Luis Wertman Zaslav

Innovar sin destruir

El verdadero avance está en mejorar sin anular, en crear sin destruir, en crecer sin dejar a nadie atrás. Innovar no es solo inventar algo nuevo: es hacer mejor lo que hacemos cada día, con integridad, empatía y visión.

La innovación es, al mismo tiempo, el motor del progreso y el riesgo de la destrucción.

Lo entendieron bien los ganadores del Premio Nobel de Economía 2025: Joel Mokyr (israelí), Daron Acemoglu (turco-estadounidense) y James A. Robinson (británico).

Sus investigaciones muestran que el desarrollo no depende solo del talento o la tecnología, sino de cómo las sociedades eligen usarla.

Mokyr ha demostrado que los grandes saltos económicos ocurren cuando la curiosidad se combina con la libertad de pensar distinto.

Acemoglu y Robinson explicaron que el crecimiento real surge en países con instituciones inclusivas, donde las reglas permiten que muchos participen del progreso, no solo unos cuantos.

Cuando el poder o la riqueza se concentran, la innovación deja de generar bienestar y se convierte en una herramienta de control.

Innovar sin destruir significa hacer mejor lo que ya existe, no borrar lo que funciona. En seguridad, por ejemplo, la tecnología ayuda cuando fortalece la confianza entre ciudadanos y autoridades, no cuando sustituye la presencia humana por algoritmos.

En el emprendimiento, la innovación sirve si genera empleos dignos, no si convierte a las personas en piezas reemplazables.

En la vida cotidiana, innovar es mejorar un servicio, simplificar un proceso, ahorrar tiempo, cuidar el entorno… pero siempre con propósito y sentido social.

Las naciones, empresas y personas que prosperan son las que aprenden a innovar con valores. No se trata de frenar el cambio, sino de conducirlo con ética.

El progreso debe ir acompañado de empatía, y la tecnología debe estar al servicio de la gente, no al revés.

Innovar sin destruir implica preguntarnos: ¿esto que creo, produce bienestar o genera exclusión? ¿Construye comunidad o divide? ¿Enseña o manipula?

Israel, patria de Mokyr, entendió que el conocimiento y la colaboración son el combustible de la innovación. En sus universidades, laboratorios y empresas, el error no se castiga: se aprende de él.

Esa mentalidad explica por qué los ecosistemas más innovadores son también los más resilientes y solidarios.

Cada país, cada ciudad y cada persona tiene la capacidad de innovar. Pero el verdadero avance está en mejorar sin anular, en crear sin destruir, en crecer sin dejar a nadie atrás.

Innovar no es solo inventar algo nuevo: es hacer mejor lo que hacemos cada día, con integridad, empatía y visión.

El futuro no lo construyen los que corren más rápido, sino los que piensan más responsablemente. Innovar sin destruir es, en el fondo, la mejor forma de proteger lo que somos y de asegurar lo que queremos ser.

Hacer el bien, haciéndolo bien.

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