La profesión docente enfrenta una encrucijada global. Los maestros son esenciales para liberar el potencial de cada estudiante y alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4: una educación inclusiva, equitativa y de calidad. Pero el mundo enfrenta una alarmante escasez de docentes. Según el Global Report on Teachers, se requerirán 44 millones de maestros adicionales a nivel global para 2030 solo para cubrir la educación primaria y secundaria universal.
En América Latina, la docencia sigue viéndose más como vocación que como profesión. Más del 90% de los maestros reafirman haber elegido esta carrera por convicción, pero su trabajo continúa subvalorado. Y, en México, el análisis debe ir más allá del discurso y centrarse en las decisiones financieras. El salario promedio mensual de un docente mexicano en 2022 fue de 1,341 dólares (PPP 2015), por debajo de Colombia (1,546) y Perú (1,842). Además, 91% del presupuesto educativo proyectado para 2026 se destinará a salarios e infraestructura, dejando de lado la inversión en formación profesional. Esta visión cortoplacista erosiona la calidad educativa y la motivación de quienes sostienen el sistema: las maestras y los maestros.
Para revertir la escasez y fortalecer el prestigio docente, se requiere un nuevo contrato social para la docencia: uno que reconozca a las y los docentes como una comunidad de profesionales colaborativos, reflexivos e innovadores. La evidencia internacional ofrece lecciones claras. Primero, invertir en retención, no solo en salarios. Mejorar los ingresos es necesario, pero no suficiente. La rotación docente es costosa: reemplazar a una maestra o maestro puede implicar hasta 20 mil dólares. Invertir en mentorías, inducción (solo el 40% de los nuevos docentes en la OCDE recibe alguna) y desarrollo profesional continuo reduce esos costos y eleva la calidad educativa.
Segundo, mejorar las condiciones laborales pues, según TALIS 2024, factores como la estabilidad, la carga de trabajo y el liderazgo escolar influyen tanto en el salario como en la permanencia docente. Por último, la evidencia internacional nos indica que equilibrar demandas y recursos muestra que los maestros prosperan cuando las exigencias laborales —burocracia, disciplina, rendición de cuentas— se compensan con recursos: apoyo, autonomía y formación. Cuando el equilibrio se rompe, crece el agotamiento y cae el desempeño.
En México, la revalorización docente está lejos de cumplirse. El análisis del Proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PPEF) 2026 lo confirma, solo 91.50 pesos anuales por maestro están destinados a capacitación, una cifra irrisoria para acompañar las transformaciones de la Nueva Escuela Mexicana.
Por otro lado, el Programa para el Desarrollo Profesional Docente (PRODEP) ha caído casi 90% en términos reales en la última década. La USICAMM, responsable de la carrera magisterial, ha perdido más del 99% de su presupuesto desde 2020. Con 91% del gasto concentrado en nómina, apenas 4 de cada 100 maestros accederán a formación continua. Se exige más, pero se ofrece menos y sin inversión en formación —un “recurso” esencial—, las nuevas exigencias pedagógicas solo generarán frustración y pondrán en riesgo el derecho de los estudiantes a aprender.
El 5 de octubre fue el día mundial de los docentes y es urgente hacer realidad el financiar la profesionalización docente como la inversión más rentable en productividad, cohesión social y crecimiento sostenible. Por lo tanto, un auténtico contrato social con las y los docentes de México implica dotarlo de recursos, condiciones y espacios de participación real en las políticas públicas.
La evidencia muestra que los sistemas que involucran a los docentes en la toma de decisiones logran mejores resultados de aprendizaje y bienestar. La revalorización no se decreta: se financia, se gestiona y se honra con hechos. Formar y retener a los mejores maestros es condición indispensable para el desarrollo del país. Invertir en ellos es invertir en el futuro de México.