Luis Pazos

De civilizaciones aisladas a un mundo compartido

Una civilización verdaderamente global requiere leyes que protejan la vida, la propiedad y la libertad, sin importar la nacionalidad.

La civilización puede definirse como el conjunto de costumbres, ideas, conocimientos y normas que predominan en un grupo humano durante un periodo histórico determinado. Esta definición, aunque general, nos permite identificar qué distingue a una civilización y cómo se manifiesta en la vida cotidiana de un pueblo.

Cuando hablamos de civilización, nos referimos a una forma particular de organización social, económica y cultural. Decimos “civilización egipcia” o “civilización griega” para describir no solo una época, sino una manera de vivir. Cada civilización tiene su esencia, pero también su evolución; no permanece estática, se transforma o da paso a una nueva.

Una civilización nace, crece, se modifica y, a veces, se funde con otra. Es un fenómeno social que refleja cómo se organizan, conviven y piensan los habitantes de una región. Lo importante no es solo su origen, sino las características que la distinguen de otros grupos humanos.

Hoy, los medios de transporte y comunicación nos permiten conocer y convivir con múltiples civilizaciones. Los aviones, trenes y barcos han acortado las distancias físicas; los medios digitales, las culturales. Esta interconexión impulsa una tendencia a compartir costumbres y prácticas, aunque aún persisten diferencias en idiomas, creencias y leyes.

Gracias a la televisión, el internet y los libros, es posible asomarse a otras formas de vida sin salir de casa. Esta exposición constante a otras culturas crea puentes entre civilizaciones, reduciendo prejuicios y ampliando horizontes. Con cada intercambio, crecen la tolerancia y la comprensión.

La globalización, entendida como la integración de las economías y costumbres del mundo, es un fenómeno que se acelera con el turismo y la tecnología. Ese acercamiento facilita el intercambio de conocimientos, productos y avances jurídicos o tecnológicos que mejoran nuestra calidad de vida. Cuanto más conectados estamos, más posibilidades tenemos de aprender unos de otros.

Aunque las guerras aún existen, su frecuencia ha disminuido. Los conflictos modernos no surgen por odio entre los pueblos, sino por ambiciones de ciertos gobernantes. La propaganda, disfrazada de nacionalismo, sigue siendo usada para generar conflictos artificiales que benefician a unos pocos y perjudican a millones.

Una civilización verdaderamente global requiere leyes que protejan la vida, la propiedad y la libertad, sin importar la nacionalidad. No basta con intercambiar bienes o ideas; debe haber también un marco legal que garantice los derechos de todos, nacionales y extranjeros.

Las garantías individuales —base de cualquier civilización avanzada— no son patrimonio de una ideología. Son derechos fundamentales que deben ser respetados en cualquier sociedad civilizada: la vida, la libertad y la propiedad. Defenderlos es más difícil de lo que parece, pero es la única vía hacia una convivencia pacífica.

Estas garantías incluyen libertades básicas que todo ser humano debería ejercer: libertad de opinión, de expresión, de tránsito, de pensamiento, de conciencia, de religión, de trabajo, de estado civil, de no hacer nada o de elegir a sus gobernantes. Defenderlas no solo define una civilización, sino que marca el rumbo de la humanidad.

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