Razones y Proporciones

Dos paradojas de la estabilidad del dólar

El primer hecho consiste en la tendencia descendente del balance financiero del gobierno federal de Estados Unidos respecto al PIB durante el presente siglo, con déficits cada vez mayores que se agudizaron en 2009 y 2020.

Una característica del dólar estadounidense durante el presente siglo ha sido la tendencia hacia la estabilidad de su valor frente a una canasta de seis importantes monedas del mundo (euro, yen japonés, libra esterlina, dólar canadiense, corona sueca y franco suizo), medida por el Índice DXY.

Mientras que durante los primeros ocho años a partir de 2000 el DXY mostró una trayectoria declinante, desde 2008 su orientación se tornó ascendente, hasta revertir por completo el descenso en 2022. Por ejemplo, a finales de octubre de 2025, el valor del DXY prácticamente coincidía con el de finales de octubre de 1999.

La evolución de largo plazo del DXY, que ha descartado una tendencia dominante de depreciación del dólar estadounidense, contrasta con dos hechos cuya comparación parece configurar dos paradojas.

El primer hecho consiste en la tendencia descendente del balance financiero del gobierno federal de Estados Unidos respecto al PIB durante el presente siglo, con déficits cada vez mayores que se agudizaron en 2009 y 2020. Se estima que, en el año fiscal de 2025, el déficit fiscal ascendió a aproximadamente 6.4 por ciento del PIB.

El creciente desbalance fiscal ha provocado que la razón de deuda federal en manos del público respecto al PIB más que se duplicara, al pasar de 39 por ciento en el segundo trimestre de 1999 a 95 por ciento en el mismo trimestre de 2025. Al ser insostenible, la trayectoria de la deuda pública incrementó en algún grado el riesgo de incumplimiento, lo cual conduciría naturalmente a la depreciación de la moneda. La convivencia de la estabilidad del dólar con la indisciplina fiscal parecería conformar una primera contradicción.

El segundo hecho reside en la disminución de la hegemonía del dólar en las transacciones internacionales. La menor importancia relativa de esta moneda se ha reflejado en el declive de su participación en las reservas de divisas de los bancos centrales. El abandono del sistema de tipos de cambio fijos en 1971, establecido al término de la Segunda Guerra Mundial, redujo dicha proporción aproximadamente de 90 a 75 por ciento. Durante el siglo XXI, la cuota global del dólar ha descendido a menos de 60 por ciento, como resultado, entre otros factores, de la aparición del euro como divisa de diversificación y del surgimiento de China como potencia económica mundial.

De forma semejante, el dólar estadounidense ha perdido terreno relativo dentro de las carteras globales de inversión. Mientras que en las últimas tres décadas del siglo XX los activos denominados en dólares representaban aproximadamente dos tercios de dichas carteras, la diversificación aumentó durante el presente siglo. Según el FMI, la participación del dólar bajó de cerca de 65 por ciento en 2000 a alrededor de 55 por ciento en 2023. La menor preferencia relativa por el dólar apuntaría a una tendencia prolongada de debilitamiento que, al no haberse materializado, sugiere una segunda contradicción.

Estas aparentes paradojas se disipan al considerar que, como todo tipo de cambio, el DXY responde a factores diversos, entre los que destacan los diferenciales de tasas de interés y de crecimiento económico, así como el apetito global por el riesgo. Durante este siglo, Estados Unidos ha liderado la estabilidad de precios y el crecimiento económico entre las economías avanzadas, y la fortaleza de sus instituciones ha mantenido su moneda como “refugio seguro” en momentos de crisis.

Otras consideraciones ayudan a despejar las aparentes incoherencias. A pesar de su creciente endeudamiento público, la situación de Estados Unidos no resulta peor que la de muchas otras naciones avanzadas. Más importante aún, este país no es un deudor común, pues continúa gozando del “privilegio exorbitante”, según la expresión del ministro de Finanzas francés Valéry Giscard d’Estaing en 1965, al poder emitir obligaciones en su propia moneda, que el resto del mundo desea adquirir como principal divisa de reserva y “activo de refugio”.

Además, los valores denominados en dólares estadounidenses conservan una posición preeminente dentro de las carteras globales de inversión, entre otras razones, porque las alternativas siguen siendo limitadas. Por ejemplo, el mercado de bonos en euros permanece fragmentado, el renminbi todavía no es completamente convertible y las bajas tasas de interés restan atractivo a los activos denominados en yenes.

La tendencia a la estabilidad del dólar durante el presente siglo, pese a las aparentes paradojas, no garantiza su prolongación en el futuro. La profundización de la indisciplina fiscal podría poner en entredicho el control de la inflación, reduciendo así el atractivo de la moneda y propiciando una tendencia prolongada de debilitamiento.

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