Luis Wertman Zaslav

Promover con el alma

Cuando promueves con verdad, el tiempo se vuelve tu aliado. Los que confían en ti regresan, las alianzas se fortalecen y los proyectos crecen solos. Porque en un mundo lleno de promesas vacías, cumplir lo que dices es la mejor publicidad.

Aprendí que promover no es ofrecer, es compartir. No se trata de convencer, sino de conectar. Lo entendí hace muchos años, una mañana cualquiera, cuando estaba a punto de rendirme después de escuchar demasiados “no”. Esa palabra corta, fría y repetida que al principio te frustra, luego te reta y finalmente te enseña.

Esa vez había preparado todo: la presentación, los números, las proyecciones, el discurso. Había repasado cada palabra frente al espejo. Pero algo falló. No logré conectar. Salí de ese lugar sintiendo que había perdido una gran oportunidad.

Caminé sin rumbo hasta un bello parque, me senté en una banca y respiré profundo. Fue entonces cuando comprendí algo que cambiaría mi manera de entender la vida: nadie cree en lo que promueves si no puede sentir lo que tú sientes.

El error no estaba en mi propuesta ni en mi trabajo. Estaba en mí. Quería demostrar que era el mejor, en lugar de demostrar que realmente creía en lo que decía. Había preparado la razón, pero no la emoción. Tenía argumentos, pero no propósito.

Desde entonces, cada vez que hablo con alguien, no pienso en “convencerlo” de nada. Pienso en ayudarlo a descubrir algo que le haga bien. Y cuando esa es la intención, el resultado siempre llega.

La confianza no se impone, se contagia.

Las personas no te siguen por lo que dices, sino por cómo las haces sentir. Y eso solo ocurre cuando tu mensaje nace de una convicción profunda. No de una estrategia. Cuando alguien percibe que hablas desde el corazón, no desde el interés, la conversación cambia. Se vuelve humana. Real.

Hay quienes creen que promover es una batalla, y la persona a quien quieres servir y ayudar, un rival que hay que convencer. Yo aprendí que es lo contrario: es una alianza. Es entender que todos buscamos lo mismo: sentirnos seguros, valorados y escuchados. Cuando promueves con empatía, los demás no solo te escuchan, te eligen.

La mente abre puertas, pero el alma las mantiene abiertas.

He visto grandes promotores perder oportunidades por falta de humildad, y personas sencillas lograr lo imposible solo por su autenticidad. La diferencia está en lo invisible: la energía con la que entras a una conversación. Si llevas dentro ego o desesperación, se nota. Si llevas claridad y calma, también.

Por eso, antes de hablar con alguien, hay que hablar con uno mismo. Revisar si lo que vas a ofrecer realmente genera valor, si harías lo mismo si el otro fueras tú. Esa es la brújula ética que separa al promotor del manipulador, al improvisado del líder.

Escuchar más que hablar

Una de las lecciones más valiosas fue aprender a callar. A veces el silencio persuade más que mil argumentos. Escuchar con atención te permite descubrir lo que la otra persona realmente necesita, y eso te da la llave para servir, no solo promover. Cuando entiendes eso, todo cambia.

Recuerdo a una persona que me pidió algo que no podía cumplir. En lugar de inventar una excusa, le dije la verdad. Pensé que lo perdería. Pero con el tiempo, me recomendó con muchos más. Porque la honestidad también promueve. Es lenta, sí, pero es la única que no caduca.

La actitud crea destino

He vivido momentos en que la suerte parecía agotarse, los proyectos no avanzaban y los apoyos desaparecían. Pero también vi cómo la actitud correcta reabrió puertas que parecían cerradas para siempre. No hay fórmula secreta más poderosa que creer en ti mismo, incluso cuando nadie más lo hace.

La actitud no se dice, se transmite. Es la forma en que caminas, saludas, miras y enfrentas los obstáculos. Es ese “algo” que hace que los demás quieran escucharte. Y eso no se estudia, se cultiva.

Liderar desde el ejemplo

Con los años entendí que las personas no recuerdan tus discursos, sino cómo las hiciste sentir. No recuerdan cuánto sabías, sino cuánto te importaba. El liderazgo, igual que la promoción, no se trata de imponer, sino de inspirar.

Cuando promueves con verdad, el tiempo se vuelve tu aliado. Los que confían en ti regresan, las alianzas se fortalecen y los proyectos crecen solos. Porque en un mundo lleno de promesas vacías, cumplir lo que dices es la mejor publicidad.

Más allá de los números

He logrado grandes acuerdos, y también he perdido otros que parecían seguros. Pero hoy puedo decir que lo más valioso no fue el resultado, sino el camino. Cada conversación, cada mirada de duda que se transforma en confianza, cada “gracias” sincero. Eso no se mide en cifras, sino en propósito.

Cuando haces las cosas con intención de servir, las recompensas llegan de formas inesperadas: oportunidades, amistades, alianzas y respeto.

Para el público, lo privado y lo ciudadano

Este aprendizaje no pertenece a un solo ámbito. Funciona igual en lo público, lo privado y lo ciudadano. Porque al final, todos promovemos algo: una idea, un proyecto, una causa o un valor. Lo importante es hacerlo con coherencia, empatía y propósito. Cuando promovemos desde el alma, construimos confianza colectiva, y esa es la base de toda transformación duradera.

Hacer el bien, haciéndolo bien

Ser un buen promotor no es dominar técnicas, sino dominarte a ti mismo. Es mantenerte firme en tus valores, incluso cuando hacerlo te cueste una oportunidad. Es ser capaz de mirar atrás y saber que creciste sin traicionar lo que eres.

Promover con alma es creer que cada encuentro puede mejorar la vida de alguien. Y cuando logras eso, no solo cierras tratos: abres caminos.

Porque al final, todo se resume en una sola verdad: la confianza no se compra ni se enseña, se construye con coherencia y se mantiene con amor por lo que haces.

Hacer el bien, haciéndolo bien.

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