Fuera de la Caja

Cuarenta años

A fines de los 80, la evidencia del desastre convenció a suficientes personas de la necesidad de tomar otra dirección. Por eso pudo negociarse el acuerdo comercial con Estados Unidos.

Hemos retrocedido 40 años. Estamos en 1985. En ese año llegué a vivir a la Ciudad de México por primera vez, y lo que recuerdo es una sensación opresiva, el color gris, el deterioro de la infraestructura. Algo así percibo ahora.

En ese año la economía no funcionaba bien, aunque no había una crisis (ésa ocurrió tres años antes). La inflación crecía, desde un nivel muy elevado, pero tampoco lo hacía a gran velocidad. Hubo elecciones ese año, y para el siguiente se hizo una reforma electoral regresiva, que provocaría el desastre de 1988, cuando los votos ni siquiera se pudieron contar.

También en ese año había una actividad creciente del crimen organizado, entonces centrado en Guadalajara, aunque su origen era el mismo que hoy: Sinaloa. Ocurrió entonces el asesinato de Kiki Camarena, provocando una muy severa crisis con Estados Unidos. Tanto la reforma regresiva como la crisis diplomática se debieron a Manuel Bartlett, por cierto, y a sus subordinados, el asesinato de Manuel Buendía, ocurrido el año anterior.

Teníamos la organización del Mundial de Futbol al año siguiente, pero lo que privaba era el patrioterismo del viejo régimen. No queríamos a los extranjeros, pero especialmente a los gringos. Como en el resto de América Latina, se culpaba a ese país de las crisis económicas que en diversos momentos sufrimos todos, y cuyo origen asociábamos a la deuda externa, al FMI, al Banco Mundial y a Estados Unidos.

El siguiente año efectivamente hubo Mundial, y gracias al gol de Manuel Negrete la mayoría de los mexicanos no se enteró de la crisis económica con la que inició el año, ni de la ruptura al interior del régimen con la que terminó 1986. Sin duda todo mundo se dio cuenta de la inflación galopante, de la devaluación acelerada del peso, pero sobre todo de la aparición, casi milagrosa, de productos extranjeros en las cocheras de casas que de pronto servían como “outlets”: camisetas, tenis, dulces, televisiones a color, refrigeradores de dos puertas, cosas que sabíamos que existían, pero no podíamos tener. Ahora sí. El ingreso de México al GATT (y la apertura inicial de 1985) nos dio acceso a bienes que todo mundo quería comprar.

Distraídos con el futbol, con las mercancías novedosas, envueltos en un proceso inflacionario y devaluatorio diario, no parecíamos darnos cuenta del deterioro en que vivíamos. Entre el golpe de la Bolsa de Valores, el Pacto de Solidaridad, la deficiente elección de 1988, apareció algo de conciencia de que estábamos en un momento crítico. Aunque el derrumbe inició en 1982, y es totalmente atribuible a los pésimos gobiernos de Echeverría y López Portillo, y en el fondo al régimen de la Revolución construido por Cárdenas a partir de 1935, los seis años transcurridos impidieron a muchos darse cuenta de ello. Por eso las creencias de entonces mantuvieron a los echeverristas en la arena política y, a la postre, los pusieron en el poder.

Pero a fines de los 80 la evidencia del desastre convenció a suficientes personas de la necesidad de tomar otra dirección. Por eso pudo negociarse el acuerdo comercial con Estados Unidos e iniciar una modernización real tanto de la economía como de la política y la vida social. Eso es lo que se ha destruido en los últimos siete años. Por eso hemos retrocedido 40 años.

Hoy, otra vez en un clima gris, opresivo, ominoso, envueltos en un deterioro paulatino, pero ya relevante, poco a poco las personas se dan cuenta del momento crítico. Si en aquella ocasión fue el giro al exterior el que nos permitió salir del desastre, hoy no es claro qué tipo de revulsivo (como dicen los locutores de futbol) pueda funcionar. Se puede imaginar el giro negativo, el remolino, pero no la salida.

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