Me dejó pensando un artículo que aparece en la edición del primero de septiembre de la revista Foreign Affairs, de la autoría de Henry Farrell y Abraham Newman, intitulado “La conversión de la economía global en un arma: sobreviviendo la era de la coerción económica”. Estamos entrando a una era de coerción tecnológica.
2025: el año en que Estados Unidos le restringe ciertos semiconductores, y ciertas tecnologías a China, con el fin de que China no pueda entrenar sus modelos de inteligencia artificial más rápidamente. China responde en especie, y restringe la exportación de minerales raros. BMW y Mercedes sufren por no tener imanes de especialidad para poner en sus motores eléctricos. Entonces, Estados Unidos busca un acuerdo con China para que los minerales raros, las baterías, y la electrónica que los incorporan, se puedan suplir a los Estados Unidos. Una cucharada de su propio chocolate. Estados Unidos abusó de las restricciones a la exportación de tecnologías, y ahora China le está aplicando su propia estrategia.
Antes, la superioridad institucional y tecnológica de los Estados Unidos enviaba a todo el mundo a su esfera de influencia. Ahora, Estados Unidos está mandando al mundo a los brazos de los chinos, gracias a la política comercial del presidente Trump. En un mundo sin aranceles, globalizado, pueden competir varias tecnologías. En una economía en guerra comercial, cada país intentará establecer su propio estándar.
En el camino, dicen los autores, otros poderes, como Europa, desarrollarán sus propias tecnologías para atraer al mundo. Pero eso va a tardar. Estados Unidos tiene mucha influencia en esa esfera. Grandes conglomerados son dueños de patentes y propiedad intelectual importante para chinos y americanos. Pensemos en la empresa de litografía neerlandesa ASML, la empresa de software alemana SAP, o la sueca Ericsson y su dominio sobre tecnologías 5G. El problema para Estados Unidos, y para los países que somos su bloque económico, es que también Europa ya podría estar orbitando lejos de la esfera de influencia estadounidense. Mencionan el caso de Lituania, que quiso dar reconocimiento diplomático a Taiwan, y un grupo de empresas alemanas convencieron a los lituanos que era necesario desescalar ese conflicto.
“La interdependencia convertida en arma es el subproducto de la gran era de globalización, que está llegando a su fin”. En 2019, Farrell (de la universidad Johns Hopkins) y Newman (de Georgetown), decían que escribían sobre la interdependencia en un contexto completamente distinto, donde las redes más importantes que sustentan a la globalización, como las de comunicación, finanzas y producción, se habían vuelto tan centralizadas que un pequeño grupo de gobiernos y sus burócratas tenían un control altamente efectivo sobre ellas. Los gobiernos se apalancaban en esas redes, pero notablemente el gobierno de los Estados Unidos podía conectarse a ellas y usar la información sobre sus rivales comerciales para excluirlos de insumos fundamentales en la economía global. La Pax Americana se edificó para excluir a ciertos regímenes de tener ventajas tecnológicas y científicas. Estados Unidos, dicen Farrell y Newman, está dilapidando este poder.
Algunas de las restricciones venían de necesidades reales de corte militar: no se le pueden entregar tecnologías avanzadas de electrónica a los rusos o iraníes. Pero, a punta de sanciones, Estados Unidos ha creado el incentivo perfecto para que China cree su propio ecosistema de tecnologías avanzadas solamente para escapar del yugo celoso de los Estados Unidos, que le restringe las suyas. No creo que los chinos tengan empacho en vender esas tecnologías a iraníes y rusos. La supremacía tecnológica de los Estados Unidos puede estar llegando a su fin, y al final, sus enemigos también tendrán tecnologías avanzadas. No puedes desear la globalización para algunas cosas, y restringirla para otras.
En esta melé, algunos países, como México, somos observadores. El resultado es clave para nuestra economía: sin algunos componentes que vienen principalmente de Asia, ciertas manufacturas importantes para México, como la electrónica o la automotriz, no tienen futuro.
Habrá estándares tecnológicos divergentes en el futuro, y México tendrá que tomar decisiones de dónde quiere estar. En la renegociación del T-MEC bajo las cláusulas sunset, tendremos que platicar con Estados Unidos de estándares y abasto de insumos tecnológicos desde Oriente. Les conviene a ellos, nos conviene a nosotros.