Ayer leimos en El Financiero, una nota que informaba que las exportaciones mexicanas no petroleras registraron un alza en los últimos 14 meses. A tasa anual, crecieron 13.8 por ciento en septiembre, la mayor alza desde julio del 2024 con datos del INEGI.
Imagínese que la mitad de la economía pudiera crecer como el sector exportador manufacturero. Entonces, la mitad de la economía crecería al 13.8 por ciento. Aunque la otra mitad de la economía no creciera a ese ritmo, sino a un anémico 1 por ciento, México crecería casi al 8 por ciento por año.
La manufactura explica nuestras exportaciones crecientes en valor. Nuestra fracción del PIB en la manufactura es 20 por ciento del producto, con datos del Banco Mundial al 2024. Como contraste, en la OCDE, el promedio del PIB manufacturero en 2024 fue de 12 por ciento. El de México es volátil, y oscila entre 17 y 23 por ciento del PIB desde mediados de los años sesenta. Los países de la OCDE han tenido una tendencia en declive. En 1997, el porcentaje del PIB manufacturero en OCDE era 18 por ciento, hoy es 12 por ciento.
McKinsey definió hace casi 20 años a México como un país a dos velocidades, donde las empresas de clase mundial (en la manufactura) conviven con empresas de muy baja escala y tecnología, en el sector informal. Hay una tercera velocidad a la cual opera México: el del país de sindicatos, sectores cerrados y protegidos de la competencia, como el sector energía. Por eso era importante abrir ese sector: se le tiene que dar kilowatts a esa industria manufacturera creciente. También lo escribió ayer aquí Enrique Quintana. El motor del escaso crecimiento mexicano sigue siendo la industria manufacturera.
El gran capital de México está dividido. Existen empresarios que le apuestan a la globalización, que a pesar de Trump, está viva y bien. Otros apuestan a negocios de rentas: petróleo, electricidad, infraestructura. La política económica debe favorecer a los primeros, y contener a los segundos. Me explico.
Sería un sueño que México pudiera exportar e integrar las cadenas de proveeduría en la manufactura hacia atrás como lo han hecho los chinos. De alguna manera lo hemos hecho lentamente. Ya no somos solamente un país maquilador. Sin embargo, siguen habiendo muchas cosas que tendremos que seguir comprando en Asia. Necesitamos más capital en construir una industria que haga tornillos y microprocesadores, no en pagar cuentas de electricidad excesivas a un monopolista estatal, la CFE; o petróleo y derivados caros a Pemex.
México podría convertirse en una economía altamente innovadora en ciertos sectores. Por ejemplo, en el sector agrícola y biotecnológico, tenemos un potencial enorme. Siempre que hay bloqueos de agricultores, como este lunes, me he preguntado por qué los productores agrícolas no cambian de actividad. No pueden patentar sus semillas, pero tampoco pueden vender la tierra, o destinarla a usos más productivos, porque los derechos de propiedad ni de la tierra, ni intelectual, están bien definidos. ¿Limoneros y aguacateros extorsionados? Mejor ser maicero extorsionador.
En el sector urbano informal de servicios, igual. Hemos empujado a la mayoría de nuestra fuerza laboral a actividades de bajo valor, o al crimen. Les hemos hecho difícil cambiar de actividad y elevar productividad. Continúan en esas actividades porque hemos complicado que se abran nuevas oportunidades en las industrias manufactureras exportadoras, donde podrían crecer más. En las urbes mexicanas, hemos hecho preferible ser comerciante informal, o criminal.
Capitalistas como Slim que le han apostado a negocios como el petróleo, están lidiando con un monopsonista como Pemex. No les pagan, entonces no tienen para pagar impuestos, y el SAT los embarga. Otras empresas, como Samsung, ven que el gobierno mexicano les cambia las reglas para cobrarles IVA dos veces. Ambos tipos de empresas son necesarias para México. Complementarias. Pero, las instituciones mexicanas le dan incentivos a Slim y Pemex a apretarnos por otro lado (extorsionarnos), y a Samsung a irse y no volver.
México sufre de una enfermedad autoinmune llamada gobierno. Se come el valor económico, y se lleva los activos de capital. Esa ya es una razón suficiente para tener una reforma fiscal, que obtenga más recursos de los vicios, el crimen, el daño ambiental, y el consumo, que son los verdaderos males de la economía. Mientras sigamos gravando las utilidades de empresarios lícitos, o los contratos laborales, fracasaremos.