En los tiempos que vivimos ahora, en los que la violencia parece estar en todas partes y presentarse de cada forma posible, es casi imposible no preguntarse, ¿cómo sucede tal fenómeno? ¿qué podemos hacer al respecto? ¿es real eso que indica Sigmund Freud, respecto a que la agresión es parte constitutiva de la psique humana y que la cultura solo intenta contenerla?
Tan solo con destacar dos situaciones sucedidas la semana pasada en México, podemos notar qué tan fuera de control está la violencia en nuestro país. Eso obliga a reflexionar más hondamente y recurrir a otras teorías que nos permitan entender qué está aconteciendo y cómo podemos afrontarlo.
El primer evento es el asesinato de Ernesto Vázquez Reyna, delegado de la FGR en Tamaulipas. Vázquez Reyna fue asesinado a plena luz del día en una concurrida avenida en Reynosa, cerca de la frontera con Estados Unidos. Se infiere que sicarios lanzaron una granada contra el vehículo del delegado federal y, después, lo remataron a balazos frente a los conductores que transitaban por ahí.
Luego, está lo sucedido en Tuxpan, Veracruz. El fin de semana pasado, un conjunto de reos del penal se amotinó por ser víctimas de extorsión. Se dice que el grupo delictivo llamado Mafia Veracruzana les cobra derecho de piso dentro de la cárcel. Ocho presos murieron en la revuelta que incluyó un incendio dentro del penal. Ambos son ejemplos de violencia desmedida y de fallo en el sistema.
En el primer caso, un delegado federal del organismo encargado de investigar y perseguir delitos, así como de procurar justicia, fue asesinado de forma brutal. En el segundo, un espacio que funciona como instrumento del Estado para castigar delitos, aislar a quienes los cometen y, en teoría, reinsertarlos en la sociedad, presenta tal falta de control que los reos se ven obligados a manifestarse contra la extorsión, derivando en situaciones catastróficas. De ahí que, para comprender lo que está sucediendo, tengamos que tomar teorías diversas, e incluso contrarias, a las de Freud.
Dos teóricos sostienen que la violencia está incrustada en el sistema: Judith Butler y Slavoj Žižek. Butler argumenta que ciertos cuerpos son más vulnerables a la violencia debido a los marcos culturales y políticos de reconocimiento, mientras que Žižek sostiene que la violencia visible —como los crímenes o disturbios— es solo la parte más superficial, y que la verdadera raíz reside en una violencia sistémica, simbólica y estructural, invisible pero presente en las bases que sostienen la vida cotidiana. Ante estas perspectivas tanto la situación general de violencia extrema como los casos específicos relatados, se vuelven más comprensibles lo que, a su vez, facilita la posibilidad de formular un plan de acción.
Considerando dichas visiones, en lugar de indicar que la cultura contiene, reprime y canaliza la violencia que surge de las pulsiones humanas; por el lado de Judith Butler la cultura y los marcos políticos muchas veces incluso producen o intensifican la violencia.
Ello porque dichos marcos determinan quién es reconocido como plenamente humano y digno de protección, y quien queda fuera. Los cuerpos que no son reconocidos como “legítimos” se vuelven más vulnerables a la violencia, incluso bajo un orden cultural que se supone civilizado. De manera similar a ella, Slavoj Žižek afirma la existencia de esa violencia invisible, la cual está integrada en el mismo sistema social y político.
Para Žižek, la violencia subjetiva es aquella que es visible y directa (como el asesinato o los disturbios dentro del penal), mientras que la estructural está encubierta en el funcionamiento del capitalismo y las instituciones. Tanto ella como él, coinciden en que la violencia tiene que ver con el sistema social.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Como bien lo dice Žižek, enfocarse solo en castigar la violencia visible sin cambiar las condiciones que la provocan no soluciona nada. Aunque es más complejo, ahí está la clave.