Como habíamos comentado, ésta sería una semana de mucha información económica. Hoy mismo algo habrá, si efectivamente se cumple la promesa de Trump de fijar ya los aranceles con todo mundo. Hasta el momento, lo que ha ocurrido es que se ha desordenado por completo el comercio global, y eso alcanza a reflejarse en la actividad económica.
En Estados Unidos, ya lo decíamos, las empresas reaccionaron al triunfo de Trump en noviembre incrementando notoriamente sus importaciones. De entonces a marzo, hay una burbuja que equivale a un mes adicional de importaciones. Desde abril, las compras al exterior regresaron a un nivel normal. Por esa razón, el PIB de Estados Unidos se contrae en el primer trimestre (las importaciones se restan), y crece sustancialmente en el segundo (por la forma como se calcula allá el crecimiento, que es contra el trimestre inmediato anterior). Ni la caída de enero a marzo, ni el crecimiento de abril a junio son “ciertos”, sino que resultan de esas acciones de defensa de las empresas frente a las decisiones de Trump.
Acá ocurre algo similar, aunque en sentido opuesto. En el primer trimestre tuvimos un crecimiento en nuestras exportaciones a Estados Unidos un poco mayor de lo normal, pero eso ya no ocurrió en el segundo. En ambos, las importaciones casi no se movieron. En consecuencia, mientras que en el primer semestre de 2024 tuvimos un déficit de 11 mil millones de dólares, en los primeros seis meses de este año tuvimos un superávit de casi 2 mil millones. Traducido a pesos, el cambio en el saldo comercial asciende a más de 260 mil millones de pesos, que representan 0.8% del PIB.
Aunque el dato de crecimiento del segundo trimestre resultó sorpresivo, resulta que si comparamos el primer semestre de este año con el del año pasado, el crecimiento asciende a 0.9% del PIB. Dicho de otro modo: prácticamente todo el crecimiento de la primera mitad de este año se debe al comercio exterior. El consumo cae ligeramente (-0.1%), en esa misma comparación, mientras la inversión se hunde (-6%). Por eso el crecimiento anual del empleo en junio ya fue prácticamente cero.
Pero no todo fue el PIB. También se publicó la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, con los datos a 2024. Hay un incremento en ingresos y gastos de los hogares, y una mejora en la distribución, como ha ocurrido desde hace ya mucho tiempo. Sin embargo, persiste un fenómeno que ya habíamos comentado desde hace años: aunque los ingresos se incrementan, los gastos se comportan como si los hogares tuvieran menos ingresos. Ahora sí hay más gasto en transporte (13% más que en 2016), como se espera cuando los ingresos crecen, pero sigue cayendo el gasto en educación y esparcimiento (-6% en ese lapso), el otro rubro que debería crecer. Por el contrario, crece el gasto en alimentos (20%), que debería contraerse.
Parte de este fenómeno puede deberse a dos cambios que ya parecen permanentes: el gasto en electrónicos y el gasto en salud. El primero ha crecido 20% desde 2016, mientras que el gasto en salud se ha incrementado en 40% en estos ocho años. El derrumbe del sector salud está provocando que el gasto de bolsillo crezca, y aunque la base era pequeña, sí pesa. Mientras que el gasto en alimentación ha crecido 2.6 puntos porcentuales, el gasto en salud lo ha hecho en 0.7 puntos. Es el segundo mayor incremento.
Ya pronto nos dirá el INEGI (porque cerraron Coneval) qué ocurrió con la pobreza, pero hay un par de datos que conviene tener en mente. El primero es que el crecimiento poblacional entre 2022 y 2024 no es estadísticamente distinto de cero. El segundo es que de 2016 a 2024, los integrantes de los hogares menores a 15 años cayeron 25%, mientras que los mayores de 65 años se incrementaron en 21%. Envejecemos, sin sistema de salud funcional.