Política para A’Mar

La simulación de la que tenemos que despertar

Crisis o Apocalipsis revela por qué el horror contemporáneo ya no necesita ideologías para justificar la violencia.

¿Hasta dónde tiene que llegar el horror para formular la creación de un nuevo proyecto civilizatorio? ¿Y cómo despertaremos ante una realidad que, a fuerza de simulación, empeora? Estas preguntas aparecieron en cuanto terminé la lectura de Crisis o Apocalipsis, el diálogo entre Jacobo Dayán y Javier Sicilia.

El libro, expone el diagnóstico de una sociedad que ha perdido su brújula moral y reflexiona sobre los gobiernos que han surgido de esta crisis, la imposibilidad de reformar el modelo de civilización actual y, en consecuencia, la necesidad de construir uno nuevo.

Con referencias de Hannah Arendt, Primo Levi, Paul Celán y más, precisan que el horror es una sombra permanente que pesa sobre nuestra existencia. Sicilia y Dayan confrontan al lector con la descomposición moral de Occidente, esa que también se refleja en México.

Ambos autores se refieren a cómo los totalitarismos y autoritarismos imponen “una narrativa mentirosa”, al disfrazar, o incluso justificar, las atrocidades con velos ideológicos. Como bien dicen, de los peores atentados se han cometido en nombre de la justicia, del pueblo y de la democracia; ahora bien, apuntan correctamente a un cambio en nuestra era: una en la que ya ni siquiera se necesitan fundamentos para cometer atrocidades. En la página 74 se encuentra la siguiente cita: “Esa forma de lo inhumano ya no se enmascara en lo ideológico. Es la expresión del puro poder sin coartada: se somete y asesina porque se quiere y se puede”. Para Sicilia y Dayan, hemos tocado fondo.

El Estado mexicano es expresión de una crisis global, pues carece de proyecto político más allá de la acumulación de poder; un modelo que es incapaz de contener los varios tipos de violencias. A falta de ideologías y plan de nación, hay un “nihilismo generalizado”, el cual, en referencia a Arendt, nos sumerge en una simulación que se exacerba, una en la que “mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada”. Tal apatía colectiva perpetúa el ciclo: deshumaniza a las víctimas para facilitar su exterminio, mientras que los populismos, con sus retazos ideológicos, ya ni remotamente intentan justificar el crimen.

Esta es la mayor diferencia entre los horrores de la Segunda Guerra Mundial y los de nuestra época: en el nazismo, justificados con una ideología, los crímenes y persecuciones fueron directos y abiertos, lo cual hizo necesaria la enmienda.

Como ejemplo histórico, se encuentra la ley aprobada en Viena en 2001 que creó el Fondo General de Liquidación para Víctimas del Nacional Socialismo, un instrumento que, hasta su cierre en 2022, dispensó más de 215 millones de dólares en compensaciones y restituciones. Éste, fue impulsado por Austria con la intención de reivindicar su imagen global y lavar el estigma de complicidad nazi que aun pesaba sobre la nación.

Hoy, sin embargo, con la supremacía de la soberanía, la reputación internacional es prescindible. En países como el nuestro, se cometen atrocidades no con la brutal franqueza del Holocausto, donde el odio contra minorías se proclamaba abiertamente en campos de exterminio y leyes raciales, sino bajo una simulación hipócrita de valores elevados. La violencia de hoy se envuelve en retórica de “justicia”, “democracia” o “seguridad nacional”. Se cambió ideología por supuestos valores abstractos.

En medio de la oscuridad, los autores vislumbran una esperanza: “La repetición de la violencia a lo largo de la historia siempre va acompañada de aquellos que, preservando el sentido, logran recuperar el contenido profundo del orden civilizatorio”. El horror podría ser el catalizador, como lo fue la derrota nazi, que permitió rearticular el proyecto civilizatorio a través de Nuremberg y la Declaración de Derechos. Y, aunque ese esfuerzo fracasó porque se institucionalizó la caridad sin verdadera justicia, el reto de hoy es mayor. ¿Seremos capaces de despertar de la simulación? Si no lo hacemos, el horror seguirá pesando sobre nuestra existencia y el apocalipsis será, más bien, una crisis perpetua.

X: @marlenemizrahi

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