En su columna de ayer martes, el maestro Enrique Quintana dice que no hay mucha confianza en el sector privado respecto a las acciones del gobierno mexicano, en el marco del Plan México, para que la economía recupere su senda de crecimiento.
Tiene razón el maestro Quintana. Pero, también creo que los mexicanos pensamos que los fierros y concretos son los que nos van a generar crecimiento. Trenes con tecnología de la mitad del siglo XX. Aeropuertos en medio de la nada. Una refinería subacuática en un paraje de Tabasco, en donde no hay ductos ni para llevar crudo, ni para sacar combustibles. Infraestructura en lugares donde no hay mucho crecimiento económico que digamos.
Tenemos una noción equivocada: que el gasto en salud y educación es gasto. No estamos solos; la OCDE marca como “expenditure” las gráficas de reportes como Health at a Glance (2022) y Education at a Glance (2024).
Mientras sigamos viendo como gasto a la salud y la educación, seguiremos sin crecer.
Por eso los neoliberales le decimos “capital humano”. No porque las personas sean cosas. No. Es porque hay que dedicar recursos, trabajo, tiempo, esfuerzo y talento a construir conocimiento, ideas e innovaciones en las neuronas de las personas. Esos recursos tienen un costo de oportunidad. Pero, son una de las inversiones más rentables que una familia o un país puede hacer: invertir en su gente.
Invertir en capital humano es súper democrático. Cada individuo se lleva un valor que puede ser alto o bajo, relativamente proporcional al esfuerzo que realizó, y dependiente del rendimiento y el riesgo de mercado y obsolescencia del tipo de conocimiento que adquirió. Nadie te puede quitar tu capital humano. Te sigue en donde estés, durante toda tu vida. Es una inversión en la que se limita, de manera importante, la robadera y corrupción que hay en los proyectos de infraestructura. Claro, siempre existen sindicatos y burocracias que extraen valor –aquí y en Suecia–, pero en general, la inversión en capital humano perdura y reditúa a las personas durante toda su vida; especialmente cuando esa inversión se destina a las artes, ciencias y oficios que nos hacen más productivos a los seres humanos.
En el caso de la salud, también la vida humana se hace más valiosa si logramos existir sin dolor, sin la angustia de morir antes de tiempo, sin enfermedades discapacitantes que nos afecten en nuestro trabajo y nuestra vida. Son inversiones que valen la pena.
Hay un presidente mexicano que entendía la agenda de capital humano, y trabajó en ella de manera importante. Se llama Ernesto y se apellida Zedillo y Ponce de León. Estudió economía en el Politécnico y obtuvo su doctorado en economía por la Universidad de Yale.
Cuando yo era un chamaco y estudiaba economía, no me encantaba. Un priísta más. Pero, dejó el tipo de cambio flexible, y ya no hubo más devaluaciones. Puso a la banca central a acumular reservas, que son una póliza de seguro para la economía. En su administración, el peso se apreció y la economía creció. Creó las Afores. Ejecutó programas para la gente pobre, condicionadas a acciones de las familias en educación y salud.
Al presidente Zedillo no le conocemos escándalos personales, ni le sabemos que se haya llevado dinero de las arcas públicas, o que haya pactado con delincuentes. Lo quisieron implicar en la tragedia de Acteal, igual que a otros presidentes los han mezclado en momentos terribles y represivos de la vida pública. Al final, reconoció la victoria del presidente Fox en las elecciones, sin dejarle margen de operación a los tradicionales hacedores de elecciones de la dictadura perfecta.
Tenía fama de duro y de enojón. Había chismes de él, como de cualquier personaje público. Pero, es uno de los mejores presidentes de México en todos los tiempos. La izquierda lo ataca por el Fobaproa, que rescató a los ahorradores, no a los deudores. Rescató a las abuelas, no al Barzón. Hubo banqueros beneficiados, pero también hubo castigados. El país ganó con el IPAB y el seguro de depósitos.
Después de su sexenio, fue moderado. Nunca dejó de trabajar. Es consejero destacado de empresas, sociedad civil y académico.
Si yo fuera un autócrata en ciernes, el incentivo para agarrar a patadas al gigante es enorme. De ser un demócrata en desarrollo, mi aspiración sería lograr la mitad de su legado. Quizá en este debate esté la respuesta de quién es realmente Claudia Sheinbaum. Ella es la incógnita. Zedillo, ya sabemos quién fue y quién es.