El sindicalismo en México ya no está tan en boga como en el siglo pasado. En la medida en que muchas empresas se convirtieron en centros manufactureros de empresas más grandes, y que mucha de la actividad de las pequeñas y medianas empresas se movió a la informalidad, los sindicatos perdieron poder. Hay sectores como el acero, los ferrocarriles, el azúcar, la burocracia, las empresas públicas de energía, la construcción, donde todavía hay sindicatos muy fuertes, con músculo político. Aún así, los sindicatos no son tan relevantes hoy como eran en 1970, salvo excepciones.
Hay que entender el origen de nuestro sindicalismo. El corporativismo de Lázaro Cárdenas usó a las centrales obreras, como utilizó a otros grupos de movilización política y gremios, para consolidar al régimen. Voto unificado, paz social, repartición de ganancias, eran parte de la receta.
La negociación colectiva para obtener salarios más altos para los agremiados se convirtió en un objetivo secundario. En el sector público, la dinámica se volvió perversa, porque los políticos y funcionarios a cargo de alguna institución o empresa pública sindicalizada ceden beneficios a futuro a sus sindicatos. Así llevan la fiesta en paz mientras termina su administración, y la cuenta la paga el siguiente gobierno.
En el caso privado, la relación es más transparente en la negociación colectiva, pero también se dan simulaciones nocivas. Como los sindicatos no tienen las obligaciones fiscales que tienen otras organizaciones, se convirtieron en un tipo de in-shore de nuestro régimen fiscal. El líder sindical se convirtió en socio del negocio. El sindicato se convirtió en un vehículo ideal para sacar recursos del flujo del negocio y ponerlos en los bolsillos correspondientes. Nunca hemos visto un líder pobre. En casos de activos estresados, como los que se quedan atrapados en un negocio después de una quiebra, el sindicato también se convierte en una eficaz barrera para que los acreedores no puedan embargar.
En días pasados, vimos que la AFL-CIO, sindicato grande de Estados Unidos, con oficinas en corto de la Casa Blanca, muy cercana al Partido Demócrata, anunció su intención de presentar una queja bajo los mecanismos del TMEC contra una empresa tamaulipeca, donde presuntamente se han negado los derechos de negociación colectiva a los trabajadores.
En el fondo, esta columna especula (porque no todo en el sindicalismo es real), que las centrales estadounidenses quieren competir por contratos colectivos en México. La queja, en el fondo, es que el sindicato que tiene el contrato colectivo de esta empresa no está haciendo el trabajo que debe hacer: negociar colectivamente mayores salarios.
Si el autor de esta columna fuera líder sindical en Estados Unidos (otra suposición extrema; algo le falta en la entraña para dedicarse a eso), probablemente querría moverse al mercado de crecimiento, ese país extraño al sur del suyo, donde los líderes sindicales no hacen el trabajo de negociar salarios colectivamente, sino se dedican a la política y a operaciones financieras con políticos y empresarios.
En México hay poca competencia entre sindicatos, por cómo se asigna el contrato colectivo y por cómo se asigna el permiso de la autoridad laboral para las centrales y las personas que participan en ellas. Es un proceso discrecional. Si el TMEC logra que haya centrales afiliadas a los sindicatos estadounidenses, con métodos y objetivos distintos, el mercado de negociación laboral colectiva en México se puede transformar para bien.
También puede suceder que los sindicatos estadounidenses se tropicalicen y se dediquen al mismo tipo de negocios oscuros y extorsiones que han sido típicos de muchos sindicatos mexicanos. Más nos valdría adaptar nuestras leyes laborales para movernos hacia un sindicalismo más virtuoso, con menos suertes charras y más productividad en su receta. Algunos sindicatos mexicanos tuvieron esa transformación (Volkswagen, Telmex) y han sido muy exitosos. Otros han sangrado y tronado a sus industrias lentamente. Necesitamos más de los primeros y menos de los segundos.
Los salarios altos no van a matar la ventaja competitiva de México. Otros países han crecido en salarios y han prosperado. Siempre que el incremento salarial vaya acompañado de mejoras en la productividad, los salarios altos no serán nuestro principal problema. Las simulaciones, cochupos y búsqueda de rentas en lo oscurito sí lo serán.