Antes del Fin

Morena contra los memes: la batalla perdida

Los jóvenes ya no veneran a los poderosos: los diseccionan con humor. Cada meme sobre un político que viaja en jet privado mientras predica austeridad es una venganza simbólica, un recordatorio de que la ciudadanía observa.

Morena presentó hace unos días una iniciativa que, de aprobarse, podría castigar con hasta seis años de prisión a quien “edite, transforme o difunda representaciones digitales sin consentimiento”.

La bautizaron ya como Ley Antistickers, y aunque en el papel busca proteger a las personas del ciberacoso, en la práctica abre la puerta a sancionar lo que en México se ha convertido en el termómetro más sincero del poder: los memes.

Pocos instrumentos retratan con tanta precisión la distancia entre gobernantes y sociedad como el humor digital. El meme es el mural contemporáneo: rápido, colectivo, irreverente.

Donde la prensa calla o la burocracia esconde, un sticker revela el abuso. La risa es, para la Generación Z, una forma de justicia. Regularla es tocar la fibra más sensible de una generación que aprendió a fiscalizar al poder con un celular.

En los últimos meses, escenas similares se repiten en el mundo. En Katmandú, protestas juveniles forzaron un relevo interino tras semanas contra la censura digital. En Madagascar, el movimiento Gen Z Madagascar exige la renuncia presidencial. En Marruecos, jóvenes del colectivo GenZ 212 denunciaron que el Estado gasta más en estadios que en hospitales. En Perú, las marchas universitarias debilitaron a Dina Boluarte hasta provocar cambios en su gabinete.

Todos esos movimientos comparten un patrón: jóvenes que no quieren ocupar curules, sino vaciarlas de cinismo. No buscan un caudillo, sino una vida que valga la pena vivir. Les importan el respeto animal, la diversidad, el medio ambiente y la posibilidad de trabajar desde cualquier lugar sin someterse a jefes ni partidos. Son una generación globalizada y ética, que entiende el poder no como meta, sino como problema.

La Generación Z no necesita discursos: tiene evidencia. Documenta, graba, archiva. Su memoria no es ideológica, es audiovisual. Cada abuso se vuelve clip; cada promesa rota, captura de pantalla. Donde antes reinaba el rumor, hoy hay prueba. Y cuando esas pruebas circulan con humor, la autoridad se desarma.

México no es la excepción, aunque muchos políticos lo crean. Mientras millones de jóvenes enfrentan trabajos precarios, créditos imposibles y falta de espacios en universidades, la clase política vive en otra dimensión: diputados viendo futbol en el pleno, dirigentes con Lamborghinis, gobernadores en mansiones y exfuncionarios con casas en el extranjero que se dicen “del pueblo”.

Esa brecha es el caldo de cultivo de la próxima sacudida política. Los jóvenes ya no veneran a los poderosos: los diseccionan con humor. Cada meme sobre un político que viaja en jet privado mientras predica austeridad es una venganza simbólica, un recordatorio de que la ciudadanía observa. Si el Congreso criminaliza esa mirada, solo la multiplicará.

La señal más visible llegó incluso desde la televisión: Aldo Támez de Nigris, influencer, ganó La Casa de los Famosos México con más de 19 millones de votos. No es un detalle menor.

Su triunfo muestra cómo esta generación logra lo que la política tradicional no entiende: movilizar emociones, construir comunidad y generar lealtades sin estructuras.

Aldo no ganó con discursos ni partidos, sino con lenguaje simbólico —autenticidad, humor, conexión digital—, los mismos códigos que hoy desafían a los viejos aparatos del poder. Mientras el Congreso discute castigar memes, la cultura popular premia a quien sabe hablar su idioma.

La historia demuestra que la censura digital suele ser el último acto antes del estallido. Rusia, Egipto y ahora México lo intentan. Pero la risa es indomable: se burla incluso de quien la prohíbe.

El riesgo para Morena —y para toda la clase política— no está en los stickers, sino en lo que revelan: una sociedad cansada de la solemnidad del privilegio.

Cada imagen que ridiculiza un exceso mide el pulso del país mejor que cualquier encuesta. Y ese pulso señala algo claro: los jóvenes ya no creen en la política tradicional, pero tampoco se resignan.

El 2027 se perfila como punto de quiebre. México aún puede corregir el rumbo si escucha esta señal en lugar de criminalizarla. Pero si insiste en castigar la crítica, el malestar que hoy se expresa en memes se convertirá en movilización real. Cuando la risa se vuelve delito, la democracia se convierte en caricatura.

Los jóvenes mexicanos no son apáticos: son lúcidos. Saben que los privilegios se sostienen con silencio y que, en este país, reírse del poder es una forma de resistencia. Si los políticos no lo entienden, pronto lo aprenderán: en las urnas, en las calles y en las redes.

Aún hay tiempo para corregir el rumbo si la clase política escucha a tiempo esta señal, en lugar de criminalizarla.

Nadine Cortés

Nadine Cortés

Abogada especialista en gestión de políticas migratorias internacionales.

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