Hablar de servicios financieros en el contexto del cambio climático, para adaptación o mitigación, puede tomar muchas formas. Podemos hablar del crecimiento de bancos verdes, que ya movilizan más de 70 mil millones de dólares a nivel global, con operaciones en más de 50 países, o bonos verdes, bonos de sostenibilidad o fondos climáticos que permiten financiar infraestructura resiliente, sistemas de agua o energía limpia. O de seguros, paramétricos, indexados, tradicionales, microseguros, y de productos como líneas contingentes de crédito o créditos para atender emergencias. Podríamos hablar de embedded finance, de ag-tech, y del creciente número de fintechs que integran análisis climático a su oferta. El repertorio solo crece.
Y aunque los seguros no son ni la única medida ni el único producto financiero para adaptarnos al cambio climático, esta serie comienza por ahí. Porque los seguros están al centro de una tensión cada vez más evidente, la de proteger frente al riesgo en un mundo donde los riesgos están cambiando más rápido que nuestras herramientas.
Según el Global Assessment Report 2025 de la UNDRR, el número de desastres relacionados con el clima se ha más que duplicado en los últimos veinte años, representan el 91% del total de desastres reportados globalmente. Solo en 2023, se registraron pérdidas económicas por más de 380 mil millones de dólares a causa de eventos extremos, y esta cifra solo aumenta con el tiempo. Más preocupante aún es que estos eventos se concentran de forma desproporcionada en países de ingresos medios y bajos, afectando los sistemas financieros, los mercados laborales y la infraestructura básica.
En Estados Unidos, una de las economías más resilientes del mundo, las primas de seguros de vivienda han aumentado de forma dramática en todo el país, especialmente en zonas urbanas densamente pobladas. En ciudades como Miami, las primas han subido hasta un 322%, en Tampa un 213% y en Sacramento un 137%. Las razones varían por región, incendios forestales en el oeste, huracanes en la costa este, y granizadas más intensas en el centro del país. Lo que antes era una protección financiera accesible se ha vuelto, para millones, un lujo. Se estima que para 2055 más de 55 millones de personas podrían verse forzadas a migrar dentro del país por calor extremo, incendios, inundaciones o lluvias intensas.
Esta migración no sólo alterará dinámicas poblacionales, también pondrá presión sobre los ingresos públicos y el valor inmobiliario: más de 70 mil vecindarios podrían perder valor y generarse pérdidas acumuladas por 1.47 billones de dólares. Más de la mitad del valor del mercado residencial estadounidense está hoy en zonas vulnerables al cambio climático. ¿Conocemos estos datos para México o la región?
En México, en Baja California Sur o en Quintana Roo, las aseguradoras han empezado a salir de las zonas de alto riesgo, eliminando coberturas o incrementando sus precios a niveles inalcanzables. Lo que alguna vez fue una conversación sobre pobreza y vulnerabilidad ahora es también una conversación sobre hogares de clase media, sobre pequeñas empresas, sobre ciudades enteras que ven desaparecer el acceso a cobertura. En México, donde la adopción de seguros ya era baja, es una alerta seria. Según la ENIF 2024, solo el 18% de las mujeres tiene un seguro, comparado con el 28% de los hombres. Si ya teníamos una brecha, el cambio climático la está ensanchando.
Hay modelos que intentan responder a este desafío. En Nepal, un seguro paramétrico para pequeños productores de arroz expuestos a inundaciones ha mostrado resultados prometedores. En lugar de depender de peritajes largos, el seguro paga automáticamente cuando se alcanza un umbral climático. En la evaluación de 60 Decibels, el 90% de los usuarios eran nuevos usuarios de seguros y más del 70% se sintió mejor preparado para futuras crisis. Diseños simples, activaciones claras y confianza en las redes locales es parte de la fórmula.
La pregunta no es si el sistema financiero debe adaptarse, sino si lo hará a tiempo. Porque cuando cambia el clima, cambian también las finanzas. México tiene una oportunidad para liderar en esta agenda. Un Laboratorio de Cambio Climático y Finanzas como parte de la banca de desarrollo, permitiría entender mejor los riesgos, impulsar innovación en productos financieros, y asegurar que la transición hacia sistemas más resilientes no excluya a los más vulnerables. Es momento de asumir que la intersección entre clima y finanzas llegó para quedarse, ya existen múltiples soluciones activas que combinan innovación financiera, datos climáticos e inteligencia artificial. Desde seguros paramétricos para proteger ecosistemas como los arrecifes de coral, hasta microahorros climáticos, créditos agrícolas flexibles, o herramientas que anticipan riesgos a partir de modelos predictivos. Los productos existen. Lo que falta es escala, coordinación y decisión.
Si el seguro desaparece, no solo se pierde una póliza. Se pierde la posibilidad de reconstruir. En un mundo cada vez más expuesto, reconstruir será cada vez más necesario. Si las aseguradoras no logran adaptarse al nuevo mapa de riesgos, corren el riesgo de volverse irrelevantes justo cuando más se les necesita. En la siguiente entrega expondré otros productos financieros desde esta mirada del cambio climático, y algunas propuestas concretas de adaptación.