Trópicos

La muralla china y sus 9 incondicionales

Sin lugar a dudas, el eje chino-ruso deja en evidencia que las reuniones entre Trump y Putin no han sido más que montajes que ha sabido aprovechar Vladímir Putin para fortalecer su imagen y legitimar su poder.

Después de siete meses de vertiginosas acciones, sigue sin quedar claro hacia dónde quiere ir Donald Trump. Pero quizá ya está entendiendo que no gobierna él solo al mundo, y que sus disparates han sido más que los resultados. No obstante, sus impulsos ya ocasionaron que otras potencias muevan sus estrategias y tácticas hacia un contraataque a la aún máxima potencia global.

China y sus aliados han levantado una muralla de contención anti-Trump, con plena paciencia y análisis pragmático. Este muro va desde Europa del Este hasta Asia. Así se hizo notar en la recién celebrada “Organización de Cooperación de Shanghai” (OCS), fundada en 2001 con un frente de 10 países, aunque sus raíces vienen de tiempo atrás. Fue extensión del grupo de los “Cinco de Shanghái” (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán), formado en 1996 para resolver disputas fronterizas y fomentar los lazos militares.

Hoy día, la muralla está formada por 10 Estados miembros: Bielorrusia, India, Irán, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán y, por supuesto, China. Además, suman a dos Estados observadores: Afganistán y Mongolia. Y tienen a 14 “socios de diálogo”; entre ellos figuran Egipto, Armenia, Catar, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Myanmar, Kuwait y Arabia Saudita, entre otros.

La OCS representa el bloque regional más extenso del mundo, pues aglutinan el 40% de la población y juntos suman el 25% del PIB. Desde su origen ha evolucionado como un mecanismo de seguridad regional hacia una plataforma geopolítica con ambiciones globales.

Ahora, más que nunca, cuando se libra una guerra en Ucrania y en Oriente Medio, se han posicionado como un contrapeso a alianzas occidentales, sobre todo a la OTAN y al G7. Y algo muy relevante, impulsan desde sus trincheras el multilateralismo, algo de lo cual el gobierno de Donald Trump, junto con sus aranceles y medidas proteccionistas, ha comenzado a revertir esta tendencia, muy arraigada en la Guerra Fría.

Antes de iniciar esta reunión, postularon con mucha claridad que “apoyan un sistema de comercio multilateral abierto, transparente, justo, inclusivo y no discriminatorio, con el papel central de la Organización Mundial del Comercio, y (…) una economía global abierta”.

Los resultados de este encuentro número 25 de la OCS fueron varios y significativos, lo que nos permite visualizar sus intenciones y los contrastes respecto a lo que Donald Trump ha promulgado desde el 20 de enero. Abordaron perspectivas de desarrollo clave, en materia de política, seguridad, comercio, inversión, energía, industria, desarrollo sostenible y nuevas tecnologías.

Estas acciones nos permiten concluir que existe un interés en marcha, como bloque, para consolidarse como un actor relevante en el comercio global, especialmente en un momento en que las tensiones geoeconómicas y geopolíticas entre potencias tradicionales y emergentes están reconfigurando las rutas del intercambio internacional.

A pesar de los múltiples temas que se trataron y declaraciones conjuntas, una de las que más se contradijo fue la relacionada con los conflictos bélicos en marcha. Por un lado, los miembros de la OCS fueron categóricos al condenar “el desastre humanitario” en la Franja de Gaza. Mientras que no criticaron lo que sucede en Ucrania, al tomar partido por la parte invasora, Rusia. Esta aseguró que fue Occidente quien instigó un golpe de Estado en Ucrania en 2014.

Ya entrados en los conflictos regionales, también censuraron, categóricamente, el ataque a otro de sus miembros, Irán, después de que Estados Unidos e Israel buscaran eliminar sus instalaciones nucleares “de uso civil”.

Paralelamente, China ha sido el único país que ha proporcionado apoyo económico a Rusia tras las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa. Sin lugar a dudas, el eje chino-ruso deja en evidencia que las reuniones entre Trump y Putin no han sido más que montajes que ha sabido aprovechar Vladímir Putin para fortalecer su imagen y legitimar su poder. De las promesas y acuerdos de paz que tanto ha prometido Trump, ya no se sabe nada; quién ahora se fija en Venezuela como su próximo acto publicitario.

Dentro de los acuerdos que prometen un real contrapeso, es el referente a la urgencia de China en establecer un banco de desarrollo y una plataforma internacional de cooperación energética y para las industrias verdes. Para ello, prometió mil 400 millones de dólares en préstamos en los próximos tres años para los Estados de la OCS, en una clara apuesta que atenta contra la imposición arancelaria de Trump. Por si fuera poco, el líder chino garantizó abrir su sistema de satélites BeiDou, una alternativa al GPS que controla Estados Unidos.

Xi Jinping fue tajante al concluir: “El mundo ha entrado en un nuevo periodo de cambio tumultuoso, y la gobernanza global ha llegado a una nueva encrucijada”. Todo esto, aunado, dijo, a la amenaza que representa Estados Unidos al poseer una mentalidad de Guerra Fría.

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