No se trata del imperativo en segunda persona del verbo mirar, versión Iztapalapa. Es esta sensación de hormigueo que se apodera de uno, mientras vocifera, grita y se enoja. Es la irracionalidad hecha persona. Es este precursor de pleitos donde luego hay muertos. Es el México contemporáneo. Estamos enojados.
En los gobiernos tecnocráticos, los funcionarios con ira normalmente eran tecnócratas que no entendían por qué la realidad no se ajustaba al modelo. También de repente había ira ciudadana; y algún funcionario como Don Javier Usabiaga, que en paz descanse, secretario de Agricultura del gobierno de Vicente Fox, nos mandaba a sus acólitos a organizar mesas y sentarnos con los inconformes. Meses, a veces años, nos la pasábamos dialogando con gente que nos exigía cosas imposibles, pero en algún punto se llegaba a un arreglo.
Miguel, mi amigo y psicólogo gestalt, me regaló un libro sobre la ira del budista vietnamita Thich Nhat Hanh. “La ira, el dominio del fuego interior”. El monje te invita a que, en el momento en que te saliste de tí mismo en un arrebato demoníaco de esos que asustan, te voltees a verte a ti mismo, y que también contemples la ira, dado que ya estás fuera de ti. Que trates de tener un poco de compasión contigo mismo, y quizá la ira cederá, después de años de práctica.
El autor y economista de esta columna es súper iracundo. Como líder agrario agraviado; como abogado que increpa a un senador de la República indigno de su silla. Me dicen en mi rancho poblano, de buena fuente, que una senadora local del PT está en China hoy, buscándole financiamiento al rey de las Disculpas Noroña para su campaña presidencial. Esas cosas calientan, pero viendo consecuencias, tendremos que hacerle caso al psicólogo y al monje vietnamita. Mejor no hay que pelearse ni con la esposa, no vaya uno a acabar muerto, como colaborador de Brugada, o tepiteño en Acapulco. No vaya uno a terminar ofreciendo disculpas en el Senado.
La ira en estos tiempos es peligrosa. Al abogado Carlos Velázquez de León Obregón una mentadita de madre al presidente del Senado le salió bastante cara. Querido lector, lectora, lectore y lectorx: moderémonos. Mentemos la móder pero de dientes para adentro. En eso consiste la moderación en estos tiempos que no son fascistas, no son totalitarios, pero sí militaristas y autoritarios. El que no lea el grafitti en la pared, es porque de plano está ciego.
La nueva economía del comportamiento nos diría que la ira nos vuelve más impulsivos, y con ello no consideramos las consecuencias de largo plazo de nuestro actuar. Nos reduce la “simpatía moral” que naturalmente sentimos por otro, como diría Adam Smith, y nos vuelve vengativos. Las relaciones humanas se deterioran desde la cooperación hacia el conflicto. Destruyen nuestra noción de qué es justo y qué es correcto (y este no es un chiste de filósofos cubanos). Pero, lo más grave, es que la ira, especialmente la de grupos de gente, es sujeta de enorme manipulación política. Sí, seguramente el presidente del Senado diría que los enojados que escribimos columnas somos parte del nado sincronizado de la derecha que busca golpeteo para desestabilizar al régimen. Dan Ariely diría que el problema con la ira es que no podemos manejar su intensidad o duración, entonces como mecanismo de cambio social, su impacto es limitado. Es preferible regresar al cauce del análisis, de la razón, que a los derroteros de la ira. Esas son brechas traicioneras en las que uno entra, pero igual no sale.
Esta columna se irá a rumiar su ira y contemplarla con ánimos de canalizarla a ver si se nos ocurre algo para hacer que el PIB crezca. Para ver si hacemos entender a Fernández Noroña que su honor no es un bien de la Nación que estamos todos obligados a resguardar. Lo único bueno que surgió de esta gazapera, es que los ciudadanos estamos tratando de levantar la voz y responder contra este despliegue absolutista (in)digno de los reyes de la antigüedad.
Espero que esta columna no genere demasiada inquietud en el Palacio de Cobián. Cierto, todos los regímenes que han pasado por México han encontrado expresiones periodísticas, literarias, fílmicas, radiofónicas, que les resultan peligrosas. Dicen que un titular de Gobernación panista se la pasaba viendo películas que atentaban contra la moral. La realidad, nunca la sabremos. Lo que sí sabemos es que los hijos del 68 salieron más a su papá Díaz Ordaz que al CNH. No sé si Noroña es más feo que Díaz Ordaz, pero la mano extendida se parece un montón.