Trópicos

Matar mientras comen

Bastaría que los mismos ‘líderes’ que se muestran como los guardianes del mundo hicieran una autocrítica de sus propios pecados para que se persuadieran, a sí mismos, de que la paz depende de sus mentes estropeadas.

¿Por qué hay personas que se sienten con el derecho de matar a gente inocente y, después, quitados de la pena, subirse a sus aviones para dirigirse a negociar el fin de las hostilidades entre alfombras rojas, mesas con flores y una desfachatez y desvergüenza asombrosa?

La paz es un concepto tan fácil de implementar y vivir, pero también puede ser una utopía, un anhelo prácticamente inalcanzable. Mientras en Suiza la paz es un manantial como los que corren entre sus laderas, tangible y permanente, para los habitantes de Re’im, la Franja de Gaza o de Zaporiyia, esa palabra les quema la piel como las armas que han dejado un dolor indescriptible entre sus habitantes.

Bastaría que los mismos “líderes” que se muestran como los guardianes del mundo hicieran una autocrítica de sus propios pecados para que se persuadieran, a sí mismos, de que la paz depende de sus mentes estropeadas.

Eso está pasando en Ucrania, Israel y la Franja de Gaza, por citar los casos más mediáticos del momento, donde miles de civiles son asesinados por ejércitos, terroristas o no, que controlan “liderazgos globales”, mientras que, al mismo tiempo, se reúnen en Alaska, Catar o Washington para “negociar la paz”. Una contradicción de quienes se dicen los garantes del nuevo orden multipolar.

El grupo terrorista Hamás ataca inocentes en Israel; en respuesta, el gobierno de Israel se venga atacando a civiles en Gaza; por su parte, el mandatario ruso bombardea sin importar que entre las víctimas haya poetas, periodistas, mujeres y hombres que nunca desearon una guerra en Ucrania. Todos esos líderes se apropian de la historia para manosear el presente y, en nombre de ello, seguir matando. Qué rara forma de pensar y asumir que su legado será legendario. Al final de sus días será la misma historia para quienes los juzguen, y deben recordar que muy pocos líderes han encontrado paz perpetua después de morir.

Para sacudirse en vida las malas vibras de sus actos, los líderes vociferan infinitas justificaciones sobre los motivos que, al despertar, les obligan a matar civiles. Paralelamente, sus séquitos e instituciones domesticadas les aplauden al decir que son víctimas colaterales, que los usan como escudos humanos, que la culpa es del otro, que los territorios son de ellos, que la geopolítica, que la religión y el fanatismo, que la venganza, etcétera.

Las reuniones van y vienen, entre vuelos, comidas, saludos, opulencia y hasta bromas; mientras tanto, los muertos inocentes se acumulan aquí y allá. Muchos le llaman procesos diplomáticos, pero la diplomacia es un concepto dentro de los estudios de las Relaciones Internacionales que constantemente se está reconstruyendo, y nos estamos dando cuenta de que ya no está alcanzando, desde hace mucho tiempo, para lograr la paz y frenar miles de muertes inocentes perpetradas desde los Estados.

Para Maquiavelo, la diplomacia era un instrumento del poder estatal. Mientras que para Henry Kissinger, es el arte de gestionar el equilibrio de poder para preservar la paz y evitar conflictos catastróficos. En su influyente libro “Diplomacy”, Kissinger la define como una herramienta estratégica que debe combinar realismo político con una dosis de idealismo pragmático.

En ese texto, que fue parte esencial de quienes estudiamos Relaciones Internacionales a finales de la década de los 90 y principio del nuevo siglo, apunta que los conceptos de “seguridad colectiva” y “alianza” son “diametralmente opuestos”. Las alianzas tradicionales van dirigidas “contra amenazas específicas”, mientras que la “seguridad colectiva” fue “planeada para resistir cualquier amenaza contra la paz”.

¿Qué es lo que está sucediendo en estos momentos? Pues justamente una alianza contra Rusia por parte de Europa, mientras dos países se disputan la hegemonía mundial. Estados Unidos y China. Al respecto, Donald Trump está buscando intermediar y encontrar la paz para colgarse la medalla como el garante global de conflictos. En sus sueños más cálidos está alcanzar el Premio Nobel de la Paz. Pero en el fondo, todos sabemos que su estrategia es llevar a Estados Unidos hacia una intermitente presencia e influencia global en varios rubros: militar, económico y político.

Lo que está sobre la mesa de negociación en primer término es una “garantía de seguridad”, para poder establecer una paz definitiva en Ucrania. Claro, no es el único punto por discutir; primero se tiene que resolver el papel que jugará la OTAN, que prácticamente está descartado al ser considerada por Rusia una amenaza a su propia seguridad.

Hay optimismo, pero a la vez escepticismo, por parte de los aliados. Mientras Zelenski ve pasos significativos para lograr la paz, Macron, presidente de Francia, afirma que Putin rara vez cumple sus compromisos, lo cual es un mal augurio para que la paz se alcance pronto.

Además, aún está de por medio resolver el complejo asunto de la territorialidad, es decir, desde la anexada Crimea en 2014 por parte de Rusia, hasta la franja fronteriza con Donetsk, Lugansk y Zaporiyia, parcialmente ocupada por Putin, y Kherson, que la reclama en su totalidad. Un escenario aún complejo que resolverán los líderes, mientras más inocentes mueren.

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