Hace 31 años, este economista era joven y hacía servicio social en la Secretaría de Medio Ambiente federal, que se llamaba SEMARNAP. Éramos parte de una oficina llamada UCAES (Unidad de Coordinación de Análisis Económico y Social). Algunos de mis colegas hacían análisis de agua, otros de bosque, otros de residuos peligrosos, otros de energía, todos bajo el liderazgo de Juan Carlos Belausteguigoitia, un economista ambiental de primer nivel.
En esos años, los modelos de cambio climático que tenía la SEMARNAP de Julia Carabias mostraban que a México le iba a ir bien en los próximos años, porque habría más precipitación. También existía la preocupación de que el nivel del mar subiera, y que perdiéramos territorio costero. Asimismo, también los modelos científicos mostraban que estaríamos sujetos a más eventos climáticos extremos (frío, calor, sequía, exceso de lluvia).
La predicción de lluvia parece haberse cumplido. Según datos de Mathematica WeatherData, a la Ciudad de México en junio le llovieron 23.7 metros de agua. Sin embargo, esa no es una observación tan atípica. En junio y agosto de 2014 llovió más o menos igual: 26.58 y 26.54 metros. Pero, en junio y agosto de 2003 llovió mucho más: 204.85 y 192.07 metros mensuales.
Cierto, México es un país bastante seco. Pero, cuando llueve, llueve en serio. La gente de desierto entiende esto bien, y por ello sabe que hay que almacenar agua cuando cae. En la Ciudad de México, usamos la lluvia como una especie de enjuague para el drenaje.
El agua de lluvia es un tesoro. Por eso, desecar el lago en el S. XVII fue un grave error de política hidráulica del virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo, después de la inundación de la Ciudad en 1629. Un ingeniero de origen alemán, Johann Enrich, fue el encargado de cavar un desague para la ciudad, el “Tajo de Nochistongo”. El tajo corre hacia Zumpango, por donde está el actual AIFA. El lago era el gran vaso regulador de la cuenca del Valle de México. Cuatro siglos después, seguimos pagando las consecuencias.
Mis amigos ingenieros dicen que el agua tiene memoria. Que se acuerda en dónde estuvo, y regresa. Sin obras de infraestructura, como la reconstrucción del drenaje profundo de la Ciudad que hizo el Presidente Calderón, la ciudad de México en cualquier rato se vuelve de nuevo el lago que vieron Cortés y amigos de camino a conocer a Moctezuma. Dado que hemos desecado los cuerpos de agua subterráneos, el cuenco se ha hecho más profundo. Es solamente cuestión de tiempo antes de que se inunde todo el oriente. En una de esas, en el futuro será más fácil llegar más rápido entre el AICM y el AIFA por agua que por carretera.
El NAICM, como ha recalcado Gabriel Quadri, consideraba obras de infraestructura hidráulica que, de haberse hecho, podrían ayudarnos a prevenir y controlar los hundimientos. No solamente por la aviación, la cancelación de la obra de infraestructura más importante de México tiene implicaciones graves para la capital del país.
Los chilangos sufren una especie de síndrome de Estocolmo. Son prisioneros en su ciudad, que les pega con todo, y aún siguen viviendo allá. No los culpo. Es la ciudad en la que crecí, a donde hay más gente que quiero, y es francamente increíble. Un milagro urbano que desafía a todas las probabilidades: en la falda de un volcán, en el lecho de un antiguo lago, en una zona sísmica.
Quizá llegamos ya al punto de inflexión de una curva de deterioro exponencial de la infraestructura. Quizá el abandono de la inversión en infraestructura hidráulica de los últimos años ya está pasando factura. Quizá se le cumple a la Doctora Sheinbaum y a otros nostálgicos prehispánicos de la cuarta transformación ver la ciudad inundada con sus ahuehuetes y sus chinampas.
Seguramente el paisaje será menos bucólico que en el S. XVI. Seguramente los olores y las complicaciones seguirán siendo enormes. Seguramente los chilangos, una raza mutante acostumbrada a la contaminación de todo tipo, encontrarán la manera de evolucionar y progresar en la nueva ciudad lacustre. Pero, si el sector público no se adelanta a los hechos, también esto puede resultar en innumerables tragedias y pérdidas para sus habitantes y para el país. La negligencia nunca fue una buena política pública. Ojalá el gobierno de Morena corrija sus decisiones en materia de infraestructura: necesitamos más inversiones en CDMX que, en Paraíso, Tabasco. Además, Paraíso también estará bajo el agua muy pronto, probablemente mucho antes que la CDMX.