Innovación, Clima y Capital

El agua, la nueva moneda de la frontera

Cuatro de los seis estados fronterizos del lado mexicano enfrentan sequías severas, mientras las ciudades crecen, las industrias demandan más y nuevos actores, como los centros de datos para inteligencia artificial, anticipan un consumo gigantesco de agua y energía confiable.

La frontera entre México y Estados Unidos no es una línea divisoria, es una región viva, con 23 millones de habitantes distribuidos en 10 estados, con 94 municipios mexicanos y 48 condados estadounidenses que marcan el pulso de la economía binacional. Se trata de la frontera más transitada del mundo, con más de 250 millones de personas, y 4.3 millones de camiones de carga cruzando anualmente. El comercio bilateral de bienes superó los 839 mil millones de dólares en 2024. Para dimensionar: solo entre Tijuana y San Diego se registran 69 millones de cruces anuales, una cifra que supera el total de 62 millones de cruces entre Estados Unidos y Canadá. Pero detrás de estas cifras palpita una fragilidad que amenaza a ambos lados, la crisis del agua y de la energía.

El reto es tan grande que no exagera quien dice que el agua se convirtió en la moneda dura de la relación bilateral. El Tratado de Aguas de 1944 obliga a México a entregar un promedio anual del río Bravo a Estados Unidos, pero desde 1992 arrastra déficits. Al mismo tiempo, 75% del agua en México se destina a la agricultura y gran parte se desperdicia; 70% de la producción agrícola depende de acuíferos subterráneos que eventualmente se agotarán. Los canales fronterizos operan apenas al 60% de su capacidad y las reservas promedio de agua están al 25%. Cuatro de los seis estados fronterizos del lado mexicano enfrentan sequías severas, mientras las ciudades crecen, las industrias demandan más y nuevos actores, como los centros de datos para inteligencia artificial, anticipan un consumo gigantesco de agua y energía confiable.

El panorama energético no es menos preocupante. La infraestructura está desfasada hasta por 25 años en algunas regiones. Las grandes empresas tecnológicas y manufactureras, que consumen enormes volúmenes de electricidad y agua, necesitan confiabilidad y escala, pero las inversiones se han quedado cortas. En este contexto, el acceso simultáneo a agua y energía se convierte en condición de competitividad regional. La frontera ya no solo depende de aduanas modernas o puentes rápidos, sino de cuánta agua y cuánta energía sustentable pueda garantizar.

En este contexto, el Banco de Desarrollo de América del Norte (NADBank), creado en 1994 con el TLCAN y propiedad conjunta de ambos países, envía una señal clara con el lanzamiento del Fondo de Resiliencia Hídrica por 400 millones de dólares. Este instrumento reducirá hasta en 50% el costo de inversión en proyectos de agua e incorporará un componente de 100 millones en apoyos no reembolsables. Es mucho más que un programa financiero, es el primer intento serio de reconocer al agua como la nueva moneda de la relación bilateral.

El NADBank nació financiando infraestructura en la zona fronteriza, con un mandato que se extiende hasta 100 kilómetros al norte de la línea internacional en Estados Unidos y 300 kilómetros al sur en México. Tres décadas después, evoluciona hacia un rol más ambicioso: convertirse en un banco que abre camino a inversiones e innovaciones clave para garantizar el agua y la energía, pilares de la economía y de la vida en la región. Proyectos como plantas de desalinización, sensores digitales para detectar fugas, reutilización de aguas residuales e industriales, modelos de inteligencia artificial para gestionar el tráfico fronterizo, membranas avanzadas para potabilizar agua, sistemas de water banking o tecnologías de captación de humedad atmosférica son innovaciones que pueden redefinir el futuro de la frontera. Hoy no se trata de la supervivencia del más fuerte, sino de la supervivencia del más rápido, y nunca antes fue tan urgente innovar.

Recién celebró su séptima cumbre en San Antonio, Texas, donde tuve la oportunidad de participar. Fue un espacio que reunió a voces de ambos países alrededor de un mismo mensaje, agua y energía no pueden seguir siendo rezagos de infraestructura, sino prioridades compartidas que definen la seguridad y la competitividad de la región. Los paneles y conversaciones no dejaron lugar a dudas, si no invertimos en resiliencia ahora, el costo económico y social será mucho mayor después.

La lógica de “suma cero” en el agua y la energía nos conduce al colapso. La frontera es la costura de la relación bilateral y requiere ser reforzada con inversiones compartidas, innovación y visión de largo plazo. En este tejido, el NADBank puede volver a ser el hilo que mantenga unidas las dos piezas y el catalizador de un modelo binacional de resiliencia.

En tiempos de tensiones políticas y discursos de separación, vale recordar que el NADBank es propiedad conjunta de México y Estados Unidos. Es una institución que representa lo mejor de la visión compartida, que la frontera no solo divide, también cose, financia y apuesta por un futuro común, al que además estamos destinados para siempre. La resiliencia hídrica y energética es la condición que definirá la supervivencia de la región y del comercio binacional que la impulsa, por encima de cualquier discurso político.

Nelly Ramírez Moncada

Nelly Ramírez Moncada

Especialista en desarrollo internacional con más de dos décadas de experiencia en América Latina y África.

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