A Josefana Moncada, mi tía.
“Las mujeres son las primeras en sentir
el impacto de la degradación ambiental,
pero también son las primeras en actuar.”
— Wangari Maathai
Una mujer caminando bajo el sol ardiente, cargando un balde de agua sobre la cabeza y su hijo atado en la espalda, no es solo una imagen de esfuerzo, es el retrato cotidiano y silencioso del costo desigual del cambio climático. A medida que las sequías se intensifican y las temperaturas rompen récords, son las mujeres —sobre todo en contextos rurales o con menos recursos— quienes asumen las consecuencias más duras del cambio climático. No por casualidad, sino por una serie de desigualdades que hacen que el clima no nos afecte a todos por igual.
Las mujeres suelen ser las primeras en actuar. Organizan redes de apoyo cuando hay una emergencia, impulsan soluciones locales cuando fallan las políticas públicas, y con frecuencia son las primeras en adquirir un microseguro o pedir un crédito para proteger a sus familias. Según ONU Mujeres, el 80 por ciento de las personas desplazadas por el cambio climático son mujeres. Pero su rol no se limita a la respuesta. También lideran iniciativas comunitarias para adaptarse: cambian cultivos, introducen nuevas tecnologías y promueven prácticas sostenibles.
A pesar de este liderazgo, el cambio climático golpea más fuerte a las mujeres. Cuando hay sequía, son ellas quienes caminan más para conseguir agua. Cuando el calor extremo llega, son sus cuerpos los que sufren más. Un estudio publicado en PubMed señala que las mujeres tienen 3.7 veces más probabilidad que los hombres de ser intolerantes al calor extremo, debido a factores fisiológicos como menor superficie corporal y menor capacidad aeróbica. Este dato es especialmente crítico para las mujeres que trabajan al aire libre, como agricultoras, vendedoras o trabajadoras del hogar y ya no digamos, mujeres embarazadas.
Además, el aumento de fenómenos climáticos extremos se traduce en más carga doméstica. Cuando hay que cuidar a niños con enfermedades transmitidas por el agua o proteger un hogar afectado por inundaciones, el trabajo recae, casi siempre, en las mujeres. Según el informe de Género y Biodiversidad de ONU Mujeres, estas cargas afectan también su tiempo disponible para generar ingresos, participar en procesos de decisión o acceder a educación.
Sin embargo, las mujeres se adaptan. En África, cooperativas lideradas por mujeres han adoptado soluciones basadas en la naturaleza para proteger cultivos ante lluvias erráticas. En México, mujeres pescadoras en Baja California han transformado sus prácticas para proteger ecosistemas marinos y adaptarse a la sobrepesca, accediendo a productos financieros con apoyo técnico. Invertir en ellas no es caridad. Es invertir en comunidades completas.
Frente a esta realidad, invertir en mujeres es urgente y estratégico. La estrategia de género del Banco Mundial (2024–2030) lo reafirma, la igualdad no solo es un derecho, es una condición para lograr transiciones efectivas. La Corporación Financiera Internacional (IFC) también lo ha demostrado: las empresas lideradas por mujeres son más propensas a incorporar prácticas sostenibles, y los productos financieros adaptados a sus necesidades tienen mayor impacto en resiliencia comunitaria. El programa Banking on Women de IFC ha demostrado que financiar negocios liderados por mujeres no solo es rentable, también es esencial para una transición climática justa. Las mujeres empresarias tienden a reinvertir en sus comunidades, innovan en prácticas sostenibles y son más propensas a contratar a otras mujeres. Este programa ha movilizado e invertido más de 10 mil millones de dólares en instituciones financieras de mercados emergentes para financiar a mujeres y pymes lideradas por mujeres. En América Latina, muchas mujeres ya usan microseguros para mitigar pérdidas tras huracanes o sequías.
Estos son algunos programas de muchos que existen en el mundo. Sin embargo, el financiamiento climático con enfoque de género sigue siendo la excepción, no la norma. Solo un pequeño porcentaje de los fondos climáticos internacionales llega directamente a organizaciones lideradas por mujeres. Y aún menos considera las diferencias en cómo mujeres y hombres viven el cambio climático. No podemos repetir en el clima las mismas brechas que ya existen en otros sectores y que los fondos verdes repliquen las asimetrías azules y rosas de siempre.
Si queremos enfrentar el cambio climático con eficacia, necesitamos a las mujeres al centro de las soluciones. Como líderes, como empresarias, innovadoras, y agentes de cambio. Necesitamos políticas públicas que midan los impactos diferenciados. Necesitamos productos financieros diseñados con ellas, no solo para ellas.
Porque el clima cambia. Pero también puede cambiar la forma en que lo enfrentamos.
Y ahí, las mujeres ya tenemos experiencia.