Antes del Fin

2027: el fin de la verdad verificable

Si la realidad dejó de ser negocio, entonces la ficción toma su lugar. Y en un mercado donde la ficción compite con la verdad con las mismas herramientas, lo que estará en juego no será la información, sino la capacidad de interpretar.

Hace unos meses escuché a Alejandro González Iñárritu contar una conversación que tuvo con el CEO de Google. En esa charla, el directivo pronunció una frase que parecería sacada de una novela distópica, pero que él dijo con la seriedad de quien habla de algo inevitable: “Para 2027 ya no va a existir la verdad”.

Esa sentencia me sacudió. No por exagerada, sino por plausible. La escuché como quien recibe un diagnóstico incómodo: algo que intuíamos desde hace tiempo, pero que nadie había dicho tan claramente. No me preocupó si la predicción sería exacta o no. Me preocupó lo que significaba: la fragilidad de nuestra capacidad para distinguir lo real de lo creado.

Desde ese día comencé a indagar no en la desaparición de la verdad —porque eso sería asumir que alguna vez existió como un absoluto—, sino en su naturaleza. Qué es. Cómo opera. Por qué nos sostiene y por qué nos traiciona.

Lo que encontré no es nuevo, pero es urgente: la verdad nunca ha sido un hecho puro; siempre ha sido una interpretación. Lo verdaderamente nuevo es que hoy existe tecnología capaz de producir mentiras tan sofisticadas que operan como si fueran verdad.

Y eso cambia por completo nuestra relación con la realidad.

Los griegos lo sabían. Protágoras afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”: para cada persona, la verdad depende de quien mira. Nietzsche profundizó: “No hay hechos, solo interpretaciones”. Hannah Arendt advirtió que, cuando la política manipula la información, lo que se destruye no es el dato, sino la confianza pública.

Pero lo que enfrentamos ahora ya no es filosofía: es ingeniería. No estamos ante narrativas políticas que acomodan hechos, sino ante sistemas capaces de fabricar hechos enteros. Imágenes que nunca ocurrieron, voces que nunca fueron dichas, documentos imposibles de rastrear, recuerdos implantados por saturación emocional.

No es la mentira tradicional —la que exagera o distorsiona—, sino la mentira perfectamente verosímil, diseñada para producir efectos reales en la conciencia colectiva. Si el siglo XX discutió qué era la verdad, el XXI discute algo más inquietante: si podremos reconocerla cuando la tengamos enfrente.

Hoy un video falso puede tener más alcance emocional que un testimonio real; una narrativa inventada puede movilizar más gente que una evidencia sólida; un algoritmo puede mostrarnos sólo aquello que refuerza nuestra preferencia del mundo. La verdad se abandona como punto de encuentro y se convierte en un producto segmentado.

Hay una consecuencia directa: cuando cada persona recibe una verdad distinta, desaparece la posibilidad de una conversación pública común. La sociedad deja de debatir y empieza a coexistir en burbujas paralelas. La política deja de orientar y empieza a manipular. La ciudadanía deja de decidir y comienza a reaccionar.

El CEO de Google no dijo que la verdad morirá. Lo que realmente advirtió es que nuestro criterio será erosionado a una velocidad que nunca antes enfrentamos. La verdad seguirá existiendo, pero perderemos la brújula para identificarla.

Ese es el riesgo central. Lo que está en juego no es la realidad, sino nuestra capacidad de reconocerla.

En los próximos años, la facultad más importante no será acceder a más información, sino desarrollar la disciplina de pensar despacio: comparar, verificar, dudar, hacer silencio frente a un entorno que nos quiere en estado permanente de reacción. La resistencia del futuro no será ideológica. Será cognitiva.

Y quizá usted se pregunte qué tiene que ver todo esto con finanzas. La respuesta es: todo.

Porque, ¿cuánto costará protegernos del exceso de información? ¿Cuánto valdrá entrenar a equipos capaces de distinguir lo real de lo creado? ¿Qué disciplinas —desde la verificación de datos hasta la alfabetización digital— tendremos que adoptar para ser conscientes, al menos, de nuestra propia realidad?

Piénselo en términos económicos: ¿cuánto cuesta desprestigiar a una persona, a un gobierno o a una empresa con un video de quince segundos? ¿En cuánto tiempo puede colapsar un negocio que tardó décadas en construirse por un deepfake convincente? ¿Cuánto vale la reputación cuando la reputación puede fabricarse o destruirse en segundos?

Antes del fin

Si la realidad dejó de ser negocio, entonces la ficción toma su lugar. Y en un mercado donde la ficción compite con la verdad con las mismas herramientas, lo que estará en juego no será la información, sino la capacidad colectiva de interpretar.

Porque si renunciamos a eso —si dejamos de pensar, de contrastar, de cuestionar—, entonces sí: 2027 no será el año en que muera la verdad, sino el año en que nosotros dejemos de buscarla.

Nadine Cortés

Nadine Cortés

Abogada especialista en gestión de políticas migratorias internacionales.

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