Fuera de la Caja

CNTE

A diferencia de las organizaciones obreras, que fueron perdiendo terreno conforme la economía se abría al mundo, los sindicatos, cuyo patrón es el gobierno, han podido sobrevivir y crecer.

El México que conocemos fue construido por los ganadores de las guerras civiles que llamamos Revolución Mexicana. Aunque quienes triunfaron en la etapa armada fueron los sonorenses, que tuvieron la mala idea de matarse entre ellos, entregando el botín a un grupo subordinado que en los 15 años de dominio sonorense, logró conformar bases regionales de apoyo.

Los gobernadores de Michoacán, Puebla, Veracruz, Tabasco, San Luis Potosí y Estado de México repartieron tierras a cambio de apoyo político, y fomentaron la organización obrera cuando el primero de ellos alcanzó el poder.

Desde ahí, se transformó a México mediante un sistema corporativo en el que todo mundo tenía su parte a cambio de subordinación. Siguiendo el camino señalado por el último líder sonorense en el Grito de Guadalajara, construyeron un sistema educativo para “apoderarse de las mentes de los niños”. Ésa era la misión educativa: enseñar desde pequeños a los mexicanos para que supieran bien su lugar, para adoctrinar en la historia mítica que legitimaba a quienes se habían instalado en el poder, y para dar herramientas mínimas para incorporarlos en la producción, pero siempre subordinados.

Por eso, me parece, México lograba niveles competitivos en la prueba PISA cuando se comparaba el promedio, pero no cuando se veían los grupos “de excelencia”.

El resultado de ese sistema educativo es una población que puede participar en la producción, mientras no se requieran demasiadas habilidades. Puede sostener una industria de ensamblaje, y poco más que eso.

Pero ese sistema educativo también era parte de la organización sindical. A diferencia de las organizaciones obreras, que fueron perdiendo terreno conforme la economía se abría al mundo (y conforme los servicios resultaban más importantes), los sindicatos, cuyo patrón es el gobierno, han podido sobrevivir y crecer.

Dura mucho más tiempo el líder sindical que el secretario de Estado, que es su contraparte. No hay mediciones de calidad, ni instrumentos para alcanzarla, de forma que el resultado es una organización que se dedica a extraer rentas del gobierno, es decir, de los impuestos.

Eso es el SNTE, independizado del gobierno cuando ocurrió la transición democrática, y convertido en un factor de poder por las siguientes dos décadas. A su interior, un grupo radicalizado desde los años 60 se convirtió en la coordinadora, la CNTE, que controlaba secciones sindicales en Oaxaca, Chiapas, Michoacán y Tabasco, aunque ocasionalmente ha logrado ampliar su clientela.

Este grupo, además de saquear al Estado como lo hace el SNTE, tiene el objetivo de impulsar la revolución socialista. Como parte de una guerra popular prolongada, no nada más extraen recursos, sino que buscan imponer su ideología. No es extraño que los estudiantes de los estados mencionados tengan las peores evaluaciones.

Por el poder del SNTE, cualquier reforma educativa debía iniciar ordenando la administración y al sindicato. No era algo fácil, y menos si no se lograba conseguir apoyo ciudadano para impulsarla, y, sobre todo, para aplicarla. Como el resto de las reformas estructurales, la educativa generó rechazo de parte de quienes perdían con ella, y los promotores no fueron capaces de construir una fuerza equivalente en sentido opuesto.

Los damnificados de las reformas, empresarios compadres y líderes sindicales, apoyaron al candidato que les aseguró que las echaría abajo. Ya se sabe usted la historia. La CNTE fue parte de ese proceso, recibió su pago, y ahora regresa a su comportamiento tradicional.

Por 30 años avanzaron con su aliado, hoy desaparecido, saqueando al gobierno y tomando de rehén a la ciudadanía. Ahora regresan, para sumarse al caos. La excusa original fue una reforma a pensiones. La motivación real la sabrá el desaparecido.

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