Más del 45 % de los municipios de México están en zonas costeras. En ellas vive una quinta parte de la población nacional, se concentra buena parte del turismo y se generan millones de empleos en pesca, acuacultura, servicios y biotecnología marina. Los arrecifes sanos pueden reducir hasta el 90 % de la energía de las olas durante eventos extremos, y sin ellos, las zonas inundadas crecerían un 69 %, afectando a 1.7 millones de personas adicionales. Aun con estos datos, las zonas costeras siguen siendo periféricas en la conversación sobre innovación, y reciben menos del 1 % del financiamiento climático global.
Frente a esta paradoja, nuestras costas, que sostienen comunidades, pesquerías, turismo y biodiversidad, están al frente de los impactos del cambio climático y, siguen siendo periféricas en la conversación sobre innovación. En Baja California Sur, donde el aumento del nivel del mar, la sobrepesca y las olas de calor marinas ya están transformando la vida cotidiana, era urgente pensar un nuevo tipo de inversión climática, que parta del territorio, con soluciones diseñadas por quienes lo habitan.
En un esfuerzo reciente, el programa TECA, recibió más de 220 propuestas de todo el estado. Se seleccionó una primera cohorte de diez emprendimientos que responden con modelos de negocio concretos a retos locales, desde la maricultura regenerativa de abulón y ostiones en comunidades pesqueras, hasta la creación de arrecifes artificiales con cerámica hecha de sargazo, postes agrícolas fabricados a partir de agroplásticos reciclados, y servicios de refrigeración limpia accesibles para zonas con calor extremo.
Son empresas como Oyster Mex, que cultiva ostiones sostenibles en San Buto; Raíces del Mar, una cooperativa de Bahía Tortugas que transita de la pesca extractiva al cultivo regenerativo; o Thrasos 3D, que imprime cerámica carbono-negativa para restaurar arrecifes y construir infraestructura ecológica. También está EcoRed, liderada por mujeres pescadoras del Golfo de Santa Clara que conectan directamente con consumidores conscientes, y EnerCool, que ofrece refrigeración solar bajo un modelo de pago por uso. Recicladora Ambiental surgió de una historia personal, su fundador, ganadero en Mulegé, vio morir a su ganado por ingerir agroplásticos abandonados, y hoy convierte ese desecho en vallas para el sector agrícola y turístico. En paralelo, Estudio Mapache recupera mobiliario hotelero junto a mujeres artesanas que trabajan desde casa, y ya colabora con otras iniciativas: sus camastros reciclados serán transformados por Recicladora Ambiental y utilizados por Sato Umi, una startup que instala arrecifes artificiales modulares con tecnología japonesa. Lo que empezó como una cohorte, se ha convertido en una red viva de colaboración y circularidad.
Existen muchos programas de aceleración, pero aún son escasos los que combinan acompañamiento técnico, inclusión territorial y enfoque intergeneracional, como este co-implementado por New Ventures y BFA Global en México. Esta iniciativa convocó desde cooperativas pesqueras hasta jóvenes profesionistas, y priorizó el talento local, especialmente de mujeres y personas que nunca habían tenido acceso a este tipo de oportunidades. En una región con alto nivel educativo en disciplinas como biología marina y una larga historia de filantropía ambiental, el reto ahora es transitar hacia un ecosistema de negocios sostenibles que no dependa exclusivamente de fondos externos y donaciones.
El esfuerzo fue posible gracias al apoyo de Innovaciones Alumbra, Swiss Re Foundation, PayPal, Nacional Monte de Piedad, Fundación Coppel y Builders Vision. Una alianza diversa, comprometida con algo más que la inversión, con reequilibrar el mapa de la innovación climática, y reconocer que las soluciones no siempre vienen del centro, sino del mar, de las comunidades que lo viven y lo cuidan.
La nueva edición, que comienza en septiembre, buscará atraer un 30% de innovaciones de otros países latinoamericanos para fomentar el intercambio regional, ampliar el enfoque de género y explorar mecanismos de financiamiento climático que fortalezcan estos modelos. El objetivo es claro: que Baja California no solo reciba innovación, sino que la exporte.
Como escribió la presidencia de Brasil en la cuarta carta rumbo a la COP30, necesitamos un mutirão global para acelerar la acción climática, alianzas amplias, soluciones replicables y transformaciones sistémicas. TECA es un ejemplo concreto de ese mutirão desde el sur del país. No es una promesa, es una práctica. Lo más poderoso es que empieza con algo sencillo: creer que la innovación no está reservada para Silicon Valley, sino que también nace en Mulegé, en La Paz, en San Ignacio.
Invertir en innovación climática local no es una apuesta idealista. Es una estrategia de futuro. Porque si no apoyamos a quienes están en la primera línea de la crisis, serán ellos quienes primero pierdan. Pero si lo hacemos, serán también quienes lideren la transición que todos necesitamos. La marea ya está subiendo. La pregunta es si vamos a surfearla juntos o dejar que nos arrastre.