Los resultados electorales del domingo pasado en Ecuador reafirman que los latinoamericanos están divididos entre las cada vez más confusas ideologías de izquierda y de derecha, y que en muchos casos, independientemente de su inclinación, apoyan a políticos populistas.
La población de Ecuador ronda los 18 millones de habitantes, una cifra pequeña en comparación con países como México o Brasil (que se aproximan a los 130 millones y 212 millones respectivamente), incluso a Argentina (45 millones), pero es un país relevante geopolíticamente.
Su historia ha impulsado a uno de los principales ideólogos de la izquierda populista, el perseguido Rafael Correa, quien aún reside en Bélgica, prófugo por acusaciones de corrupción.
Precisamente, ante los últimos resultados, se podría decir que el correísmo está prácticamente liquidado en el país. Uno de sus principales errores, al igual que muchos populismos agotados, fue su incapacidad de reinventarse o buscar construir realidades a partir de muchas mentiras; paralelamente, el poder aglomerado entre empresarios, quienes portan la bandera del partido Acción Democrática Nacional (ADN) y son aliados indiscutibles de Donald Trump, se posiciona como la nueva fuerza política hegemónica dentro del país, lo cual no necesariamente significa que será algo bueno para el país, pero sí un síntoma respecto a la encrucijada que se vive en Ecuador y en el resto de América Latina.
Con el 99 por ciento de los votos escrutados, y un resultado que le favorece por 12 puntos de diferencia, el derechista Daniel Noboa (ADN) gobernará la nación ecuatoriana por cuatro años más, al superar a la candidata de la coalición correísta, Luisa González, del partido Revolución Ciudadana y Movimiento (RETO).
A pesar de que políticos de la oposición y observadores internacionales validaron el proceso electoral como “pacífico” y “transparente”, Luisa González lo quiso declarar fraudulento, una carta que tenía preparada el correísmo para seguir interfiriendo en los destinos del país, aunque no es más que una estrategia que forma parte del manual de los grupos populistas.
Ecuador tiene como vecinos a Colombia, Perú y al Océano Pacífico. Justo, el país se encuentra entre los dos ejes ideológicos distintos latinoamericanos. En Perú gobierna Dina Boluarte, tras la polémica destitución de Pedro Castillo. Boluarte inició su trayectoria política abrazada de las causas de izquierda; no obstante, finalizó en los brazos de los sectores conservadores y de derecha, bajo un fuerte respaldo del Ejército.
Por otro lado, en Colombia gobierna el izquierdista Gustavo Petro. Fue guerrillero del grupo 19 de abril, congresista y alcalde de Bogotá. Desde esa trinchera, se podría ver el mapa de cómo están arraigadas las diversas corrientes: por un lado, el frente de las izquierdas, con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil; Gabriel Boric en Chile; Xiomara Castro en Honduras, y Luis Arce en Bolivia.
Por otra parte, dentro de la derecha están Javier Milei en Argentina; Santiago Peña en Paraguay; Rodrigo Chaves en Costa Rica, y Nayib Bukele en El Salvador. Por supuesto que están los extremos indefinidos, como es el caso de Nicaragua y Venezuela, dictaduras infames que han llevado a sus sociedades a una incalculable destrucción, fomentada por Daniel Ortega, quien cogobierna con su esposa Rosario Murillo, y por Nicolás Maduro. Cerca, se encuentra una Cuba llena de cenizas y escasez. No obstante, en pleno siglo XXI hay países sin gobierno como Haití, donde la peor miseria permea la sociedad.
Sin lugar a dudas, con Donald Trump en el poder, la estrategia de alianzas comenzará a dinamitar las relaciones y el multilateralismo en América Latina. Por ahora, cuenta con los incondicionales Bukele-Milei y ahora, en forma reforzada, con Noboa. Esta columna vertebral será con la que juegue el mandatario estadounidense para buscar controlar, o bien desestabilizar, a modo la región.
La contraparte entre moderados y de izquierda, liderados por la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y Lula da Silva, y cuyos países son los polos regionales y las mayores economías de la región, tendrán la ardua tarea de buscar equilibrar los destinos del continente, frente a un descontrolado Donald Trump.
Mientras tanto, la región latinoamericana vive una intensa etapa de sombras, donde el progreso no se verá reflejado de igual medida en todos los países. La izquierda y la derecha, y sus radicalismos, siguen dejando mucho qué desear, y el tiempo corre entre las necesidades y la falta de paciencia en sociedades aún lastimadas.