U.S. Steel fue una de las compañías que forjaron la imagen del capitalismo occidental que tanto progresó en Norteamérica, particularmente en el desarrollo económico de los Estados Unidos como una superpotencia global.
La empresa fue creada por J.P. Morgan, otro nombre icónico de las finanzas mundiales, cuando logró la fusión de las tres principales acereras de la época. Durante un buen periodo, U.S. Steel fue la mayor productora de acero en el planeta.
Sin embargo, el año pasado estuvo a punto de ser adquirida por Nippon Steel, el líder del acero en Japón, en un trato que apenas en enero de este año fue bloqueado por el gobierno saliente de los Estados Unidos y reforzado por su actual administración. El sindicato, uno de los más antiguos de ese país, ha librado una batalla para mantener (y mantenerse) como un símbolo industrial estadounidense, al mismo tiempo que busca equilibrar unas condiciones de negocio en las que la corporación ya no es competitiva en su mercado.
La globalización ha sido un proceso complejo y lleno de ironías respecto de la distribución de la riqueza y la prosperidad de las naciones. Por cada caso de éxito hay otro que contradice el modelo económico que ha imperado por medio siglo. Podemos llamarle evolución, aunque también la definición se queda corta frente a una realidad en la que la visión sobre el capitalismo ha entrado en un profundo análisis. No obstante, cualquier otra alternativa tampoco ha demostrado un mejor desempeño en generar un entorno de oportunidades y de desarrollo; así que, tal vez, lo que urge es modificar el tipo de capitalismo que hemos diseñado hasta la fecha.
Aplicar tarifas a las exportaciones de acero parece lo mismo que tratar de que el tiempo regrese y U.S. Steel vuelva a ser lo que era. La nostalgia es una herramienta útil para mover a las personas a tomar acciones, pero en los negocios funciona distinto: son los números y las ganancias las que impulsan las decisiones. Por cierto, la empresa ni siquiera conserva el nombre original; la renombraron United States Steel en 2001.
Cualquier persona puede revisar el comportamiento de la industria del acero, un elemento fundamental para la economía y el comercio. En esa revisión apreciará cómo su mercado cambió en las últimas tres décadas y hoy son otros países los que dominan su producción y venta. Es una historia de auténtico libre mercado, en la que lo que un día fue, ya no es y hay que aprender a adaptarse o desaparecer.
No es la única industria que ha pasado por algo similar; la diferencia es que el sector acerero es uno de los pocos que todavía cuenta con esa imagen de cientos de trabajadores entrando en enormes fábricas cuando apenas sale el sol. El esfuerzo y la dedicación son valores que aprecian la mayoría de las sociedades, y la fabricación del acero es uno de los procesos que mejor ejemplifica lo que puede lograr el hombre para producir lo que después transformará en grandes construcciones y aparatos que sorprenden a quien los ve o los utiliza.
El problema con esa idea es que el mundo ha cambiado y buscar que se ajuste a la visión de que los tiempos pasados siempre fueron mejores es más difícil de lo que se piensa. Varios de los procesos de la producción del acero (muchos, peligrosos para los humanos) se han automatizado, lo que anticipa que la narrativa nacionalista alrededor de la industria de “cuello azul” termine en los libros de historia o en las series y las películas como referente histórico.
Claro que el golpe de efecto al anunciar el impuesto —como ha sucedido con el resto de la posible aplicación de tarifas en otros productos— ha cumplido con su objetivo de emocionar a un importante segmento de la población estadounidense. Nada más que también trajo consecuencias: en un inesperado giro, la inflación aumentó 3% en los Estados Unidos en la última medición de este indicador. Posiblemente, es una reacción de los mercados para anticipar estos evidentes errores y trasladar de una vez los costos a los consumidores finales, sean empresas o personas, lo que afectará la economía del mundo, aunque por un tiempo podremos disfrutar de la nostalgia de aquellos momentos que solo existen en nuestra memoria. Números contra emociones.