La Real Academia de Ciencias de Suecia le dio el premio Nobel de economía a tres economistas: Joel Mokyr (Northwestern y Universidad de Tel-Aviv), Phillipe Aghion (London School of Economics, INSEAD y Collège de France) y Peter Howitt (Brown University).
En las facultades de economía del mundo enseñamos poco sobre la innovación. Es muy bueno este Nobel porque nos pone a leer sobre el tema. El gran economista atrás de las ideas de innovación fue Joseph Alois Schumpeter. Aghion y Howitt, en 1992, hicieron un modelo económico que describe los procesos de cambio detonados por la innovación, lo que conocemos como los procesos de “destrucción creativa”, siguiendo las palabras de Schumpeter, en su obra de 1942 intitulada “Capitalismo, Socialismo y Democracia”: La apertura de nuevos mercados, extranjeros y domésticos, y el desarrollo organizacional (…) ilustran el mismo proceso de mutación industrial, si se me permite usar el término biológico, que de manera incesante revoluciona la estructura económica desde adentro, destruyendo incesantemente las estructuras existentes, también incesantemente creando nuevas. Este proceso de Destrucción Creativa es el hecho esencial sobre el capitalismo”.
Quizás economías como la de México no están tan dirigidas por la innovación. No tenemos tantas patentes y modelos de utilidad como otros países industriales, como Estados Unidos, Alemania o Japón; aunque algunas entidades mexicanas, como Jalisco, son la excepción a esa regla. Probablemente, dado que no hemos podido construir una economía construida en conocimiento, México es un país consumidor de innovación, mucho más que un generador de las mismas.
Es posible que muchas innovaciones mexicanas no lleguen al éxito comercial porque no hemos diseñado un marco de incentivos apropiado. El trabajador no tiene incentivos a revelarlas, y el patrón no tiene incentivos a patentarlas. En México, el futuro comercial de las innovaciones se muere antes de que vean la luz, o se preservan como secretos industriales. La Ley Federal del Trabajo, en su artículo 163, dice que cualquier innovación en el lugar de trabajo es propiedad del patrón, aunque el trabajador tiene derecho a “una compensación adicional”. Esto rompe cualquier incentivo a que las empresas tengan spin-offs tecnológicos en donde algún ingeniero o trabajador de la firma se vuelva socio de un negocio aparte generado a partir de la tecnología. Es decir, México tiene innovaciones, pero carece de marco institucional y mercado para las mismas.
En el modelo de Aghion y Hewitt, las innovaciones se producen a partir de inversiones empresariales en investigación y desarrollo, con el fin de tener rentas monopólicas a partir de una invención. Sin embargo, esas rentas son temporales, dado que hay procesos de difusión tecnológica en donde otras empresas aprenden o construyen sobre estas innovaciones. Dado que otros negocios competidores se “roban” las innovaciones, esto es lo que previene que haya excesos de inversión en investigación y desarrollo. En estos modelos, el crecimiento es completamente aleatorio, pero toma una dirección positiva siempre y cuando las innovaciones sean lo suficientemente grandes, y puedan lograr un poder de mercado alto.
Por tanto, estos modelos predicen que cuando las innovaciones son pequeñas, cualquier pequeña mejora (por ejemplo, un modelo de utilidad que agrega a una patente existente) puede generar utilidades. Bajo mercados libres, las innovaciones pueden ser demasiado pequeñas, y en consecuencia ineficientes. El modelo predice que, dada la existencia de externalidades negativas (robo de patentes) se requiera regulación que alinee el interés privado con el público.
Joel Mokyr es más historiador que economista. El comunicado de la academia sueca dice que el hallazgo principal que debemos a Mokyr es el siguiente: “Para que las innovaciones sean exitosas económicamente, es necesario entender la base científica de por qué funcionan, no solamente saber que funcionan”. Quizá eso es lo que le falta a países como México, que es más consumidor de innovaciones que creador de las mismas.
El prerrequisito para construir países innovadores es, sin duda, el capital humano. Necesitamos una población bien alimentada, sana y educada para que la gente pueda dedicar tiempo a innovar, no solamente a sobrevivir. Ojalá con este premio Nobel, entendamos que es muy importante invertir en la gente, en innovaciones y en sus precursores, y no solamente en infraestructuras.