Innovación, Clima y Capital

Un futuro inteligente en un planeta con sed

La inteligencia artificial impulsa innovación, pero su huella hídrica preocupa: millones de litros para enfriar centros de datos ponen en riesgo regiones con sequía.

“Cuando bebas agua, recuerda la fuente”

Proverbio Chino

A Alan Bolt, sembrador de agua. In Memoriam

Durante el verano de 2022 en Iowa, la familia de Mark y Heidi amanecía todos los días con la presión del agua en su casa que apenas alcanzaba para llenar un balde, y afuera sus cultivos se secaban bajo el sol. Ese mismo verano, un centro de datos de Meta a pocos kilómetros consumía hasta 7.57 millones de litros diarios para enfriar servidores que entrenaban modelos de inteligencia artificial.

No es un caso aislado. En Virginia, la región con más centros de datos en el mundo, el consumo llegó a 7,570 millones de litros de agua en 2023, un aumento del 63% respecto a 2019. En España, Amazon obtuvo autorización para extraer 755 mil metros cúbicos anuales en Aragón, equivalentes al riego de 233 hectáreas de maíz. En Santiago de Chile, la presión comunitaria obligó a cambiar su sistema de enfriamiento por el uso excesivo de agua. En Arizona, Meta y Amazon expanden infraestructura en pleno desierto, con promesas de ser “agua-positivas” hacia 2030, mientras hoy siguen dependiendo de millones de litros diarios.

La IA se presenta como la tecnología del futuro. Diagnósticos médicos más rápidos, sistemas de alerta temprana para huracanes, productividad humana, eficiencia en cadenas de suministro y nuevas oportunidades económicas. Pero detrás de esa promesa hay un costo silencioso. Un centro de datos mediano puede utilizar más de 416 millones de litros de agua al año. Hacer entre 10 y 50 preguntas/respuestas con ChatGPT usa unos 2 litros de agua. Cuando el calor sube, la demanda de agua también.

En América Latina, la tensión es doble. Por un lado, los gobiernos quieren atraer inversión tecnológica para no quedarse fuera de la carrera digital. Por otro, la crisis hídrica es cada vez más profunda. En México más del 65% del territorio enfrenta algún grado de sequía y hasta el 40% del agua potable en la Ciudad de México se pierde en fugas. En Sonora y Baja California, los proyectos de desalinización avanzan lento mientras comunidades enteras dependen de pipas para cubrir necesidades básicas. Si instaláramos centros de datos del tamaño de los de Virginia o Iowa la competencia por el agua sería insostenible. Recientemente el gobierno federal anunció la desprivatización de 40 mil millones de metros cúbicos de agua concesionados a grandes empresas. Este giro abre un debate sobre cómo se gestionará ese recurso y qué sectores tendrán prioridad frente a industrias intensivas en agua.

El problema no termina en el agua. Además de energía, la cadena de valor de la IA depende de minerales críticos extraídos en ecosistemas frágiles. El níquel y el cobre de islas en Indonesia. Myanmar y el cobalto del Congo cargan con historias de contaminación, erosión y abusos. Estas tecnologías dependen de ecosistemas marginales que pagan el precio ambiental y social de la innovación. Para alcanzar el ODS 6 (agua limpia y saneamiento) los gobiernos tendrían que trabajar cuatro veces más rápido que hoy. Mientras la inteligencia artificial avanza a velocidades sin precedentes, la gobernanza del agua se mueve con pasos muy lentos.

La solución no es cerrar la puerta. Ningún país puede darse el lujo de quedarse fuera de la inteligencia artificial. El reto es verla como una oportunidad para poner condiciones y abrir espacio a nuevas tecnologías de eficiencia y justicia hídrica. Existen alternativas. Sistemas de enfriamiento por inmersión reducen hasta en 50% el uso de agua comparado con los tradicionales. El calor residual de los servidores puede alimentar la calefacción urbana, como ya sucede en Dinamarca y Finlandia. Empresas como Google han empezado a usar aguas residuales en lugar de agua potable y a comprometerse con metas de reposición de hasta 120% en 2030.

Debemos fomentar una cultura de rendición de cuentas para las grandes empresas, y tomar en serio la inversión y la innovación y sobre todo, promoverlas. No es poner el agua como un tema crítico o como algo inevitable, sino como algo sobre lo que hay soluciones. La búsqueda e inversión de esas soluciones deben de ser prioridad en la agenda política y de inversionistas; esa es a mi criterio la verdadera emergencia.

En México, el camino podría ser aprovechar la IA para detectar fugas en redes que hoy desperdician millones de litros, modernizar plantas de tratamiento y escalar proyectos de captación pluvial. En Hermosillo, un organismo de agua comenzó a operar con energía solar, mostrando que sí es posible innovar con la lógica inversa: tecnología al servicio del agua, no agua al servicio de la tecnología. El dilema es real, pero también la oportunidad. Convertir este problema en motor de innovación, inversión y justicia hídrica puede redefinir la manera en que crecemos.

El costo de no hacerlo es infinitamente mayor. El agua no debe verse como un freno al desarrollo tecnológico, sino como la base sobre la que construir un futuro inteligente. México puede demostrar que la IA y las nuevas tecnologías pueden crecer de la mano de una gestión justa y resiliente del agua. El agua, no los algoritmos, es la red vital que sostiene la vida. Hablar de soberanía en tiempos de fiestas patrias es también preguntarnos qué país queremos ser y asegurar que nuestro futuro incluya tanto tecnología como agua.

Nelly Ramírez Moncada

Nelly Ramírez Moncada

Especialista en desarrollo internacional con más de dos décadas de experiencia en América Latina y África.

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