Fuera de la Caja

Habemus Papam

Robert Francis Prevost, aunque nacido en Estados Unidos, desarrolló su carrera entre Perú y la dirección mundial de su orden, los agustinos. Es más un papa latinoamericano que estadounidense.

Ahora sí, tenemos papa. La semana pasada, en un artículo titulado Habebimus Papam (tendremos papa), le comentaba acerca de la gran capacidad que ha mostrado la Iglesia católica para elegir un pastor que, además de guiar a sus feligreses, alcanza una posición de liderazgo global. Ahí revisé de manera muy apretada a los papas de los últimos dos siglos, y entre ellos estaba León XIII, antecesor en el nombre que ha elegido el nuevo papa.

Hay colegas que escriben y saben mucho tanto de la Iglesia como del catolicismo en sí, y seguramente tendrán, en esos temas, una mejor opinión que esta columna. Aquí lo que quiero compartir con usted es la hipótesis de que el nombramiento del papa tiene un impacto global que supera lo propiamente religioso. Creo que así ha sido en más de 200 años, y cabe esperar que así sea ahora.

Por su trayectoria, parecería haber sido la opción de Francisco, trabajada al estilo que él tenía, al fin jesuita y peronista, aunque parezca raro. Lo atrajo a Roma hace apenas dos años, con un cargo de gran importancia en términos de organización, y hace unos cuantos meses lo convirtió en papable. Robert Francis Prevost, aunque nacido en Estados Unidos, desarrolló su carrera entre Perú y la dirección mundial de su orden, los agustinos. Es más un papa latinoamericano que estadounidense y, como Francisco, proviene de una orden, y no del clero secular.

Los agustinos son la orden más discreta de las tres que se crearon en el siglo XIII. Franciscanos y dominicos han sido mucho más activos y públicos, compitiendo históricamente entre ellos, y desde el siglo XVI, con los jesuitas, con los que los dominicos han tenido sus fricciones.

León XIII, lo decíamos la semana pasada, fue el creador de la doctrina social cristiana, un camino que la Iglesia propone como intermedio entre el capitalismo y el comunismo a través de la famosa encíclica Rerum Novarum, de 1891. Creo que las ideas de esa encíclica, sin embargo, también acabaron siendo la base del neocorporativismo del siglo XX. Fue papa entre 1878 y 1903, el tiempo del auge del Patrón Oro y el Imperio Británico, pero también la repartición colonial de África en la Conferencia de Berlín de 1885. Fue un gran promotor del catolicismo norteamericano, por cierto.

No tengo la menor idea de qué piense hacer León XIV, ni cuánto de ello pueda realmente impulsar, pero si la elección de su nombre es algo importante (y creo que lo es, como lo mostraron los papas más recientes), parecería orientado a buscar un equilibrio entre las distintas ideologías que hoy se disputan el futuro global. El énfasis en su mensaje inaugural en la igualdad esencial de las personas, y un par de referencias en la cuenta de X (antes Twitter) que tenía hasta hace poco, en contra de la posición antiinmigrantes de JD Vance, apuntan en esa dirección.

Como sabe, la interpretación de esta columna es que vivimos un enfrentamiento entre dos grupos esencialmente colectivistas. De un lado, los que enfatizan el poder como elemento más importante en las relaciones humanas, de donde han derivado las identidades como base de la sociedad. De esa corriente resulta la Teoría Crítica de Raza, la ideología de género, y otras versiones que insisten en que las identidades determinan el valor de las personas.

Del otro lado, se ha fortalecido una postura similar aunque opuesta, centrada en visiones anacrónicas de la religión, la raza y el lugar de nacimiento, que han instalado democracias iliberales donde han podido. Por el carácter autoritario de esos sistemas, son cercanos a los autoritarismos asiáticos: Rusia, China, el Islam, aunque pudiera parecer lo contrario. Ambas visiones, insisto, suponen que hay humanos más valiosos que otros.

El primer mensaje de León XIV es un bálsamo.

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