Costo de oportunidad

Atrás de la línea amarilla

Cruzar una calle es un viacrucis, porque esperas el tráfico del lado izquierdo, y llega un ciclista o motociclista por la derecha y te atropella.

Las banquetas son algo muy curioso en todo el mundo, pero especialmente en México. Los europeos se preocupan porque sus ciudades sean caminables. A los alcaldes en Estados Unidos, les importa menos. Aquí en México nos da igual.

La banqueta es un bien público proveído por el sector privado. La ley obliga al criterio económico del bien público: que no haya rivalidad ni exclusión en su uso. Pero, la autoridad no hace valer la ley, entonces sí hay rivalidad y exclusión. Los propietarios de predios deben proveer una banqueta, y mantenerla. Eso le quita la responsabilidad a la autoridad y lo delega en agentes privados, a quienes no les importan los peatones. Más bien les importa que nadie se instale, que los perros no defequen, que nadie tire basura o pase por enfrente.

En México es común que alguien ponga un puesto semifijo en la acera permanentemente. Entonces los dueños de negocios y casas ponen de todo para evitarlo, desde macetones y cadenas hasta picos y discontinuidades de relieve. También existen colectivos y asociaciones dedicados a la invasión de los lugares de tránsito bípedo, en estaciones de autobuses e infraestructura pública por donde pasa la gente.

La banqueta es el límite entre lo público y lo privado. Es una zona gris. También en ellas, la Comisión Federal de Electricidad instala sus postes, y de ellos se cuelgan todos los servicios de telecomunicaciones. En ciertos lugares, las banquetas pueden tener menos de 30 centímetros de ancho, que ocupan casi enteramente los postes de luz.

En los Estados Unidos, si alguien se resbala frente a tu banqueta, te pueden demandar. En México, eso es impensable. Las rampas de acceso vehicular de las aceras vienen en todas las formas imaginables, con todo tipo de pendientes y alturas, en las dimensiones que se les ocurran a los propietarios. Hay quien pone cemento, hay quien pone pasto, hay quien deja crecer magueyes, hay quien pone jardineras y te obliga a bajarte de la banqueta si vas caminando. También hay quien tiene obra, y ocupa la banqueta como almacén de materiales y estacionamiento de contratistas. Abusamos de la arquitectura y jardinería agresivas en contra del transeúnte.

Solo los peatones se dan cuenta. Si vas en coche, no sufres, excepto por el peatón ocasional que se baja de la banqueta porque es muy angosta o inexistente, y acaba enfrente de tu coche. A la mejor le pitas o lo salpicas. A la mejor le avientas el coche o el camión, pues no debe ser una persona importante, dado que va a pie.

Nuestras urbes banqueteras han empeorado con las ciclovías, porque no hay reglas para su uso. Los ciclistas, al menos en la Ciudad de México, deberían circular en el mismo sentido que los automóviles. Pero, en todo México, los ciclistas han hecho costumbre de circular en sentido contrario al de los automóviles; es decir, usamos el sistema británico-japonés de circular sobre la izquierda para las bicis, y el estadounidense y continental europeo de circular sobre la derecha para los coches. A veces, las dos ciclovías a lado y lado de las calles son de doble sentido. Cruzar una calle es un viacrucis, porque esperas el tráfico del lado izquierdo, y llega un ciclista o motociclista por la derecha y te atropella.

Al final, esto es un problema de clases sociales y educación vial, donde la gente aprende a manejar automóvil, moto, bici y hasta vehículo gigante en la calle, sin un entrenamiento ni un examen previo. Hace 40 años, era necesario hacer exámenes de manejo para obtener la licencia en el antiguo Distrito Federal, pero los abolieron, debido a la corrupción. Quizá no me hubiera enterado si no hubiera decidido desde hace años caminar, andar en bici, pasear perros, para reducir el estrés y hacer un poco de ejercicio. En mi colonia, en Cholula, ve uno caminar con tristeza desde al señor de los tamales hasta el personal de servicio, esquivando baches, charcos, materia orgánica animal, y sufriendo la descortesía de los automovilistas.

Invertir en banquetas no es barato, pero sale mucho más caro, en términos de movilidad, productividad y seguridad, no hacerlo. Hacer valer el marco jurídico en este límite gris entre lo privado y lo público, puede redituar de manera importante para construir ciudades humanas y económicamente viables. Ojalá los ediles que lean esta columna no la entiendan como una oportunidad de extorsión a propietarios y automovilistas: es una oportunidad de inversión y educación. Ahí se las dejo.

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