Trópicos

¿De qué sirve la ONU?

Es tiempo de renovar a la ONU, actualizarla, democratizarla, y que su fuerza sea capaz de interferir en el rumbo de los procesos políticos, sobre todo cuando estos ya no garantizan la paz; al contrario, exceden los límites.

Dos grandes signos de interrogación se posaron sobre la Organización de las Naciones Unidas justo cuando cumplió 80 años desde su creación. Dentro de esos signos, se ha cuestionado su funcionalidad ante un mundo que multiplica sus conflictos: se estanca el multilateralismo, se cierran las fronteras del comercio libre y el mundo se divide entre sordos extremos ideológicos.

Lo sucedido durante la última semana en la ONU evidenció que se requiere reformar la institución y que, tras su octogenario aniversario, su envejecimiento ya no cumple con las expectativas y necesidades de la población mundial, la cual percibe que estamos más cerca de una tercera guerra mundial que de una paz global que ofrezca, al mismo tiempo, desarrollo. La ONU se ha convertido en un botín de propaganda de los líderes en turno.

Es tiempo de renovarla, actualizarla, democratizarla, y que su fuerza sea capaz de interferir en el rumbo de los procesos políticos, sobre todo cuando estos ya no garantizan la paz; al contrario, exceden los límites. La siguiente pregunta que nos formulamos es sobre la factibilidad de cambiar a la ONU en estos momentos. Lamentablemente, la respuesta es NO.

Porque justamente, quienes la controlan, sus cinco miembros permanentes, no permiten la democratización y apertura a nuevos integrantes con su mismo peso. Mientras ellos no quieran, por más que el secretario general dé épicos discursos, las cosas no trascenderán.

Lo preocupante es que dentro de ese grupo de los cinco, se encuentran Estados Unidos y Rusia, quienes generan y operan conflictos para encubrir su búsqueda por la hegemonía global, mientras que China asume esos conflictos como una circunstancia que les fortalece o ve en los demás signos de debilidad. Es decir, tres de los cinco miembros permanentes que deciden con voto y veto ven los conflictos armados como una necesidad ante sus objetivos. Bajo esa sintomatología está la garantía de paz en el mundo.

La ONU se creó el 24 de octubre de 1945, después de que 51 Estados miembros firmaran el documento fundacional de la Organización. Con el tiempo y hasta la actualidad, son 193 Estados representados en lo que hasta hoy ha sido el máximo instituto internacional para buscar establecer la paz en el mundo.

No obstante, ha quedado de manifiesto que la guerra y la paz se deciden fuera de la ONU, entre alianzas que se han venido desarrollando después del derrumbe de la Unión Soviética, y más recientemente por el auge de las nuevas tecnologías inteligentes, lo que ha impulsado las economías globales, pero sobre todo sofisticado las guerras, tanto armamentísticas como ideológicas.

Estos factores principales, aunque hay muchos más, nos han llevado hacia la batalla por la conquista de un nuevo orden geopolítico y eso, lo que genera, son conflictos. Por ello, si no surge una nueva alternativa con dientes para presionar e involucrarse contra los generadores de violencia, el destino de la ONU estará sentenciado hacia la intrascendencia.

En su carta de presentación, la ONU asume que “sigue siendo el único lugar de la Tierra donde todas las naciones del mundo pueden reunirse, discutir problemas comunes y encontrar soluciones compartidas que beneficien a toda la humanidad”. Esto ha fallado en los últimos años, donde, en lugar de buscar consensos y “soluciones compartidas”, lo que se ve es un desfile de líderes globales para denunciar, denostar, atacar, calumniar y hacer propaganda de sus muy personales intereses.

El reciente caso del presidente colombiano, Gustavo Petro, fue relevante al lanzarse a las calles de Nueva York para hacer propaganda antiestadounidense y pro-Palestina, después de su participación en la Asamblea General. En respuesta, el gobierno de Trump decidió retirarle la visa. Días después, Trump presentó un plan de paz para Oriente Medio, el cual la mayoría de las potencias aplaudieron, desde España hasta Rusia, desde India hasta Qatar.

Además, se ha vuelto un foro inconsistente; para muestra, un botón: en esta última reunión faltaron dos de los mandatarios más poderosos que conforman el centro neurálgico, el corazón o cerebro de la ONU, los únicos que pueden vetar lo que sea solo con su voto. No estuvieron ni los mandatarios de China ni de Rusia, quienes, junto con Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, son los únicos miembros permanentes del Consejo de Seguridad. En estos tiempos, se ve difícil un acuerdo colegiado para frenar, por ejemplo, la guerra en Ucrania.

Tampoco estuvieron los mandatarios de gobiernos parias como el de Nicaragua o Venezuela. Otros liderazgos, como el de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, aún carecen de una estrategia adecuada, integral y competente en política exterior para enfrentar las exigencias de los tiempos desafiantes que corren.

Urge renovar la ONU, reinventarla y llevarla hacia un verdadero espacio que concrete acciones encaminadas hacia el multilateralismo, pero que también tenga la posibilidad de que otros países puedan coparticipar en la toma de decisiones.

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