La semana pasada comentamos la gran dificultad que tenemos para que la inversión en México pueda ser mayor. Sin eso, no podremos romper la tendencia que, como veíamos, es de estancamiento. La estimación que le ofrecí es un crecimiento de 0.4 por ciento anual de 2024 a 2027, que muy probablemente implique una ligera contracción del ingreso por habitante.
Durante el sexenio pasado, esa caída en la inversión se compensó con un gran crecimiento en el consumo, sostenido por el incremento de las remesas, el aumento forzado del salario mínimo, y el reparto de dinero desde el gobierno. Las remesas han dejado de crecer (y esperemos que no las graven en Estados Unidos, como amenazan), el impacto del salario va desapareciendo, y el gobierno ya no tiene más para repartir. De hecho, ya no le alcanza ni para sostener el flujo actual.
Bueno, no le ha alcanzado nunca, primero lo financió saqueando fondos y fideicomisos, luego destruyendo la administración pública, algo muy evidente en salud, pero que ocurre en todo el gobierno, y finalmente lo ha hecho con deuda. La deuda ha tomado vida propia, porque el gasto no programable supera el crecimiento del PIB nominal, y cierra cualquier posibilidad de que el gobierno impulse medidas contracíclicas.
La otra posibilidad de crecimiento sería un superávit comercial. Esto puede lograrse exportando más o importando menos, como es obvio. En el gobierno han optado por el segundo camino, el que ya recorrimos hace algunas décadas y nos llevó a la quiebra. Supongo que a eso se refería el secretario de Hacienda cuando dijo que haríamos una mayor parte del PIB en México, frase que le ha merecido críticas generalizadas. Por definición, el PIB es hecho en México.
Pero seguramente se refería justamente a reducir el gran déficit que tenemos, que en las cuentas de oferta y demanda agregadas representa 6.4 por ciento del PIB. Medido en dólares se ve menos feo. El año pasado tuvimos un ligero superávit en la balanza no petrolera, que representa 95 por ciento de nuestro comercio. El 75 por ciento de las importaciones no petroleras es de insumos, buena parte para producir lo que exportamos, y nunca hemos logrado reemplazarlas de manera significativa. El 25 por ciento restante se divide en bienes de consumo (15) y bienes de capital (10).
Usted recordará, porque lo comentamos en diversas ocasiones durante el sexenio pasado, que lo único que realmente creció en el consumo de los mexicanos fueron los bienes importados. De 2018 a 2024, el consumo de bienes nacionales creció 0.7 por ciento por año, mientras que lo importado lo hacía diez veces más rápido, 7.2 por ciento. Si dejó de crecer hace unos meses, fue porque el dólar subió de precio, pero la evidencia indica que no está sencillo revertir esta relación.
En cuanto a las importaciones de bienes de capital, la diferencia no es tan grande: en vehículos, la parte nacional creció 2.6 por ciento anual, mientras que la importada lo hizo en 8.2 por ciento, poco más de tres veces más rápido. En maquinaria, 1.3 por ciento lo nacional contra 2.4 por ciento lo importado.
Si se quiere revertir el camino recorrido durante el sexenio pasado, y producir más bienes en México, nos regresamos al tema de la semana pasada: hay que invertir, y eso es ahora más difícil. Si la idea es replicar al rey Donald y también elevar aranceles, ya sabemos adónde nos lleva: inflación inmediata, contracción a mediano plazo. La otra ruta sería exportar más, pero nuestro cliente ha perdido la razón. Hay otros, pero tendríamos que ampliar nuestra capacidad, y ese es, otra vez, el tema de la semana pasada.
Así que ya tenemos una conclusión: salir de la tendencia de estancamiento sólo puede lograrse con inversión. Para ello, hay que reducir el riesgo y hay que contar con los insumos. En concreto: revertir la reforma al Poder Judicial y la política energética de los últimos siete años. Y así ocurrirá al final, pero después de mucho sufrimiento inútil.