“Hay pueblos que saben a desdicha”.
Pedro Páramo Juan Rulfo.
Con un ritual de origen prehispánico se buscó marcar el inicio de una nueva era para el Poder Judicial. El 1 de septiembre, los primeros ministros y ministras de la Suprema Corte de la Justicia de la Nación (SCJN) electos por voto popular, recibieron bastones de mando por representantes de comunidades indígenas.
Se les entregaron en una ceremonia tradicional y simbólica que comenzó en la madrugada, en la zona arqueológica de Cuicuilco con la presencia de la presidenta de México; continuó por la tarde en las instalaciones de la Suprema Corte y culminó en la noche con la toma de protesta en el Senado.
Entre el humo de copal y sonido de caracolas, la ceremonia inició con un ritual de purificación dirigido por autoridades tradicionales de diversos pueblos indígenas, simbolizando la limpieza espiritual y la ruptura con el pasado viciado del Poder Judicial. El ministro presidente Hugo Aguilar Ortiz, abogado origen mixteco y primer presidente indígena desde Benito Juárez en 1857 encabezó el ritual, donde autoridades tradicionales invocaron a “madre Tonantzin” y al “gran Quetzalcóatl”.
La ceremonia simbolizó el compromiso de la nueva SCJN de servir al pueblo e impartir justicia sin distinciones. El acto buscó legitimar a la Corte en las raíces del “México profundo” con un relevo generacional que cuenta con una mayoría de mujeres y un presidente indígena.
En esta línea, el nuevo ministro presidente, Hugo Aguilar, aseguró que esta Corte sería “distinta”, guiada no por el poder ni el dinero, sino por el servicio al pueblo. Sin embargo, en medio de esa ceremonia, las palabras de Juan Rulfo en Pedro Páramo resuenan con fuerza: “Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”. El fallecimiento de Víctor Jiménez, uno de los principales defensores y difusores de la obra de Juan Rulfo la semana pasada, nos regresa a Comala, ese pueblo fantasma donde sucede la historia de Pedro Páramo.
Comala es el reino de un cacique que lo controla todo: la tierra, la justicia, las vidas. Un pueblo atrapado en un lamento perpetuo, donde en el aire “viejo y entumido” persiste la injusticia.
El ritual ancestral y la situación en Comala, nos recuerdan una realidad que persiste: un México donde la justicia, como los personajes de Rulfo, parece condenada a vagar entre promesas rotas y desgracias perpetuas.
Recalquemos el contexto: la reforma, impulsada por el anterior gobierno y materializada en 2025, convierte a las personas ministras y juezas en figuras electas, muchas de ellas alineadas con Morena, el partido en el poder. Un modelo que socava la idependencia judicial, según advierten críticos internacionales como Human Rights Watch, y que abre la puerta a influencias partidistas y hasta del crimen organizado.
A ello se suma la presencia de la presidenta Claudia Sheinbaum en la toma de posesión, lo cual rompe con la tradición de Ernesto Zedillo en 1995 y ha sido interpretada como un retorno al presidencialismo, donde el Ejecutivo proyecta su sombra sobre la judicatura.
La concentración de poder en Morena evoca el páramo de Rulfo: un sistema donde la ley se doblega a los proyectos del cacique en turno. La Suprema Corte, lejos de ser un contrapeso, se convierte en un apéndice del Ejecutivo, perpetuando desigualdades que Rulfo denunció hace décadas.
Como en Comala, donde los vivos y los muertos se confunden, las prácticas corruptas se entrelazan con las promesas de cambio. La ceremonia de entrega de bastones de mando, con su juramento de justicia renovada, parece querer romper ese ciclo, pero el desafío de deshacerse de prácticas arraigadas en el sistema de justicia es mayúsculo y poco aterrizado a la realidad. Incluso se acerca más a un Juan Rulfo postmoderno donde, para muchos, el aire aún sabe a desdicha.
X: @marlenemizrahi