Luis Pazos

Cómo la religión influye en la economía

Un ejemplo notable puede observarse al comparar los resultados socioeconómicos de México, donde predomina el catolicismo, con los de Estados Unidos, país mayoritariamente protestante.

Las religiones, al estar fundamentadas en creencias, tradiciones y escalas de valores, son factores que inciden en la vida económica de las sociedades.

Un ejemplo notable puede observarse al comparar los resultados socioeconómicos de México, donde predomina el catolicismo, con los de Estados Unidos, país mayoritariamente protestante.

Aunque ambas religiones comparten raíces comunes, difieren significativamente en la valoración de ciertas conductas sociales, como el trabajo. En los países católicos, el trabajo es importante, pero no suele considerarse una obligación religiosa central. En cambio, la ética protestante —especialmente la calvinista— considera el trabajo como un deber espiritual y una forma de servir a Dios.

El sociólogo alemán, Max Weber (1864–1920), una figura clave en el análisis de las relaciones entre religión y economía, sostuvo que esta distinta concepción del trabajo fue decisiva para el desarrollo económico de Estados Unidos frente a países católicos como México. En su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Weber argumenta que el énfasis protestante en la disciplina, el esfuerzo y la acumulación de capital facilitó el auge del capitalismo moderno.

Para los protestantes, trabajar es no solo cumplir con una responsabilidad moral, sino también contribuir a la prosperidad social: se crea riqueza, se reducen carencias y se dignifica la vida.

No obstante, esta teoría no es universalmente aceptada. Joseph Schumpeter (1883–1950), economista austriaco y exsecretario de Finanzas, sostenía que el capitalismo surgió en la Italia del siglo XIV —un país católico—, lo cual relativiza la tesis de Weber.

Schumpeter también cuestionaba la idea de que más impuestos a los ricos beneficien a los pobres. Según él, el progreso real ocurre cuando más personas mejoran su calidad de vida como trabajadores o emprendedores, no cuando los políticos redistribuyen recursos ajenos a través de impuestos desmedidos. Una de sus frases más recordadas dice:

“Hay progreso cuando más personas viven mejor como trabajadores o empresarios, al producir más bienes y servicios disponibles en el mercado, no cuando algunos políticos viven como ricos con el dinero que producen los demás y se los quitan vía impuestos.”

En la práctica, los impuestos excesivos sobre quienes más producen tienden a disminuir la inversión, frenar el crecimiento económico y aumentar la pobreza. En varios países se ha observado que mayores tasas impositivas no siempre implican una reducción de la pobreza; al contrario, suelen limitar la capacidad de generar empleo y expandir la producción.

Un ejemplo claro es México, donde la tasa máxima del impuesto sobre las ganancias alcanza el 55 por ciento, frente al 36.6 por ciento en Estados Unidos y el 24.5 por ciento en Canadá. No es casualidad que México también registre un mayor porcentaje de población en situación de pobreza en comparación con sus vecinos del norte.

En conclusión, tanto las creencias religiosas como las políticas fiscales influyen profundamente en el desarrollo económico. La clave está en valorar el trabajo, fomentar la inversión y evitar mitos fiscales que solo empobrecen a quienes menos tienen.

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