Costo de oportunidad

El planeta de los simios

Los primates se despiojan, nosotros inventamos el lenguaje y ese mecanismo de poder es radicalmente distinto a todo lo que tienen los primates.

En muchos sentidos, los seres humanos somos como changos, a pesar de la distancia evolutiva que nos separa de esos parientes distantes. Tenemos una tendencia a imitar las conductas de los miembros más dominantes de nuestra especie, igual que los simios. Nos vestimos igual, hablamos igual, atacamos igual que el jefe de la tribu. Macario Schettino ha dicho en estas páginas que el chisme cambió nuestra necesidad de socialización uno a uno. Los primates se despiojan, nosotros inventamos el lenguaje y ese mecanismo de poder es radicalmente distinto a todo lo que tienen los primates.

En países como México nos habíamos acostumbrado a que los changos éramos nosotros, y que en Estados Unidos todo funcionaba mejor. Igual que en las películas de El Planeta de los Simios, es como si un virus de tercermundismo hubiera atacado a los Estados Unidos, y es como si el resto del mundo pareciera ser sensato.

Argentina, por ejemplo, acabó con el llamado “cepo” cambiario, que era el resabio de su complejísimo sistema de tipos de cambio diferenciados por sector y medidas del BCA para mantener a raya una crisis de balanza de pagos ante los desórdenes macroeconómicos acumulados de casi un siglo. Dado que la sensatez abandonó a los Estados Unidos, y con ella un montón de capitales, Argentina pudo captar en el mercado los dólares necesarios para que su transición del cepo a la ley de un solo precio pudiera ocurrir sin sobresaltos.

El dólar canadiense y el peso mexicano se apreciaron ligeramente después de la debacle americana. Este artículo se escribe el 22 de abril pasadas las 2 PM, y el peso se ha apreciado sustancialmente respecto al dólar. El 11 de abril estaba en 20.60, y al momento de escribir estas letras está en 19.63. Igual que a la Argentina, nos salpicó algo de la salida de capitales de Estados Unidos. Esta ganancia de corto plazo podría entusiasmarnos si fuéramos tontos. En realidad tenemos que preocuparnos. Nuestro principal socio comercial, país desarrollado de nuestra región, hogar de nuestros principales clientes, está en un proceso autodestructivo inusitado.

Hace algunos años, un amigo llevó a un grupo de diputados mexicanos a Harvard, una de las universidades fustigadas por el energúmeno naranja. Regresó decepcionado de la baja calidad del curso. “Es como si te dicen que mañana te llega una visita de changos”, me dijo. “Lo que harías para entretenerlos es darles plátanos”. JD Vance, asesorado por un profesor de Harvard que es marginal en la discusión económica, un tal Peter Navarro, está dispuesto a sacrificar la supremacía del dólar, y la capacidad de esa moneda para ser el almacén de valor global, a cambio de términos de intercambio que los regresen a la arena manufacturera. Supremacía global a cambio de plátanos.

Desafortunadamente, nadie le dijo a JD Vance que esa competitividad cambiaria, como las visitas con el Papa, duran muy poco. La verdadera competitividad de las naciones resulta de una combinación de factores productivos y jurídicos, entre los cuales están la educación, la salud pública, la calidad de vida, la disponibilidad de capital, y la calidad de las instituciones jurídicas y de gobierno. Cosas en las que él y sus hillbillies no han invertido.

En dos patadas, Kentucky y Apalachia, con todo y su miseria, se convirtieron en el modelo de lo que pronto será Estados Unidos. El lunes, las groserías de Trump para Jerome Powell destruyeron un poco más de un billón del valor de los activos que cotizan en el índice de Standard & Poors 500.

Habrá que preguntarle a un primatólogo si es posible la involución humana, como en la novela de Pierre Boulle. Todo parece indicar que sí, y que las relaciones de violencia y poder siguen dominando los desenlaces entre seres humanos, a pesar de nuestros esfuerzos milenarios por transformarlas en diálogo y entendimiento.

En este juego de suma negativa (no es de suma cero, ojo), la Doctora y Presidenta Sheinbaum ha manejado bien su mano. No te paras enfrente de un gorila espalda plateada de 500 kilos y lo amenazas. En este caso, el silencio y las acciones hablan más que cualquier controversia discursiva, política o diplomática. Como en El Planeta de los Simios, el virus hizo listos a los tontos, y viceversa. Veremos si las ideas de libertad de los antiguos estadounidenses, hoy transformados en macacos vociferantes, pueden germinar y mantenerse en las atrasadas tierras de quienes antes éramos los primates.

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