Profesor en UNAM y en UP. Especialista en temas electorales.

Relanzamiento del PAN

El éxito en la apuesta de renovación panista depende de que las premisas del relanzamiento se traduzcan en una adecuada reforma estatutaria y en una estrategia de acción política.

En democracia, que los partidos políticos se renueven para afrontar los nuevos retos que impone la realidad no sólo es deseable sino un compromiso que de manera periódica deberían atender a riesgo, de no hacerlo, de desaparecer devorados por el tsunami populista que invade muchas regiones del mundo, México no es la excepción. Esa pareciera ser la lectura del Partido Acción Nacional que el pasado 18 de octubre protagonizó su relanzamiento en el Frontón México, recinto donde celebraron su asamblea constitutiva en septiembre de 1939.

En voz de Jorge Romero, su dirigente nacional, se anunció la nueva estrategia panista para enfrentar la pesada maquinaria morenista: por un lado, abrir las puertas para la afiliación masiva de todas las personas interesadas por medio de una aplicación digital de inscripción instantánea que sustituye el abigarrado mecanismo de reclutamiento que tienen; un registro abierto a los liderazgos que deseen competir por las candidaturas, que provendrán de mecanismos de evaluación ciudadana, por encuestas o por elección directa; el impulso a una necesaria renovación generacional; una política de cero alianzas, en especial con el PRI, y cambio de fisonomía con emblema nuevo y bajo el lema “Patria, Familia, Libertad”, ampliamente comentado por una parte de la crítica especializada y por un ejército de detractores.

Más allá de los argumentos, a favor y en contra, esgrimidos en una intensa deliberación pública de los últimos días, debe rescatarse el intento del PAN por presentarse con rostro nuevo frente a un amplio público que, si bien le cuestiona por las políticas públicas implementadas en los dos sexenios presidenciales que ejercieron, lo mismo que por la gestión de gobiernos estatales y municipales, también le exige, como a los demás partidos, ejercer una oposición responsable frente al morenismo que en siete años ha demolido diversas instituciones de nuestra incipiente democracia y ha instalado un gobierno populista y autoritario que ya se apropió del Poder Judicial, que ha desaparecido organismos autónomos clave y ahora impulsa una reforma electoral para controlar al INE y modificar reglas del juego que garanticen el triunfo de sus candidaturas.

A México le urge un sistema de partidos competitivos que se renueven, sí, pero, sobre todo, con capacidad para disputar el poder en las contiendas electorales y que sean eficaces para equilibrar el ejercicio implacable del poder en turno, tanto en los Congresos como en las diversas instancias de gobierno. El éxito en la apuesta de renovación panista depende de que las premisas del relanzamiento se traduzcan en una adecuada reforma estatutaria y en una estrategia de acción política que ahora precisa de la habilitación de voceros convencidos de su renovación partidaria y suficientemente hábiles para enfrentar a los múltiples detractores que los acusan de frívolos, de virar hacia la ultraderecha y de asumir como propio un lema parecido al del fascismo italiano de Mussolini.

Los problemas internos tampoco están ausentes y se han expresado en la contrariedad de algunas dirigencias estatales, como la de Nuevo León, que sostiene que mantendrá su alianza local con el PRI. Lo cierto es que la renovación panista requiere definiciones todavía más precisas, voceros avezados en el debate y traducir los cambios en una maquinaria electoral competitiva y eficaz; en caso contrario, lo mismo hay que decirle al PRI y a MC, no tendremos un sistema de varios partidos sino, simplemente, un sistema de partido único abiertamente autoritario.

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