Trópicos

El discurso de odio

Vivimos tiempos complejos, donde la fuerza del Estado no solo proviene de las armas, sino también de los discursos de odio que buscan desestabilizar, confundir o promover violencia.

Hay discursos históricos que han cambiado el mundo para bien. Hombres y mujeres que han pronunciado mensajes trascendentales por su impacto en la sociedad hacia un cambio, evolución y desarrollo.

Recordemos uno de los discursos más evocados en la historia, el de Martin Luther King, en 1963, cuando dijo ante más de 250 mil personas desde el monumento a Lincoln en Washington: “Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación donde serán juzgados, no por el color de su piel, sino por su carácter”. Después de este discurso, la raza negra no volvió a ser la misma; se emancipó a pesar de sus gobernantes.

O aquel de Winston Churchill en 1940, ocho meses después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que dijo: “¿Cuál es nuestro objetivo? Puedo responderles con una palabra: victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar del terror, victoria por largo y duro que sea el camino, porque sin victoria no habrá supervivencia”. Sin Churchill, no se entiende la historia moderna de Europa y sobre todo el triunfo de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Pero también existen los discursos de odio. Según la ONU, estos mensajes van dirigidos “a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género) y que puede poner en peligro la paz social”. En la actualidad, estos discursos de odio se han diseminado, la mayoría de las veces como una estrategia bien planeada de los gobiernos, sobre todo de aquellos que son autoritarios, ya que no les gustan las discrepancias, las opiniones distintas, ni mucho menos las críticas.

Lamentablemente, aún no existen marcos jurídicos universales que castiguen a quienes los pronuncian. Tampoco existen programas educativos que enseñen a los niños y jóvenes a que se prevengan de las afectaciones ideológicas de estos mensajes. Cada vez vemos a más niñas, niños y jóvenes envueltos en círculos ideológico-terroristas, radicalismos políticos y grupos del crimen organizado.

Con el Internet y sus redes sociales, se han amplificado los discursos de odio, lo cual ha multiplicado sus lastimeros objetivos. Los mensajes bajo estos medios se producen y comparten con una facilidad asombrosa, con impacto en todo el mundo, de manera económica y anónima. Por ejemplo, en España, los principales colectivos victimizados por el discurso de odio, según el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, son el “norte de África”, la islamofobia, afrodescendientes, inmigrantes y latinoamericanos.

Para combatir los diversos tipos de “odio”, se han redoblado esfuerzos. El artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos indica que “toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley”. No obstante, la clasificación del discurso de odio como tal aún está fuera de esta ley y de otras.

Este artículo subraya la “prueba del umbral”, la cual afirma que se necesita “un umbral alto debido a que la limitación a la libertad de expresión debe continuar siendo una excepción. El Plan de Acción de Rabat sugiere que cada una de las seis partes de la siguiente prueba de umbral sea cumplida para que una declaración sea considerada como delito”; estas partes son: El contexto, el orador/a, la intención, el contenido y la forma, la extensión del discurso y la probabilidad, incluyendo la inminencia.

Desde el 2022, cada 18 de junio se conmemora el Día Internacional para Contrarrestar el Discurso de Odio. Este es un esfuerzo necesario para que las sociedades no solo comprendamos a diferenciar mensajes cuyo objetivo es dividir a la sociedad. También es importante impulsar actos violentos que pueden terminar, muchas veces, en genocidios o actos terroristas en nombre de fanatismos religiosos o ideológicos.

En México llevamos varios años con mensajes divisorios provenientes de algunas esferas desde el poder. La propaganda para clasificar a buenos y malos, culpables y salvadores, se ha intensificado de manera peligrosa, más cuando el problema del crimen organizado representa una fuerza terrorífica desde donde se recluta y mata sin pudor, y la mayoría de las veces bajo total impunidad.

Los vínculos entre crimen organizado y políticos es un hecho consumado, y el empoderamiento de esta simbiosis sucede sin que nadie haga algo para detenerlo; al contrario, las expectativas por saber lo que pueden decir diversos líderes criminales ante autoridades estadounidenses están generando que los discursos de odio se intensifiquen.

Por ello, estos mensajes, bajo cualquier origen proveniente desde los diversos poderes del Estado, son inaceptables. Ni contra minorías, pero tampoco contra los medios y las libertades de expresión que surjan de cualquier colectivo o agrupación.

Vivimos tiempos complejos, donde la fuerza del Estado no solo proviene de las armas, sino también de dichos discursos de odio que buscan desestabilizar, confundir o promover violencia, muchas veces disfrazados de propuestas por el bien común.

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