Luis Pazos

PEMEX: Soberanía quebrada

En 2024, Pemex registró una pérdida neta de 620,605 millones de pesos, una de las más altas en su historia, y equivalente a todo el presupuesto anual de salud pública en el país.

Por décadas se ha sostenido el mito de que Pemex, por ser una empresa estatal, es garante de la soberanía energética de México. Sin embargo, las cifras actuales, el desempeño operativo, su carga financiera y el uso político de sus recursos demuestran exactamente lo contrario: Pemex no fortalece la soberanía; la debilita.

En el papel, México tiene una empresa nacional productiva. En la realidad, tiene un coloso endeudado, ineficiente, incapaz de sostenerse sin subsidios, y que, para agravar el problema, regala petróleo al extranjero como si nadara en excedentes.

En 2024, Pemex registró una pérdida neta de 620,605 millones de pesos, una de las más altas en su historia, y equivalente a todo el presupuesto anual de salud pública en el país. En lugar de generar riqueza, la empresa se convirtió en un barril sin fondo.

A esto se suma su deuda financiera, que al cierre de ese mismo año ascendió a 97,600 millones de dólares, según datos oficiales de la empresa y reportes de la SHCP. Es la deuda más alta entre las petroleras del mundo. Con ese pasivo, Pemex está técnicamente quebrada, pues sus deudas superan sus activos.

Pero lo más alarmante es que en lugar de reducir su carga, el gobierno planea seguir subsidiándola en 2025 con al menos 136 mil millones de pesos provenientes de los impuestos de los mexicanos, principalmente de los que ni siquiera usan coche, pero pagan las consecuencias del mal manejo financiero.

En octubre de 2023 se dio a conocer una decisión sin precedente: el Banco de Exportaciones e Importaciones de Estados Unidos (EXIM) canceló un crédito por 800 millones de dólares a Pemex. ¿La razón? La petrolera mexicana había estado enviando petróleo a Cuba sin cobrarlo, violando principios financieros y afectando la transparencia exigida para otorgar financiamiento internacional.

Esta práctica fue considerada incompatible con los requisitos de solvencia, y además, una acción política injustificada en una empresa que sobrevive con deuda y subsidios.

El petróleo enviado a Cuba no fue una donación oficial, no se aprobó en el Congreso ni fue parte de un programa de cooperación transparente. Fue un regalo opaco, cargado a la factura pública.

Y lo más grave: se trata de recursos estratégicos que Pemex no produce en exceso, sino que necesita importar refinados para abastecer el mercado interno. En 2024, México importó el 57 % de la gasolina que consumió, principalmente desde Estados Unidos, China y Singapur.

Regalar petróleo mientras se importa gasolina es un sinsentido económico y una clara muestra de cómo Pemex se utiliza con fines políticos e ideológicos, sin importar los costos fiscales ni el impacto en la deuda.

Cuando se habla de “pérdidas” en Pemex no es que el dinero se esfumó: se redistribuyó hacia proveedores a sobreprecio, contratistas ligados a funcionarios y redes de favoritismo. Es un patrón repetido. Solo en Dos Bocas, la Auditoría Superior de la Federación encontró irregularidades por más de 376 millones de pesos. Y en conjunto, entre 2022 y 2023, se documentaron observaciones por más de 1,800 millones de pesos.

Se trata de un esquema estructural de saqueo: el dinero no se pierde, se reparte entre intereses políticos, familiares y empresariales cercanos al poder. Pemex es el gran botín de una élite burocrática que, mientras dice defender la soberanía, en la práctica desangra al Estado.

Una “soberanía” que depende del extranjero

La dependencia energética de México no ha disminuido con el monopolio estatal. La realidad es que sin las importaciones de gasolina y derivados, el país enfrentaría una crisis de abasto. En 2024, la balanza comercial petrolera fue negativa: se gastó más en importar derivados que lo obtenido por exportar crudo.

Esta situación no solo es insostenible, es peligrosa. Basta una crisis diplomática o comercial con Estados Unidos —nuestro principal proveedor de gasolina— para que tengamos escasez, filas en gasolineras y apagones. Esa es la verdadera vulnerabilidad que Pemex no resuelve, sino profundiza.

El gobierno actual insiste en mantener un modelo petrolero que ya fracasó. Confunde soberanía con estatismo, eficiencia con centralismo, y patriotismo con derroche. Mientras no se incorpore inversión privada para aumentar la producción, modernizar la refinación y aprovechar los recursos, no habrá solución real para Pemex.

La apertura del sector energético no solo es una alternativa válida: es la única vía responsable para evitar una crisis fiscal. Hoy, Pemex no aporta recursos al Estado; los consume. Le cuesta más al pueblo mexicano mantener la ficción de un “petróleo soberano” que asumir con realismo económico que la soberanía se garantiza con eficiencia, no con monopolios estatales quebrados.

Pemex ya no es símbolo de soberanía, sino de ineficiencia, corrupción y dependencia externa. Regaló petróleo a Cuba y perdió un crédito millonario por ello. Pide subsidios, mientras sus pérdidas crecen. Importa gasolina mientras presume ser autosuficiente. Y todo lo anterior lo paga el contribuyente mexicano.

Es hora de dejar de lado el dogma ideológico y enfrentar la realidad con sentido común. Pemex debe abrirse a la inversión privada, profesionalizar su operación y cortar las redes de corrupción que la han convertido en una carga histórica.

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