Fuera de la Caja

Ascenso y caída

La desintegración de la Corona de España es un proceso que inicia con la invasión napoleónica, que no sólo produce las “independencias” americanas, sino la dispersión de los virreinatos.

Le decía el lunes que tengo hoy el privilegio de presentar mi nuevo libro Conspiraciones. México a través de seis siglos en la FIL (17:30, salón H). También le comenté algo de lo que encontré al escribirlo: el encuentro entre dos grupos humanos separados por más de 20 mil años, las vicisitudes provocadas por esa separación, y la construcción de una nueva sociedad, diferente de las dos de las que proviene.

Esa nueva sociedad, que llamo la Gran Nueva España, se convierte en el centro del comercio en el siglo XVII, cuando se encuentra la ruta de regreso de Filipinas. A partir de entonces, cada año habrá un viaje de Acapulco a Manila y de regreso, que será por décadas la forma más fácil de comerciar entre Europa y Asia. Por otra parte, en esos mismos años se descubren nuevas minas y se explotan de mejor manera, con lo que Nueva España se convierte en la gran productora de plata. Alcanza para enviarle su quinto real a la Península, para financiar a Filipinas y el Caribe, e incluso al Perú. Mientras, Castilla se ha desplomado, y con ella España. Malos reyes, tres Austrias y tres Borbones, garantizan la autonomía de Nueva España, que se consolida, como decíamos, en una sociedad “barroca, escandalosa, desordenada, que negocia la aplicación de las reglas, que se agrupa en clanes y familias, que más que católica es guadalupana”.

Nada es para siempre. Cuando los Borbones intentan manejar a España como su antecesor Luis XIV lo había hecho en Francia, todo se descompone. De pronto se les ocurre que los reinos americanos no son tales, sino simples colonias que, como hacen los otros imperios europeos en África y Asia, están para ser saqueadas. En el último tercio del siglo XVIII, eso intentan en Nueva España. En ese momento, el Bajío era tal vez la región más rica del mundo, y entre impuestos, préstamos forzados y limosnas, España intenta agenciarse esa riqueza. Los novohispanos empiezan a organizarse para evitarlo, conspirando. Al inicio del siglo XIX, desgraciadamente, hay una década de mal clima. Para fines de esa década, se combina todo: en España, los dos peores reyes de toda su historia; en Nueva España, conspiradores de todo tipo, contracción económica, y un cura que pierde la razón.

La desintegración de la Corona de España es un proceso que inicia con la invasión napoleónica, que no sólo produce las “independencias” americanas, sino la dispersión de los virreinatos. En México, esa desintegración interna impide la construcción de un gobierno estable por medio siglo. Cuando finalmente se logra, es porque regresamos a las viejas estructuras, con un monarca sostenido en acuerdos personales con hombres fuertes en las regiones del país. Ese monarca se llama Benito Juárez, que es sucedido por Porfirio Díaz, en las mismas circunstancias. Son nuestros déspotas ilustrados, llegados con un par de siglos de tardanza, pero ambos convencidos de la necesidad de crear un Estado moderno, es decir, un sistema de gobierno con una burocracia eficiente, un ejército profesional, y un conjunto de reglas aplicables a todos.

Lograrlo, sin embargo, requería convertir a esa sociedad de clanes y familias en una sociedad de ciudadanos. Juárez avanza poco en ello, aunque el fusilamiento de Maximiliano haya sido un paso definitivo. Díaz logra mucho más, pero no le alcanza el tiempo. Ahora no es un cura el que provoca el desastre, sino un agrónomo, pero el resultado es el mismo: la guerra fratricida.

El viernes le comento lo que creo que ocurrió después, que me parece ayuda a entender mucho mejor en dónde estamos parados en este momento.

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