En el actual ciclo de bajas de la tasa de interés de referencia, la meta efectiva de la Junta de Gobierno (JG) del Banco de México (Banxico) difícilmente ha sido el compromiso con una inflación anual de 3.0 por ciento, vigente desde 2003 dentro del esquema de objetivos de inflación.
En particular, no puede justificarse el recorte de marzo de 2024, y menos aún las ocho reducciones posteriores, aplicadas dentro de una estrategia de decisiones preestablecidas, en términos de un acercamiento de la inflación a dicha meta.
El recorte acumulado de 325 puntos base en el periodo referido coincidió con una trayectoria inflacionaria sin rumbo claro, que prolongó la rigidez a la baja observada en los meses previos. Entre marzo de 2024 y junio de 2025, la inflación media anual se mantuvo en 4.5 por ciento.
Tampoco puede postularse el 3.0 por ciento como guía dentro del régimen de objetivos de inflación basado en pronósticos, utilizado nominalmente por el Banxico desde 2018. La JG implementó el ciclo de recortes a pesar de que, siguiendo su costumbre, pospuso dos veces en 2024 la fecha de convergencia. Los pronósticos de convergencia se han vuelto ejercicios mecánicos dentro de un horizonte inicial fijo, cuya factibilidad siempre se ha erosionado con el tiempo, conduciendo a una nueva postergación.
Asimismo, la elevada inflación descarta que la directriz de la política monetaria durante el periodo de suavizamiento haya sido el intervalo de variabilidad de más y menos un punto porcentual alrededor del 3.0 por ciento, que a menudo el público ha confundido con la meta oficial.
Además, según las minutas de las reuniones de política monetaria, la JG ha centrado frecuentemente su atención en comparaciones inflacionarias con el promedio histórico previo a la pandemia. De 2003 a 2019, la inflación anual media se situó en 4.2 por ciento. Independientemente de lo cuestionable que resulta usar esa referencia, en lugar de un periodo con mejores resultados, como de 2010 a 2016, con una inflación promedio de 3.6 por ciento, la insistencia en dicha comparación fortalece la hipótesis de una considerable complacencia con inflaciones elevadas.
¿Cuál podría ser, entonces, la intención efectiva del Banxico al suavizar su postura monetaria? Al parecer, este banco central ha perseguido metas no explícitas, desconocidas para el público, que difieren del objetivo prioritario de la estabilidad de los precios.
Específicamente, desde 2024, la JG ha moderado su postura monetaria convencida de que, para sus propósitos, es preferible una tasa de interés baja a una alta. En cada sesión en que ha decidido reducir la tasa, ha reiterado que cuenta con suficiente “espacio” para hacerlo.
Tal como ha sucedido con la tolerancia hacia una inflación elevada, la JG ha recurrido a comparaciones con promedios históricos, que se traducen en una justificación de los recortes de tasa en función de la tasa misma.
Los razonamientos más utilizados por el Banxico han sido tres: que el nivel de la tasa nominal sigue por encima del de otros episodios con inflaciones similares; que el diferencial respecto a la tasa de política monetaria del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos es similar o superior a algún promedio histórico; y que la tasa de interés real ex ante, calculada con la inflación promedio esperada por los especialistas del sector privado para los siguientes doce meses, según la encuesta recabada por Banxico, permanece en “terreno restrictivo”.
Este último argumento ha sido, con mucho, el más esgrimido, y casi se ha convertido en un dogma, basado en la estimación de un rango “neutral” para la tasa de interés real ex ante, sin que la mayoría de la JG distinga entre los posibles efectos de distintos niveles de restricción.
Estas consideraciones no disipan la incertidumbre sobre cuáles han sido los verdaderos objetivos del proceso de suavización monetaria en curso. Obviamente, en este terreno sólo caben conjeturas, entre las cuales no pueden descartarse dos.
La primera consiste en que el Banxico estaría operando, en la práctica, como si tuviera un mandato dual, que podría resumirse como “una inflación no muy alta y un crecimiento económico no muy bajo”. Si bien la política monetaria no parece haber contribuido mucho a la segunda meta, la insistencia de algunos miembros de la JG en una convergencia “eficiente” de la inflación al 3.0 por ciento apunta en esa dirección.
Una segunda conjetura reside en la hipótesis de una dominancia fiscal, bajo el objetivo de aliviar la elevada carga financiera del gobierno federal, en la medida en que las disminuciones en la tasa de referencia se transmiten, en algún grado, a las tasas de mayor plazo de los bonos gubernamentales.