Fuera de la Caja

Lo prometido

Las vacas gordas parecen haberse acabado, en los siete años de la profecía. Ahora vienen las vacas flacas. No se ve cómo pueda reactivarse la economía mexicana.

La semana pasada aparecieron varios indicadores económicos confirmando una desaceleración que ya es generalizada, con algunas de esas series ya en terreno negativo, incluso desde octubre pasado. Tal vez todavía no le quieran decir recesión, pero no tardan en aceptarlo.

El consumo cumplió cuatro meses en contracción, y la inversión lleva siete. Puesto que casi todo el PIB se destina a estas dos cosas, la única razón por la cual tuvimos un ligero crecimiento en ese indicador en el primer trimestre se debió a una balanza comercial positiva, que en sí misma es una señal de contracción económica.

El indicador coincidente, que también publica INEGI, lleva seis meses por debajo de cien puntos, que es el equivalente a estar en terreno negativo. Desde octubre pasado no llega a esa cifra, mientras que el indicador adelantado también cumple seis meses, empezando en noviembre y llegando a abril.

También en la semana pasada nos enteramos de una caída considerable en las remesas, 12% contra abril del año pasado. Las remesas no forman parte del PIB, pero son muy importantes para el consumo, especialmente de las familias con menores ingresos de otras fuentes. Aunque el salario real tuvo un ligero crecimiento en mayo (como es común, por el reparto de utilidades), el empleo se redujo, y la tasa de crecimiento anual de este indicador ya está casi en cero. La tercera fuente de ingresos, las transferencias del gobierno, se han recortado desde febrero en un 20%, porque no les alcanza el dinero. En consecuencia, no parece que podamos tener una recuperación pronta en el consumo.

Por el lado de la inversión, la mayor incertidumbre global, y el desastre del Poder Judicial, tampoco auguran un cambio de dirección. Algo ha habido de construcción residencial, pero maquinaria y equipo no mejoran, y aun con la apreciación del peso (producto de la depreciación del dólar, principalmente), no creo que tengamos más importaciones de bienes de capital.

Esta semana la iniciamos con otro dato preocupante: mayor inflación. Como parecía probable, el aflojamiento de la política monetaria ha provocado un repunte en los precios, que para el mes de mayo alcanzaron un crecimiento anual de 4.4%. En el mes, los mayores incrementos ocurrieron en el turismo y la educación, pero en un plazo mayor, además del turismo, lo que más ha subido de precio son los alimentos. La inflación promedio anual de 2018 a la fecha ha sido superior a 7%, lo que quiere decir que en estos siete años (desde el inicio de la actual serie, julio 2018), la comida se ha encarecido en más de 60%.

En ese lapso, tuvimos un gran crecimiento en las remesas, uno mucho mayor en las transferencias de gobierno, y también salario real creciente, presionado por las alzas al mínimo. Claramente, los mayores ingresos han superado la inflación, y por eso la confianza del consumidor sigue en niveles muy altos, y seguramente también por eso la popularidad presidencial.

Las vacas gordas parecen haberse acabado, en los siete años de la profecía. Ahora vienen las vacas flacas. Como decíamos, no se ve cómo podría reactivarse la economía, con el gobierno ahorcado por el déficit. Por otra parte, las presiones inflacionarias, que traen rezago y que son mayores en los precios al productor, tampoco parece que puedan evaporarse por pura voluntad. Menos, cuando el Banco de México ha dejado claro que su meta ya no es tres, sino 4%.

Como usted recordará, esta columna afirmó hace años que tendríamos una crisis fiscal al cierre del pasado sexenio, que se podría convertir en una crisis económica poco después. Por el momento, va despacio. Con un poco de mala suerte, cambiará su ritmo.

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