Durante noviembre, la actividad industrial en México se redujo. No mucho, pero se confirma un estancamiento que dura ya, al menos, un año. Esto ocurre no sólo en la industria a nivel agregado, sino en cada uno de los cuatro componentes: minería; electricidad, gas y agua; construcción, y manufacturas. En todos los casos hay algún punto elevado, en abril o mayo, pero al final el comportamiento de un año entero es muy claro. Minería tiene un crecimiento anual de 1.7 por ciento, pero electricidad, gas y agua, una contracción de -1.6 por ciento. Manufacturas crece 1.2 por ciento, pero construcción se cae -1 por ciento. A la hora de agrupar todo, el crecimiento neto de toda la industria, en todo un año, es de 0.7 por ciento.
En Estados Unidos, la industria creció, en ese mismo periodo, 5.3 por ciento. La convergencia que teníamos, a nivel industrial, se rompió en 2018. Las primeras señales claras son de julio de ese año, pero a partir de noviembre ya no hay duda. En manufacturas, en cambio, sí seguimos manteniendo un comportamiento similar al vecino. Ya lo hemos comentado muchas veces, las manufacturas son una industria norteamericana, no de un país en particular. Pero la industria incluye, además de eso, las tres actividades que en México se han descompuesto mucho: minería y electricidad, por política pública, y construcción, también.
Minería, que en casi 80 por ciento es extracción de petróleo, ha caído consistentemente desde 2004, y aunque algunos meses parece que puede recuperarse, la verdad es que el comportamiento de largo plazo es negativo, aunque Pemex haga todo tipo de esfuerzos por convencernos de lo contrario. Construcción ha tenido muchos problemas, algunos también de largo plazo, pero lo que la hundió fue la cancelación de la construcción del NAIM, y eso no se va a resolver. No hay manera de esperar nada espectacular en este renglón.
Es interesante el caso de electricidad, gas y agua (que es en 80 por ciento generación de electricidad), porque su comportamiento responde igual a la demanda que a la oferta. Puesto que no se puede almacenar mucha electricidad, si la demanda cae, entonces la oferta debe hacerlo. Pero en este caso ocurre algo muy interesante. En 2018 entraron en funcionamiento los oferentes de electricidad que ganaron subastas en 2017 (cuando obtuvimos el mejor precio internacional en generación vía sol y viento). Cuando la demanda empieza a caer, producto de una economía que se detiene, la generación tiene que hacer lo mismo, pero no todos lo hacen en la misma proporción: los generadores más caros caen primero, como es el caso de la CFE.
En este momento tenemos una demanda eléctrica similar a la de 2017, más o menos -8 por ciento por debajo de 2018. Esa caída es lo que ha complicado las finanzas de la CFE, porque ha tenido que absorberla por completo. Y por eso se les ocurrió la brillante idea de la reforma eléctrica. No van a poder producir más barato, pero quieren garantizar su mercado. Cualquiera debería entender que eso implica menos abasto y a mayor precio, pero ni el Presidente ni sus fanáticos lo logran.
Más allá de ello, el comportamiento de la industria en su conjunto no es halagüeño. En los últimos seis meses, considerando el crecimiento mes a mes, la dinámica de la industria es apenas superior a 1 por ciento anual. No hay razón para imaginar que minería, o construcción, puedan modificar su trayectoria. Electricidad, por lo que acabamos de ver, tampoco. Apenas queda la esperanza de las manufacturas, pero ahí no está claro qué ocurre. Se insiste en un problema de ‘cadenas de suministro’, pero también hay un proceso de cambio tecnológico que no se ve muy claro en México (especialmente debido a la necedad energética del gobierno), y una actitud poco colaborativa del gobierno estadounidense, que busca promover la relocalización de plantas en su territorio.
En suma, no será de la industria de donde venga el crecimiento en 2022. La próxima semana veremos que tampoco de los servicios. Ya lo platicaremos.