Razones y Proporciones

La independencia amenazada del Fed

Más allá de la solidez de los argumentos esgrimidos, las presiones gubernamentales para influir en la política monetaria representan una amenaza significativa para la independencia del Fed.

En su segundo mandato, el presidente Donald Trump ha intensificado las presiones sobre el presidente del Banco de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, para que este banco central acelere la disminución de la tasa de fondos federales. En su opinión, la gestión de Powell ha sido inadecuada y la tasa de interés debería ubicarse en torno al 1.0 por ciento, con el objetivo de generar beneficios sociales. Trump ha declarado que, aunque lo ha considerado, no removerá a Powell del cargo.

Estas presiones se han visto reforzadas por los pronunciamientos de algunos funcionarios públicos. El director de la Oficina de Administración y Presupuesto (OMB) ha advertido sobre la supuesta ilegalidad del proyecto de remodelación del edificio principal del Fed, y el secretario del Tesoro ha llamado a realizar una evaluación integral del organismo, aduciendo la “ampliación significativa de la misión y crecimiento institucional” de este banco central.

Más allá de la solidez de los argumentos esgrimidos, las presiones gubernamentales para influir en la política monetaria representan una amenaza significativa para la independencia del Fed.

La teoría y la práctica respaldan la conveniencia de que los bancos centrales operen con autonomía. Esta independencia permite a dichas instituciones evitar la “inconsistencia temporal”, que surge al ceder ante presiones para obtener beneficios macroeconómicos de corto plazo, comprometiendo así los objetivos de largo plazo y debilitando la credibilidad y efectividad de la política monetaria.

Asimismo, la evidencia empírica muestra que los países cuyos bancos centrales son más independientes tienden a registrar inflaciones más bajas sin sacrificar el crecimiento económico. Además, la independencia actúa como un freno a la llamada “dominancia fiscal”, es decir, la situación en la que la política fiscal condiciona las acciones del banco central.

La independencia de los bancos centrales se entiende como operativa, no respecto a su mandato, el cual está definido por la ley. Como se trata de una facultad delegada, la autonomía conlleva la obligación de rendición de cuentas y de transparencia ante el Poder Legislativo. En última instancia, dicha rendición de cuentas es hacia la sociedad.

En Estados Unidos, la ley otorga al Fed autoridad para conducir la política monetaria, supervisar los bancos y velar por la estabilidad financiera. En particular, tiene la facultad de fijar la tasa de interés y utilizar otras herramientas monetarias sin necesidad de aprobación previa del Congreso, con el fin de cumplir su mandato dual de máximo empleo y estabilidad de precios.

Sin menospreciar la importancia de la independencia legal del Fed, como sucede con cualquier banco central, la autonomía de facto es tan o más crucial que la autonomía de jure. Esta distinción cobra especial relevancia para el Fed, dado que en ciertos periodos ha cedido ante presiones políticas, comprometiendo su independencia.

El caso más emblemático fue el de Arthur Burns, quien presidió el Fed entre 1970 y 1978. Pese a ser un economista destacado, su cercanía con el presidente Richard Nixon lo llevó a mantener las tasas de interés bajas para favorecer la reelección presidencial de 1972, y a no endurecer la política monetaria lo suficiente para frenar la escalada inflacionaria. El control de la inflación recayó luego en Paul Volcker, presidente del Fed entre 1979 y 1987, a costa de dos recesiones consecutivas.

El peligro actual radica en que las decisiones del Fed puedan ceder, o parecer que ceden, ante las presiones del Presidente. Este riesgo afecta tanto al Fed de Powell, cuyo periodo concluye en mayo de 2026, como, en especial, al de su eventual sucesor, quien podría asumir el cargo bajo cuestionamientos si se le percibe como elegido más por lealtad al Presidente que por compromiso con la institución.

El ejemplo de los años setenta del siglo pasado sirve como advertencia. Aunque la historia no se repite exactamente, sugiere que una pérdida de independencia del Fed tendría efectos negativos tanto para el banco central como para la economía estadounidense. Entre ellos, destacan la pérdida de credibilidad del compromiso con la estabilidad de precios, el desanclaje de las expectativas inflacionarias, el aumento de la prima por riesgo inflacionario en las tasas de interés, con efectos adversos sobre la salud fiscal y, finalmente, el repunte de la inflación. Corregir este escenario podría implicar un alto costo.

Durante décadas, el Fed ha construido una sólida reputación como guardián de la estabilidad, la cual sería lamentable que se perdiera. A la luz de las lecciones aprendidas con dolor, parece poco probable que este banco central esté dispuesto a renunciar a su independencia.

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