Trópicos

Politizar la muerte del planeta

No se puede politizar y mucho menos dejar que se imponga la ignorancia frente a una batalla planetaria, de la cual pende la vida o la muerte de cientos de miles de personas.

El cambio climático es un hecho que tiene en jaque a la humanidad, así de cruda es nuestra realidad.

Vemos en cada temporada de lluvias o de sequía cómo la fuerza de la naturaleza se ensaña contra sectores de la población en todo el mundo, causando muerte y destrucción, desplazamientos forzados y hambruna.

Tan solo en México, los fenómenos naturales dejaron más de 2 mil 700 muertes en la última década, principalmente por inundaciones y olas de calor, que se pueden adjudicar directamente al cambio climático. Aunque también se contabilizan las personas víctimas por terremotos.

Pero vale la pena subrayar que el año más letal en cuanto a olas de calor fue 2023, con 421 muertes, un aumento del 902% respecto a 2022.

Es decir, desde 2017 en nuestro país hay un patrón en el aumento de víctimas generado por el cambio climático, con picos en 2023 por el calor extremo y eventos hidrometeorológicos.

Pero no solo eso, existen otras implicaciones irreversibles: los desastres climáticos reducen el PIB en dos dígitos. En México es algo muy relevante ante el bajo crecimiento económico que se ha registrado en la última década.

La ciencia y la literatura especializada explican con claridad nuestro complejo estado de salud planetario.

La NASA aclara: “Los científicos demostraron la naturaleza de atrapar el calor del dióxido de carbono y otros gases a mediados del siglo XIX (…) no hay duda de que el aumento de los niveles de gases de efecto invernadero calienta la Tierra en respuesta”.

A pesar de estas pruebas comprobables y medibles, la desinformación cumple su objetivo. Atrapa a miles de personas que caen fácilmente en teorías de la conspiración, difuminada por mercachifles, o bien, por intereses políticos y económicos. Estas teorías buscan seguir impulsando industrias basadas en combustibles fósiles como carbón, petróleo y gas, lo que aumenta la temperatura global.

Bajo este contexto, es urgente tomar acciones. Inició el lunes pasado la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático COP30 en Belém, Brasil.

Este encuentro es el fruto o continuidad de otras citas como el Acuerdo de París, adoptado por 196 países en 2015. O el Protocolo de Kioto, que fue el primer acuerdo internacional, jurídicamente vinculante, que se planteó por primera vez reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, en vigor desde 2005.

¿Qué se busca ahora en Brasil? El presidente anfitrión, Luiz Inácio Lula da Silva, resaltó tres objetivos:

1. Garantizar financiamiento, transferencia de tecnología y capacitación para los países en desarrollo, así como prestar la debida atención a la adaptación frente a los efectos del cambio climático.

2. Hojas de ruta para que la humanidad, de forma justa y planificada, supere la dependencia de los combustibles fósiles, detenga y revierta la deforestación, y movilice recursos con esos fines.

3. Poner a las personas en el centro de la agenda climática, en particular, reconocer el papel de los territorios indígenas y de las comunidades tradicionales en los esfuerzos de mitigación.

Llama la atención que solo tres mandatarios latinoamericanos asistieron a esta cumbre: la presidenta de Honduras, Xiomara Castro; el colombiano, Gustavo Petro, y el chileno, Gabriel Boric.

Otros países como México mandaron representantes del gobierno federal, mientras que otros como Argentina y Estados Unidos, de plano abandonaron estas reuniones, lo cual no deja de sorprender la irresponsabilidad de ciertos gobiernos.

Sabemos que Donald Trump y Javier Milei son de esos líderes que asumen que el cambio climático es una invención, a lo que Lula les llama “negacionistas”.

No se puede politizar y mucho menos dejar que se imponga la ignorancia frente a una batalla planetaria, de la cual pende la vida o la muerte de cientos de miles de personas.

Por ello, la necesidad de informar de forma clara y oportuna es fundamental.

En general, el mundo lo entiende, y ya hay caminos construidos de forma vigorosa.

Hace poco se planteó la Hoja de Ruta de Baku, donde el objetivo es llegar a los 1.3 billones de dólares en financiación climática por parte de los países desarrollados.

Pero al mismo tiempo, hay una línea roja, una meta indiscutible, una brújula entre el bien y el mal: la temperatura global tiene que regresar debajo de los 1.5 °C.

Un objetivo aún lejano, pues “las políticas actuales apuntan a un aumento de la temperatura de 2.8 °C para finales de siglo”, según la ONU.

Es decir, mientras no se llegue a esa meta, seguirá muriendo gente, por la propia irresponsabilidad humana.

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