La Organización de las Naciones Unidas es, en la práctica, un monumento a la inutilidad internacional. Aunque la organización siempre se ha vendido como el garante de la paz mundial, en realidad lo que entrega son discursos vacíos, burocracia interminable y un costo obsceno que pagan los contribuyentes de todo el planeta, pues el presupuesto del organismo depende de las donaciones de los países miembros.
La ONU es un club de naciones costosísimo, que en 2023 recaudó 67 mil 600 millones de dólares, una cifra equivalente al presupuesto anual de varios países latinoamericanos juntos. Pero, ¿en qué se traduce esta barbaridad de dinero? En lugar de brindar soluciones, se diluye en agencias, comités y misiones de paz que no pacifican nada. Para 2024, el presupuesto regular fue de 3 mil 590 millones de dólares, un gasto fijo que apenas logra mantener en pie la burocracia del organismo. Lo demás se pierde en programas que no cambian el rumbo de ninguna crisis real.
El esquema de cuotas también es insultante. De esos 67 mil 600 millones de dólares, apenas 13 mil 800 millones corresponden a contribuciones obligatorias de los Estados miembros, con 175 de 193 donando menos del 1 por ciento, mientras que EU paga más de 800 millones de dólares al año solo en cuotas y más de una cuarta parte del presupuesto de operaciones de paz.
En tanto, China entrega cerca de 680 millones. Japón, más de 230 millones. El resto, más de 46 mil millones, proviene de aportaciones voluntarias que se destinan a agencias como UNICEF o ACNUR, muchas veces duplicando funciones y multiplicando costos. A eso se suman otros 7 mil millones de ingresos “colaterales” —desde inversiones hasta comisiones— que sostienen una maquinaria gigantesca de salarios, viáticos y burocracia. ¿Qué está obteniendo el mundo? Guerras que siguen, dictadores como Nicolás Maduro, que de vez en vez se pasean por la Asamblea General, y burócratas que viajan en primera clase.
Mientras tanto, la guerra en Ucrania lleva más de dos años y la ONU no ha pasado de emitir comunicados sin dientes. En Gaza, los bombardeos y las muertes de civiles se acumulan mientras en Nueva York se organizan conferencias de prensa y “sesiones extraordinarias” que no logran detener ni una sola bomba o garantizar auxilio en medio de la crisis humanitaria que vive la población palestina.
Donald Trump, en su discurso en la ONU hace apenas dos días, lo resumió con una claridad brutal: “Los contribuyentes estadounidenses pagan miles de millones de dólares para financiar una organización que, en vez de resolver conflictos, se ha convertido en un club donde los burócratas hablan mucho y hacen poco”. Y remató: “Es hora de que los países dejen de depender de una organización que falla sistemáticamente en su misión más básica: mantener la paz”.
La ONU nació en 1945 con el propósito de que nunca más se repitieran los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Ocho décadas después, la organización es un cascarón vacío que solo sirve para legitimar discursos, dar empleo dorado a una élite internacional y sostener la ficción de que existe un “orden mundial” bajo control. No protege la paz, no evita las guerras, no defiende a los más vulnerables. Es una maquinaria obesa y carísima que el planeta ya no se puede permitir.
El mundo necesita instituciones ágiles, con autoridad moral y capacidad real de acción, no un dinosaurio burocrático que consume decenas de miles de millones para entregar comunicados irrelevantes y solo sirve como un escaparate para la hipocresía global.
Sotto Voce
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