Espero no decepcionar ni molestar a nadie, pero Pemex jamás ha sido una gran empresa. Llegó a tener un gran tamaño, pero nada más. Se fundó unos años antes de la expropiación y se hizo de los activos así obtenidos. Los siguientes 30 años produjo más o menos lo suficiente para cubrir el consumo de un país apenas iniciando su industrialización, pero, para fines de los 70, ya era necesario importar petróleo.
Las cosas cambiaron con el embargo petrolero de 1973, que elevó significativamente el precio del crudo, lo que permitió explorar y explotar regiones que antes eran incosteables. Fue lo que vio López Obrador en su juventud, y desde entonces se quedó con la idea de que el petróleo era fuente de riqueza. En realidad, lo que nos puso en el mapa mundial fue el descubrimiento de Cantarell, que era entonces el segundo manto más grande del mundo. Eso salvó a López Portillo de los errores de Echeverría, pero le permitió los propios. Luego salvó a De la Madrid de tener que enfrentarse de lleno a un sistema disfuncional, con lo que perpetuamos al viejo régimen, sentando las bases de su regreso.
Cantarell inició su declinación en enero de 2004, y eso empieza a evidenciar las ineficiencias de la paraestatal. Las pérdidas en refinación, que antes se cubrían fácilmente con las amplias ganancias de extracción, empiezan a pesar cada vez más. Al sumar a esas pérdidas la explosión en jubilaciones y reserva para cubrirlas, Pemex se revela inviable. Por eso se promueve una reforma en tiempos de Calderón, bloqueada por el PRI, y luego otra con Peña Nieto, ésta sí aprobada merced al Pacto por México.
El objetivo era abrir el abanico de exploración y extracción, porque Pemex no iba a poder cubrir todo, estabilizar las reservas para empleados y eliminar las pérdidas en las subsidiarias, especialmente en refinación. Para llegar a esto, había que asumir una deuda adicional y dar un apoyo a Pemex, y eso se hizo en 2016.
Es decir, que el Pemex que recibió López Obrador ya no tenía una losa de pensiones, no perdía en refinación y tenía ya competidores que, por cierto, pagaban más al gobierno de lo que Pemex hacía por barril extraído. Eso fue lo que López destruyó. En su administración, el costo del contrato colectivo se incrementó, aunque no demasiado; se cerraron las oportunidades a empresas privadas, con lo que el peso de la renta petrolera se concentró en Pemex, incapaz de ser eficiente; pero la tragedia fue la necedad de refinar en México.
De 2016 a 2018, por primera vez en décadas, no hubo pérdidas en refinación. Las ganancias eran muy pequeñas, pero no se perdía. De 2018 a 2024, gracias a la necedad de refinar, las pérdidas de operación en refinación sumaron 1.1 billones de pesos, y las pérdidas netas alcanzaron 1.4 billones. En dólares de hoy, 60 y 73 mil millones, respectivamente.
En ese mismo lapso, la deuda de corto plazo subió en 37 mil millones de dólares, 25 mil de ellos adeudados a proveedores. Ahí están los 100 mil millones de dólares que ahora urgen. Si no subió la de largo plazo es porque nadie estaba dispuesto a prestar a Pemex a tasas razonables, de forma que la empresa decidió financiarse con proveedores. La destrucción que esto ha provocado explica, al menos en parte, el derrumbe en producción de crudo que ha reducido los ingresos del gobierno. Perdieron la posibilidad de cobrar a privados y destruyeron la capacidad de pago de Pemex, pero dicen que para el próximo año todo se resuelve, porque la culpa de todo es de los “neoliberales”.
Son incompetentes, mentirosos y cínicos.