épica revolucionaria terminó convertida en burocracia y propaganda.
Cuba, Nicaragua y Venezuela siguen siendo las asignaturas pendientes del continente. Estas tres naciones están sometidas a regímenes que invocan la revolución, pero viven de la represión.
El socialismo de discurso ha degenerado en burocracias de privilegio y miedo, donde la miseria se normaliza y los derechos humanos se trituran en nombre del pueblo.
Esas revoluciones envejecieron mal y sus líderes se aferran al poder con la misma obstinación que sus viejos enemigos capitalistas mientras el pueblo vive en condiciones de carencia y sobrevivencia, pero Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro son multimillonarios.
Lo más irónico es que, mientras las ideologías se turnan el poder, los problemas estructurales —la desigualdad, la inseguridad, la corrupción— permanecen intactos.
La derecha promete eficiencia y mercado; la izquierda, justicia y redistribución. Pero al final, ambos bandos gobiernan con el mismo pragmatismo oportunista que privilegia la sobrevivencia política sobre las reformas reales.
La historia latinoamericana parece condenada a girar en círculos, entre caudillos que prometen redención y tecnócratas que prometen eficiencia. Y en medio, una ciudadanía cada vez más escéptica, que ya no vota por esperanza, sino por descarte.
Quizá el verdadero cambio comience cuando entendamos que ni la izquierda ni la derecha poseen el monopolio de la moral, sino que ambas han contribuido —con distintos disfraces— a perpetuar el mismo ciclo de decepción.
Sotto voce
De acuerdo con la más reciente encuesta de CEResearch, el senador guerrerense Félix Salgado Macedonio sigue siendo el morenista más votado, generando simpatías para que sea el candidato de Morena al gobierno de Guerrero.
El estudio revela que en un careo con otros posibles candidatos ganaría prácticamente 3 a 1 con el 42% a favor, mientras Manuel Añorve, del PRI, se ubica en un lejano 16% y el panista Eloy Salmerón en 8 por ciento.
