Costo de oportunidad

Holanda y Uganda

Hay que investigar el caso holandés y ugandés, cómo reformaron o abandonaron su hacienda pública.

Hace algunos días estuve en una discusión virtual sobre los impuestos en México. Mis interlocutores, dos economistas inteligentes y reconocidos, abundaban sobre la baja recaudación mexicana, y la imperiosa, apremiante necesidad de llevar más dinero a las arcas públicas. Mi respuesta es que la recaudación en México no refleja las capacidades del Estado para gastar y apropiarse de ingreso, y a la postre, de riqueza. Que los bienes y servicios públicos entregados son de baja calidad e ínfimo valor, y que nuestras burocracias se quedan con el cambio. Bajo esa circunstancia, entregarle más dinero al Estado sería un despropósito.

La aritmética es medio ramplona, porque en tiempos de inflación (como estos), el PIB nominal es difícil de estimar. Pero, ahí le van mis “precriterios 2026”. Un PIB nominal de 37.8 billones, con un gasto federal de 10.1 billones, representa 26.7 por ciento del PIB. Los gobiernos estatales y locales dan una huella adicional de 4.4 por ciento del PIB. Entonces, el gobierno nos cuesta 31.1 por ciento del PIB. No la recaudación del público, que anda abajito de 20 por ciento. Por la vía de deuda, inflación, derechos, aprovechamientos, y el sector paraestatal, el Estado mexicano se queda con casi una tercera parte del ingreso nacional anual.

Es decir: trabajamos de enero a la primera semana de abril para el gobierno, y el resto del tiempo ya podemos trabajar para nosotros y nuestras familias. El valor entregado al Estado no se ve en lo que nos da de vuelta en salud, educación, infraestructura, pensiones y sobre todo, seguridad pública.

“Entregar” al Estado, es un decir. Los impuestos se imponen. No son voluntarios. El Estado puede usar la coacción para asegurar el pago. En momentos de atonía económica (como diría el presidente Echeverría), no es una idea sensata subir los impuestos (o actualizar las tasas que ya existían, como dice la presidenta Sheinbaum). Tendría que ser al revés, al menos en el ideario keynesiano: en tiempos de desaceleración corresponde una política fiscal expansiva. He escuchado economistas del gobierno actual decir que el Estado humanista actual es keynesiano. No se nota.

La aspiración de la izquierda es transitar al socialismo. En ese esquema de organización, no hay impuestos, porque el Estado es el dueño de los medios de producción. Lo que sigue para las empresas en México, es que la cuenta fiscal se vuelva impagable, y el gobierno les pida las acciones de los negocios en pago. Dos súper ricos, Slim y Salinas Pliego, lo están viviendo en carne propia.

México necesita una reforma fiscal, en donde gradualmente transitemos hacia impuestos parecidos a los de Holanda (gasto total = 43.2 por ciento del PIB), y donde los bienes y servicios públicos no sean como los de Uganda (10 por ciento del PIB). Hay que investigar el caso holandés y ugandés, cómo reformaron o abandonaron su hacienda pública, y ver si el rey Willem-Alexander es más o menos democrático que líderes republicanos ugandeses como el dictador histórico Idi Amín y el actual líder desde 1986, Yoweri Museveni, quien se mantiene en el poder a tolete (o machete) limpio.

México necesita una reforma fiscal. Desde los tiempos de la Roque-Señal hasta la fecha, el gran anatema ha sido crecer en impuestos al consumo. Una reforma fiscal que amplíe el IVA y los IEPS no pasa por el Congreso, bajo el argumento que afecta a los más pobres. Entonces hay que revisar impuestos y gasto público de manera conjunta. Se necesita una reforma fiscal y de gasto, que le devuelva educación, salud y seguridad a la gente más pobre en México, y donde cualquier ciudadano, desde el más humilde hasta el más acaudalado, pague los impuestos con gusto, porque el Estado devuelve bienes y servicios públicos que valen lo que cuestan.

Niskanen en su “Teoría del Gobierno Representativo”, dibujó el triángulo de burócratas, políticos y ciudadanos. Los burócratas se apropiarán del presupuesto, y si pueden no entregar nada a cambio, mejor. Los políticos, en esos sistemas, convencen a los burócratas de entregar valor a la sociedad a cambio de poder.

En México, la pata faltante del taburete, para que nos llamemos “democracia” o “gobierno representativo”, es un elector que entienda los asuntos fiscales y que premie y castigue a políticos y burócratas en la justa magnitud por su eficiencia o su negligencia. ¿Eso implica que nos pareceremos más a Uganda que a Holanda en el futuro? Mientras sigamos educando a la gente tan mal como lo hemos hecho, Uganda seremos. Tristemente.

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