Estados Unidos ha entrado a un juego de suma todo en el continente americano, donde el objetivo es expandir su influencia en todos los países latinoamericanos y quitarle ese predominio a Rusia y a la cada vez más expansiva China.
Donald Trump, un crítico empedernido del liderazgo de Joe Biden, se quejó sistemáticamente de su olvido o inacción en cuanto a restablecer lazos de influencia en América Latina, máxime en un mundo que se abrió a nuevas potencias, dejando libre el camino a otros poderes que buscan contrapesos globales.
Ahora las cosas son muy distintas, e independientemente de su impacto en la región, nos guste o no, le ha funcionado la estrategia a Donald Trump. Los países han comenzado a cambiar vertiginosamente de gobiernos, y están pasando de estar bajo el paraguas de Moscú y Beijing para pasar a alinearse a los intereses de Washington.
El caso Milei es el ejemplo perfecto de cómo un país se mudó radicalmente de régimen, y ahora casi todas las decisiones económicas de ese país sudamericano se resuelven en la Casa Blanca. No obstante, Donald Trump solo está aprovechando el momento que no tuvo en su primer gobierno. Ahora, tras los desastrosos gobiernos de la izquierda más rancia, aprovechó su influencia para presionar el cambio de gobierno.
Bolivia ya cambió y Venezuela está a punto de hacerlo. Estos dos países son clave en la geoeconomía global por sus grandes recursos naturales sustentados en el petróleo, gas natural, hierro, oro, coltán, diamantes y agua dulce; es decir, poseen una gran biodiversidad. Pero también poseen estaño, plata, zinc y, sobre todo, litio.
Venezuela posee las mayores reservas probadas de petróleo del mundo, con más de 300 mil millones de barriles, lo que representa alrededor del 19% del petróleo global. La cuenca del Orinoco es la más importante. Respecto al gas natural, ocupa el sexto lugar mundial en reservas, con más de 5.7 billones de m³.
Por eso es de destacar los malos gobiernos que surgieron de la dupla Chávez-Maduro, ya que en lugar de hacer de Venezuela un país con una sociedad rica y próspera, la destruyeron dejándola en la pobreza y desesperanza. Solo la cúpula gobernante y los países aliados lograron aprovecharse de esa abundancia y riqueza natural. En 2024 se estimó que el 86% de la población vivía en pobreza económica y más del 50% en pobreza multidimensional, lo que significa carencias simultáneas en ingresos, alimentación, salud, educación y servicios básicos.
Esto lo sabe Donald Trump, quien, basado en la Doctrina Monroe, sabe que es estratégico asegurarse para él y sus aliados esos recursos y al mismo tiempo incrementar su poder e influencia para frenar los pasos agigantados que viene dando, sobre todo China, quien, como submarino, está logrando tejer redes en todo el mundo gracias a su poderosísima economía e industria que le ha permitido conquistar a billetazos países del tercer mundo. No es que esté mal, es el juego lógico entre poderes que se está dando. Por supuesto, hablar del gigante asiático es referirse también a uno de los países más maravillosos del mundo, en cuanto a historia, cultura, logros científicos y médicos y su muy particular forma de ver las relaciones internacionales y su papel en el mundo. En el fondo, y guardando sus proporcionales aspectos identitarios, Estados Unidos y China buscan el mismo objetivo, la hegemonía global. Ya es muy difícil que China se baje de esa dinámica de expansión y poder, pero sí ha crecido a lo largo del siglo XXI muy por encima de los Estados Unidos, y eso es algo que Trump está tratando de frenar a como dé lugar.
Por ello, Donald Trump se ha mostrado, muchas veces de forma desesperada e improvisada, para arreglar conflictos aquí y allá. Pero no basta su voluntad o verborrea; a pesar de que quiere ser el garante de la paz mundial, salpicando mucho entusiasmo, no está ofreciendo caminos concretos para hacerlo. Despliega buques de guerra por todos los mares, se alía, pero al mismo tiempo se pelea con líderes de todo el mundo.
Pareciera que para Trump, el poder es un juguete al cual le emociona, pero al mismo tiempo lo maltrata. Le divierte sentirse el rey del mundo, con mucho dinero de por medio, pero su gobernanza no es un sustento de verdaderos logros que le lleven a ser el rey que quiere. Eso lo saben Vladímir Putin y Xi Jinping, cuya astucia es quizá muy superior.
Aún no se sabe cuál será el destino final de Nicolás Maduro, la joya de la corona, aunque Trump siga conquistando países de menor tamaño como Honduras, pero con importante presencia geopolítica en el Caribe, una zona clave para el comercio internacional y cercana a otro país ideologizado y sumido en la pobreza: Cuba.
De esta forma, todo apunta a que los próximos 3 años, durante lo que resta del periodo de Donald Trump, América Latina seguirá viviendo grandes cambios. Por ello, México y Brasil deben estar preocupados por lo que pueda pasar con ellos; por eso, el reciente pronunciamiento de López Obrador, de que saldría a las calles si percibe una intentona de injerencia internacional, no fue fortuito.