Lo sucedido en Valencia, España, el fin de semana pasado, es nuevamente un claro ejemplo de que el cambio climático está impactando a nuestro planeta y a todo ser vivo que lo habita. Diariamente, los efectos por el sobrecalentamiento global provocan muertes y evidencias de que quienes nos gobiernan se han visto rebasados por devastadores fenómenos meteorológicos.
No solo se requiere una nueva estructura gubernamental en lo local y en lo global que comprometa a gobiernos y empresas egoístas a mejorar sus costumbres en el manejo de industrias contaminantes y, de esta forma, revertir dolorosas catástrofes. También urge establecer protocolos y acciones preventivas que frenen la rapidez inusual y furia desmedida de tormentas, vientos e incendios.
La ONU subraya que lo sucedido en España “se une a la última de una serie de catástrofes por inundaciones que han afectado a comunidades de todo el mundo”. Y que “el cambio climático (antropogénico) intensifica las condiciones meteorológicas extremas”. Por su parte, la Agencia Estatal de Meteorología española afirmó que el agua que cayó durante las ocho horas que llovió entre los días 29 y 30 de octubre equivale a las precipitaciones de un año completo. No hay manual aún que nos diga cómo actuar ante esos volúmenes de líquido.
Al fenómeno que devastó parte de la provincia de Valencia se le conoce como Depresión Aislada en Niveles Altos, DANA, y se genera por el calor superficial que queda del verano en el otoño, el cual es sometido a una repentina invasión fría por el aire procedente de las regiones polares.
Celeste Saulo, secretaria general de la Organización Meteorológica Mundial, afirma que “como consecuencia del aumento de las temperaturas, también se ha vuelto más errático e impredecible”. En 2023, Acapulco y sus habitantes enfrentaron incrédulos y aterrorizados el huracán Otis, un varapalo del que aún no se recuperan.
Por otro lado, está la carente respuesta de las diversas áreas y niveles de gobierno. Su incapacidad para prever, actuar y planear un rescate oportuno está dejando mucho que desear respecto a sus programas de protección civil. Por supuesto, y como siempre, se interponen los intereses políticos-electorales sobre la coordinación pronta y colegiada de los diferentes niveles de mando.
Apenas el lunes, y después de las protestas de los ciudadanos en la zona cero de Valencia, en la localidad de Paiporta, donde se produjeron las peores afectaciones, el presidente de la comunidad de Valencia, Carlos Mazón, comenzó a culpar de la catástrofe al gobierno de Pedro Sánchez por tardar en alertar a la ciudadanía a través de móviles; además exige montos presupuestales extraordinarios que ascienden a más del total anual por 31 mil 402 millones de euros.
Han sido duras las protestas que enfrentaron los líderes españoles el pasado domingo, pero sobre todo las otorgadas a los reyes de España. Tanto Felipe VI como su esposa Letizia no se escaparon del barro e improperios arrojados por ciudadanos enfurecidos y desesperados por ver sus viviendas perdidas o familiares o vecinos que perdieron la vida en una tragedia que pudo ser evitable, o bien prevista si se hubiera contado con mecanismos y protocolos de mayor prevención.
Más de 215 personas fallecidas y 89 desaparecidos es el saldo al corte de ayer, según datos oficiales que arrojó la DANA en Valencia. Además, miles de viviendas y enseres que desaparecieron en un santiamén. A pesar de ello, el presidente del gobierno Pedro Sánchez dijo que estuvieron listos desde “el primer minuto” y finalmente aceptó declarar zona catastrófica a las comunidades afectadas. Para calmar los ánimos, también prometió un plan de ayudas que asciende a 10 mil 600 millones de euros.
Las reacciones están siendo demasiado tardías y es necesario que se convoquen y abran nuevos puentes para que los países comprometidos se impongan y dejen de depender de las poco productivas conferencias sobre el cambio climático que organiza la ONU y que año tras año, por más buenos deseos expresados, no se avanza en las urgencias al respecto. Las decisiones, al no ser vinculantes, se esfuman junto con los gases de efecto invernadero.
Por ello, hacen falta nuevos mecanismos que lideren países que en verdad se comprometan a actuar por encima de los intereses globales por los particulares.